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Una de cal y otra de arena en la ‘Prospe’

El barrio estrena residencia y el Casal despide a los cocineros de toda la vida

Clara Blanchar
De izquierda a derecha, Juan Márquez, Antonio Limones y Juan Castillejos.
De izquierda a derecha, Juan Márquez, Antonio Limones y Juan Castillejos. JUAN BARBOSA

Buena y mala noticia, casi a la vez, en el barrio de la Prospe de Barcelona, en Nou Barris. La buena es el anuncio de la apertura en marzo, por fin, después de tres años acabada y cerrada, de la residencia de mayores. Una victoria que los vecinos se atribuyen después de 20 años de reclamarla. La noticia negativa también afecta a los abuelos del barrio usuarios del Casal de Gent Gran, en la plaza de Ángel Pestaña, epicentro del popular vecindario. Y a la pareja que llevaba la cafetería-restaurante. Se trata del inesperado relevo en este servicio.

Pepi Plaza, ayer en su casa.
Pepi Plaza, ayer en su casa.JUAN BARBOSA

Desde 2003, cuando Jordi Pujol inauguró el equipamiento, la concesión la ha llevado una pareja del barrio, Jordi Molla y Pepi Plaza. En noviembre, recibieron una carta de la Generalitat en la que, sin ningún argumento, les advertían de la rescisión de contrato el 31 de diciembre. Nunca en 12 años han tenido ninguna advertencia del Departamento de Bienestar que les invitara a resolver ni media incidencia.

De nada sirvió que los usuarios y las entidades pidieran explicaciones a Bienestar, ni las lágrimas de abuelos de más de 80 años cuando se enteraron, ni las 420 firmas recogidas y entregadas a la Generalitat antes de Navidad en defensa de Jordi y Pepi. “Se supone que si te quitan la concesión es porque no haces bien la faena, pero no es el caso, es muy injusto”, lamenta Plaza. “Si hasta el informe del inventario final decía que estaba todo súperlimpio y en buen estado”, añade esta mujer de manos que atestiguan una vida entera en la hostelería. Vive a cien metros del casal. Cuenta que tenían un bar y decidieron dejarlo y optar a la concesión pública porque tenían los críos pequeños y ganarían en calidad de vida y horarios. Aguanta, pero acaba llorando y reconociendo que esquiva a su antigua clientela porque si no se pasaría el día con el kleenex en la mano.

A causa del relevo, la cifra de abuelos que comen en el casal ha caído a la mitad: de 100 y pico a 50. Antes servían a diario entre 100 y 120 menús (abuelos que comían allí, otros que se lo llevaban a casa y una veintena para el centro de día, dice Plaza). Ahora sirven entre 50 y 60, explica el actual encargado, Omar Antolino. El resto han cambiado el menú del casal “por el del Vasconia o un bar de la calle de Argullós”, explican los usuarios.

La fría carta de noviembre en la que la Administración informaba a Jordi Molla de que había “resuelto no renovar” la concesión tras 12 años, advertía de que los responsables del servicio debían “dejar los bienes y herramientas del servicio en perfecto estado de funcionamiento” y “recoger sus pertenencias y desocupar el espacio”. Hasta este 2015, las renovaciones habían sido automáticas.

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“Se supone que si te quitan la concesión es porque no haces bien la faena, pero no es el caso”, lamenta Plaza

Juan Márquez, de 69 años, que ha ejercido de portavoz de los usuarios, mantiene que, ante la evidencia de no ha habido problemas con el servicio, “el relevo es un tema personal de la directora del centro”. “En las reuniones con Bienestar constatamos que no hubo quejas en 12 años y tanto trabajadores como usuarios manifestaron que la dirección mantiene una actitud autoritaria y que cuando hay problemas coge la baja”, añade Andrés Naya, histórico activista vecinal de la asociación que gestiona el casal de La Prospe.

El Departamento de Bienestar y Familia social argumenta que los contratos de las concesiones de cafeteria-comedor de los Casals de la Gent Gran tienen una duración anual. Al acabar el contrato, si hay voluntad de las partes se formaliza otro contrato para el año siguiente. En el caso del de la Prosperitat se consideró que el "servicio que se venía prestando no era el más adecuado (incluidas quejas de los usuarios), por lo que se decidió no renovar el contrato".

Los usuarios del Casal, donde los periódicos ayer a mediodía estaban guardados bajo llave en la conserjería, coinciden en lamentar la marcha de Jordi Molla y Pepi Plaza. “Estábamos todos muy contentos”, dice Antonio Limones, de 72 años. “Ahora entro pero no como, la comida no es tan buena”, añade Juan Castillejos (67). “La gente ha pasado mucha pena, ¡y mira que echamos firmas!”, asegura Clara da Costa (68). “Con lo buena que era la paella, y las galtas, y el codillo…”, evoca Josefa Ramonich a sus 84.

Con todo el disgusto, Pepi Plaza ni se había enterado de que por fin abrirán la residencia en el barrio. Se alegra. Su vida ha dado una vuelta de un día para otro a los 49 años. “Y sin paro, los autónomos no tenemos. Pero sé que no me puedo quejar, hay gente que vive con 400 euros y Jordi ha encontrado trabajo”, dice.

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Sobre la firma

Clara Blanchar
Centrada en la información sobre Barcelona, la política municipal, la ciudad y sus conflictos son su materia prima. Especializada en temas de urbanismo, movilidad, movimientos sociales y vivienda, ha trabajado en las secciones de economía, política y deportes. Es licenciada por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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