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Tribuna
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Hacia una segunda Transición pactada

La renovación institucional que necesita España exige un debate y un acuerdo intergeneracional

La España del 2013 vive una nueva encrucijada histórica y compleja donde se superponen múltiples problemas de envergadura. La crisis económica, el aumento de las desigualdades, la corrupción y los recortes de la austeridad, son causas explosivas del malestar ciudadano que se ha ido agravando con el paso del tiempo. La triple crisis de legitimidad económica, institucional y social que sufrimos ha de ser una oportunidad de catarsis reflexiva que nos ayude a resolver esta difícil encrucijada múltiple.

Esta triple crisis nos interpela a todos sin excepción, a élites políticas y financieras, a partidos y sindicatos y a todos los ciudadanos en general. Los ciudadanos corrientes somos las principales víctimas de una crisis sistémica que ha puesto en evidencia la debilidad de nuestro modelo confiado de gobernanza y de relaciones de poder. Ciudadanos confiados y acomodados a un modelo de instituciones, reglas, supervisores y líderes políticos que no eran tan fiables, ni limpios ni resolutivos como pensábamos. En consecuencia, la ciudadanía castiga ahora a los políticos con el desprestigio y los sitúa como tercer problema del país, nada menos.

Desde fuera parece retornar el viejo tópico sobre la incapacidad del pueblo español para autogobernarse o dotarse de unas élites competentes y eficaces. Pero no se puede obviar que los políticos y el modelo confiado de gobernanza son y han sido el resultado de nuestro orden institucional y cultural. Por lo tanto, nos guste o no, son el reflejo de nosotros mismos. Si queremos nuevas formas de hacer política, también debemos cambiar, madurar y crecer como ciudadanos competentes y comprometidos con una regeneración auténtica.

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La bonanza económica a partir de la entrada en el euro (2000-2008) impidió abrir debates serios sobre los desafíos y debilidades de España ante la globalización, la gobernanza multinivel, las soberanías compartidas, la posdemocracia o la flexiseguridad. ¿Hemos tenido líderes políticos, empresariales y periodistas capaces de plantear ese tipo de debates transcendentales para nuestras vidas? ¿Nos hemos interesado como ciudadanos en leer pensamiento y prestigiar el rigor analítico o hemos sucumbido en el deporte del tertulianismo opinativo? Seguramente nos enfrentamos a un “cambio de época” con cierto retraso por haber obviado lo que eminentes sociólogos y pensadores (Touraine, Castells, Beck, Giddens o Crouch) ya enunciaron a inicios del 2000. El país ha quedado adormecido en un España va bien demasiado complaciente, manteniendo viejos códigos y maneras de hacer que deberían de haber sido superados antes. Ahora los deberes y exámenes se agolpan o vienen impuestos desde fuera con urgencia.

El ciudadano ya no es un objeto-cliente, sino un sujeto reflexivo con derecho a decidir

La España del 2013 tiene poco que ver con la España del 2000, del 1994 o del 1978. La sociedad española ha partido de muy abajo en todos los ejes troncales (gobernanza, competitividad, bienestar, educación, ciencia y virtudes cívicas) pero su salto relativo y su avance en las últimas décadas ha sido espectacular. Un avance a trompicones en unos casos, constante en otros y de clara involución en estos momentos. Pero siempre un avance errático en cuanto a consolidar una sociedad civil potente e independiente. Ahora, en cambio, vivimos un exultante renacimiento de colectivos y foros de debate que reclaman la apertura de una segunda transición o de un nuevo proceso constituyente para acometer una regeneración real de las instituciones y modernizar España de nuevo. Tarea cíclica y recurrente en nuestra historia.

Si no hay un estallido social de ira, tras la gran protesta del 15-M y las huelgas generales, es porque la sociedad española es más madura y contenida de lo que parece. Pasadas la perplejidad, la decepción y la protesta, vivimos ahora en tiempos propositivos gracias a la aparición saludable de nuevas plataformas, foros y colectivos que están renovando como nunca el debate de ideas y propuestas. Conviene escuchar, debatir y contrastar esta lluvia fina de propuestas aunque no estén coordinadas ni entrelazadas entre sí. La deliberación de los grandes y pequeños asuntos públicos no puede continuar blindada y amordazada por unas minorías dirigentes surgidas por la ley de hierro de los partidos. Es hora de aprovechar esa emergente creatividad civil para repensar la poscrisis y esbozar una nueva arquitectura institucional que ha de ser refundada más desde abajo que desde arriba.

Es la primera vez que la demanda urgente de regeneración histórica se produce en un marco democrático y de libertades. Esto hay que remarcarlo. Es el gran desafío al que se enfrenta la treintañera democracia española en medio de una colosal crisis y de una globalización impecable que ponen a prueba su madurez. Una madurez que ha de dar otro salto cualitativo y adaptativo a algo mejor, si es capaz de desprenderse de viejos códigos, lenguajes y maneras de hacer que han acabado como metástasis del modelo confiado de gobernanza.

La renovación institucional que merecen las futuras generaciones es un ejercicio adulto de responsabilidad y de justicia inter-generacional. En otros países ese enfoque inter-generacional es el que guía la reflexión política y da continuidad a la historia. Para asentar y legitimar una nueva arquitectura institucional que sea duradera conviene traspasar las fronteras partidistas y asumir los graves problemas desde el realismo crítico, pluralista y dialogado.

Sólo entonces será posible construir consensos donde voces expertas, jóvenes y seniors, sean capaces de priorizar acuerdos estratégicos y de largo recorrido. Si los Pactos de la Moncloa (1977) fueron un punto de inflexión que permitió encajar la naciente democracia en un contexto de severa crisis económica, es posible que el nuevo punto de inflexión que necesitamos ahora sea un pacto intergeneracional entre la España que asentó la democracia y las nuevas generaciones que han de hacer frente a los cambios globales y que no necesariamente se organizan en partidos políticos.

Se trata de ‘cómo acordar’  juntos un nuevo proyecto histórico que asegure la confianza mutua

Vivimos un tiempo histórico llamado de modernidad reflexiva donde la ciudadanía es creadora de una nueva agenda política de abajo a arriba, con base experta, animada por redes y que trasciende los partidos políticos. Es una consecuencia más del “cambio de época” característico de la sociedad del conocimiento con una ciudadanía más informada y formada que poco tiene que ver con la ciudadanía propia de la pasada sociedad industrial. No tiene sentido perpetuar el paternalismo del pasado ni limitar la participación cívica al voto electoral tras costosas campañas que son más mediáticas que sustanciales y acarrean grandes gastos opacos. El ciudadano ya no es un objeto-cliente sino que ha transmutado como sujeto reflexivo con derecho a decidir.

Nos preguntamos si la sociedad española está dispuesta o no a abordar tantos desafíos desde la discrepancia y el debate racional llegando a nuevos consensos básicos y necesarios. La crisis ofrece la oportunidad histórica de provocar un gran cambio cultural que resitúe a España en el mapa global y complejo de la modernidad avanzada. Sobra capacidad para hacerlo pero falta un enfoque y un marco compartido para ponerse a ello. No se trata de ponerse en manos de spin doctors o de expertos que pontifican el qué hay que hacer.

Se trata de cómo acordar juntos un nuevo proyecto histórico que sea incluyente de la diversidad, asegure la confianza mutua, destierre toda corrupción y garantice la cohesión social. ¿Tenemos visión de país y suficiente generosidad para atravesar las fronteras partidistas, ideológicas y cortoplacistas? Haber tocado fondo debería servir de revulsivo para salir del atolladero con realismo crítico y con inteligencia incluyente desde la máxima participación civil. De ahí la necesidad de un cambio cultural que sea transversal e impregne nuevos estilos y lenguajes de política inclusiva y honesta en la que volver a confiar. Una catarsis reflexiva que, en sí misma, sería transformadora.

La renovación institucional y la creación de nuevos consensos implican una redistribución del poder y nuevos equilibrios pactados. Una redistribución más justa y eficiente que tenga en cuenta el bien común como interés general. Ahora es el momento de la ciudadanía reflexiva para que encauce el necesario diálogo reconstituyente que tanto hace falta. Confiemos en que la sociedad española sabrá afrontar con inteligencia y templanza los desafíos que tiene planteados. Acumula sobrada capacidad para hacerlo.

Xavier Martínez-Celorrio es profesor de Sociología de la Universidad de Barcelona y autor del capítulo introductorio del próximo Informe España 2013 de la Fundación Encuentro.

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