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Tribuna
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Juego sucio

¿Por qué hacen juego sucio los políticos españoles y catalanes? Ante todo, por simple reciprocidad

Enrique Gil Calvo

 Al amparo del referendo escocés, presentado como un ejemplo de democracia a pesar de su resultado negativo, el Govern catalán ha convocado su propia consulta imposible para provocar su prohibición. Así podrá generar un espectacular auto de fe: primer acto, la fanfarria preparatoria del acontecimiento que no tendrá lugar; segundo acto, la prohibición del Estado español; y tercer acto, el martirologio de Cataluña, a quién se prohíbe ejercer el mismo derecho que Escocia.

Una comparación que parte de un equívoco, pues la mayor similitud entre ambos referendos es que las opciones de victoria soberanista no se deben al dudoso atractivo de la secesión, que en realidad sólo una minoría aprecia, sino al deseo de castigar a la casta dirigente. La gran mayoría de los escoceses que votaron sí lo hicieron porque estaban hartos de la presuntuosa élite de Westminster, que trata con olímpico desprecio al populacho creyéndose nacida para gobernar. E igual sucede en Cataluña, donde la mayoría de la población, aunque no se sienta antiespañola, también está harta de la insufrible altanería e indisimulado desprecio con que ha sido tratada por la casta político-mediática del PP, cuyo resentimiento anticatalán se ha hecho sentir de forma sangrante desde que Aznar se vio obligado a pactar con Pujol.

Pero la gran diferencia entre ambos referendos es que el fallido escocés se ha jugado con fair play y exquisita deportividad, mientras que el frustrado catalán está afectado de raíz por la trampa, el engaño, el fraude y el juego sucio. La gentry británica inventó el deporte moderno a la vez que la democracia parlamentaria como forma incruenta de resolver los conflictos, con el doble imperativo del respeto a las reglas de juego y a los derechos del adversario. Mientras que entre nosotros los conflictos políticos se juegan con ventajismo y nula deportividad. Y el proceso catalán no está siendo una excepción.

La pretendida consulta nació como un chantaje unilateral que rompía las reglas de juego en virtud de un imaginario derecho a decidir, para exigir un referendo de autodeterminación disfrazado de “consulta no referendaria” que se convoca en tiempo de descuento a sabiendas de que no se puede celebrar para burlar al rival “con astucia y habilidad”. Pero en el otro bando ha ocurrido lo mismo, pues Rajoy se negó a poner el título en juego, recurrió a la fiscalía para espiar a los rivales y hacerles chantaje o expulsarlos de la cancha, y fuerza a los árbitros a anular un partido que no se atreve a jugar. Todo ello por no hablar del común historial de fraudes, desde los papeles de Bárcenas a las cuentas de la familia Pujol, indigna émula de la famiglia Bossi.

¿Por qué hacen juego sucio los políticos españoles y catalanes? Ante todo, por simple reciprocidad, pues si el contrario te hace trampas tú te crees con derecho a pagarle en la misma moneda. Con el añadido de que los tuyos solo abuchean y condenan las trampas del rival, mientras aplauden las tuyas como habilidad estratégica. Pero en última instancia las marrullerías siempre se justifican por puro patriotismo, pues ya se sabe que en el amor como en la guerra todo vale. Todo revestido con una épica grandilocuente que se compadece muy mal con la ridícula farsa en que está cayendo el vodevil catalán.

 

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