_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un ataque de ‘seny’

El presidente catalán recupera la agenda y se sacude la presión antes de la Diada

Lluís Bassets

En política, los muertos resucitan. Y suele ser, en gran parte, por decisión propia. Así ha sucedido con Artur Mas, muerto viviente desde el 25 de noviembre de 2012, cuando las elecciones con las que pretendía obtener una mayoría indestructible le dejaron sin mayoría de Gobierno y en manos de Esquerra Republicana, el partido con el que Convergència i Unió rivaliza en la hegemonía del campo nacionalista.

Murió como fruto de un mal cálculo, suyo o de sus asesores, que le condujo a disolver a mitad de legislatura, en el clima de euforia independentista creado alrededor de la manifestación multitudinaria del 11-S de 2012. Quería obtener una mayoría absoluta para enfrentarse en una negociación a cara de perro sobre la disputa fiscal a la mayoría del mismo tipo que sustenta Rajoy en Madrid y se quedó colgado en la brocha de Esquerra Republicana, partido malabarista que es capaz de apoyar al Gobierno y hacer a la vez de oposición.

Y ha resucitado gracias a un ataque de sensatez —el famoso seny de los catalanes (pronúnciese señ) que alterna con la rauxa, el arrebato, en la regulación mitológica de nuestro carácter— que le ha conducido a gestionar a su favor el metal político precioso que es el tiempo, al sacarse de encima la fecha perentoria de 2014 para la celebración de la famosa consulta.

La técnica es sobradamente conocida en las negociaciones europeas. Cuando se acerca el enfrentamiento fatal, se para el reloj o se difieren los problemas estableciendo plazos viables. Así lo ha hecho Mas, eligiendo por supuesto el momento más oportuno para asestar el golpe a los apresurados, a seis días de la explosión de independentismo que será la Via Catalana en la próxima Diada.

Mas vuelve a ponerse en vanguardia después de un año arrastrado en retaguardia por el vendaval

Mas vuelve a ponerse en vanguardia después de un año entero, de Diada a Diada, arrastrado en retaguardia por el vendaval. Con el anuncio de su voluntad de terminar la legislatura para convertir las elecciones de 2016 en una consulta, en el caso de que no haya podido hacerla antes, se saca de encima la presión de la calle y de la Diada. No son Oriol Junqueras, el presidente de ERC, ni Carme Forcadell, la presidenta de la Assemblea Nacional Catalana, quienes marcan la agenda y la estrategia. Las marca Mas y lo hace, como es debido, en función de sus intereses, con la vista puesta en la victoria electoral, en escaños y en lo que haga falta plebiscitar, si es que a esas elecciones se les quiere conferir tal carácter.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Las esperanzas para 2016 son sensatas. La economía debe remontar; cabe incluso que se estén creando puestos de trabajo y que los recortes hayan terminado. Artur Mas quiere incluso asegurar el Estado de bienestar para tal fecha, así como una mejora en la relación entre ciudadanos y políticos. No va a reconocer ahora que ha rectificado, pero es evidente que ha escuchado algunos buenos consejos: primero es la crisis, después la recuperación del clima político, luego irá llegando todo lo otro. En mitad de una tormenta de paro, recortes y corrupción nadie puede proponerse sensatamente (sí, assenyadament) una respuesta a las demandas de un nuevo estatus político para Cataluña.

La fecha de 2016 llegará después de 2015, año en que el parlamento español virará del color azul absoluto actual al caleidoscopio de un mapa electoral menos gobernable, más fragmentado y variado. La dificultad para formar mayorías será una facilidad para trenzar acuerdos con todos, partidos catalanes incluidos.

Artur Mas quiere ganar las elecciones en Cataluña, primero en las legislativas españolas de 2015, para recuperar de nuevo aquella minoría catalana que tan bien jugaba en Madrid, como en los buenos viejos tiempos; y luego en las catalanas de 2016, para gobernar y pilotar el último tramo, es decir, la negociación de la nueva relación con el conjunto de España.

La sensatez es una de las grandes virtudes políticas, no únicamente un mito del carácter catalán. Y la política sensata es la que resucita a los que políticamente están muertos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_