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El instructor de armas que rechazó al asesino de Roseburg: “Era un raro”

El director de una academia de combate de Los Ángeles recuerda que no admitió a Harper Mercer por "inmaduro e impaciente"

Pablo Ximénez de Sandoval
Eloy Way, durante la entrevista en su academia.
Eloy Way, durante la entrevista en su academia.P. X. S.

Un día de 2013, un joven llamado Christopher Harper Mercer se presentó en vaqueros y camiseta en una academia de manejo de armas de Torrance, al sur de Los Ángeles, cerca de la casa donde vivía con su madre. Quería apuntarse a un curso avanzado de combate con pistola. El jefe de la academia, un instructor llamado Eloy Way, lo entrevistó. “Era inmaduro, impaciente. No le gustaba que le dijeran lo que hacía mal”. Way rechazó admitir a Harper en sus cursos, en definitiva, porque era “un raro”.

El pasado 1 de octubre, Harper Mercer, de 26 años, se presentó a las 10:30 de la mañana en el campus de la universidad pública de Umpqua, en Roseburg, Oregón, y ejecutó a sangre fría a nueve inocentes que daban clase de lengua inglesa. Tras ser herido por la policía, se suicidó con una de las seis armas que llevaba consigo. Tenía otras ocho en la casa a la que se había mudado un año antes. Todas eran legales.

Way recibe mensajes diciendo que tenía que haberlo denunciado: "No puedes denunciar a alguien por raro"

El especialista en combate con armas de fuego Eloy Way recordaba este martes en su academia, Seven 4 Para, su encuentro con Harper Mercer y qué fue lo que le dio mala espina. “El curso de combate con pistola está básicamente orientado a la defensa personal. Era un chico joven, que no tiene hijos a los que proteger. Tenía muchas ganas de aprender estas cosas. Te haces preguntas”, explicaba Way a EL PAÍS.

Way recuerda que intentó convencer a Harper Mercer de que hiciera un curso básico. Son cursos de seguridad en los que prácticamente no se toca la pistola. Su actitud era impaciente, “esto ya me lo sé”, no quería oír los consejos más básicos para manejar un arma que Way considera fundamentales antes de cualquier otro curso. “Tenía un problema de temperamento”.

La academia está en un hangar de un polígono comercial de Torrance, un suburbio al sur de Los Ángeles, en una calle llamada Oregón. Es una oficina llena de material militar y de seguridad, con dos pasillos de tiro. A unos dos kilómetros vivía Harper Mercer con su madre. Way dice que se acordó del nombre por el primer mensaje que le dejó un periodista en el contestador. “Un compañero me dijo: ‘Tienes que oír esto’. En cuanto oímos el nombre nos miramos y dijimos: ‘Mierda’. Esta es la razón por la que examinamos a la gente antes de aceptarla”. Asegura que en alguna ocasión ha recibido una visita del FBI para preguntar por alguien a quien habían rechazado. “Somos muy selectivos”.

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Harper Mercer quería hacer un curso de combate con pistola y se irritó cuando le dijeron que debía hacer antes un entrenamiento básico

La pregunta es si alguien que percibe estos signos en un joven no puede llamar a la policía. “No se puede detener a alguien por ser raro”, contesta Way. “No puedes ir denunciando a toda la gente rara que conoces en la vida”. Way asegura que tiene el contestador y el email llenos de insultos de gente que cree que podía haber hecho algo por evitar la matanza de Roseburg. Es consciente de que sería aún mucho peor si hubiera aceptado entrenarle en el manejo de armas. Sin embargo, cree que si lo hubiera tenido como alumno lo habría acabado denunciando a la policía. “Paso mucho tiempo con mis alumnos. Habría visto que estaba loco”.

Chris Harper Mercer llegó a acumular 14 armas en su casa, una de ellas un rifle de asalto. Además, posaba con ellas en Internet y fue dejando rastro online de su fascinación por las matanzas de inocentes. “La gente que lo conoce, que vio esas cosas en Internet, esos son los que debían contactar a las autoridades. Cualquier asesino es el hijo de alguien, o el hermano o el marido, aunque nadie piense que puede pasar en su familia”. Considera que matanzas como la de Roseburg son “actos de terrorismo”.

Way, de origen, brasileño, recibe con una pistola Sig Sauer P226 al cinto. Es un instructor certificado por la Asociación Nacional del Rifle (NRA). Opina que, en relación con el número de habitantes y el número de armas en circulación, Estados Unidos tiene menos crímenes por armas de fuego que otros países donde son ilegales. Su postura sobre las armas en EE UU es que tiene que haber más entrenamiento. “No creo que haya nada malo en las leyes sobre armas” tal como están. Considera que no debe ser ilegal comprar ningún tipo de arma. Pero al mismo tiempo opina que “no todo el mundo tiene que tener armas”, solo aquellos que tienen el entrenamiento necesario. Way lo compara con conducir un coche. Tienes que estudiar, hacer un examen práctico, obtener un permiso. “Con un coche puedes matar a mucha gente”. Cree que para tener un arma se debería exigir lo mismo.

Considera que todo es cuestión de educación. “En mis cursos tengo un niño de 10 años. Si vieras cómo sujeta el arma. Me fío más de ese niño que de algunos policías a los que he entrenado. A un niño se le puede enseñar cuáles son los peligros de una pistola como se le enseñan los peligros de los cuchillos de la cocina”. Tiene dos hijos, de 4 y 5 años, familiarizados con las armas desde los 2 años. Cree que es un entrenamiento imprescindible. “Es la estupidez de la gente la que provoca los accidentes con las armas. Es muy difícil tener un accidente. Los padres tienen que ser muy torpes”.

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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