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Columna
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La hoguera

Rouco Varela es lo que nos faltaba para alegrarnos la vida, un Savonarola de tercera sobrevolando la crisis con alas de cuervo

Manuel Vicent

Después del carnaval inmobiliario cuya hoguera de cemento ardió durante 20 años, sobrevino, de pronto, sin esperarlo, el miércoles de ceniza. Desde entonces, va ya para un lustro, este país está celebrando a diario un ratonero entierro de la sardina. En plena desmoralización general se suceden los analistas aciagos de esta jodida cuaresma económica, que parece no tener fin. Los amos no aportan ninguna solución, salvo más látigo todavía. A este panorama de penitencia colectiva se acaba de incorporar la voz oscura y agorera del cardenal Rouco Varela exigiendo su tajada. Perdona a tu pueblo, Señor, no estés eternamente enojado. Era lo que nos faltaba para alegrarnos la vida, un Savonarola de tercera, sobrevolando la crisis con alas de cuervo. Por lo visto no basta con la lacra social del paro, con la tragedia de los desahucios, con la pobreza que llama a la puerta de la clase media. Los obispos persisten en introducir el tormento de la moral en la conciencia de los católicos españoles con su exigencia fanática frente a la homosexualidad y el aborto, obcecados en clavar estos dos clavos por la cabeza, cuando ya no significan ningún problema para la mayoría de los ciudadanos. El último día de carnaval de 1497, en la plaza de la Señoría de Florencia, se realizó una inmensa hoguera en la que se quemaron las máscaras, disfraces, perfumes, cosméticos, pelucas, adornos y espejos. También ardieron libros obscenos de Boccaccio, cuadros de mujeres hermosas, incluso alguno de Botticelli. En el momento de prender fuego sonaron las trompetas, luego en el silencio de las llamas se oyó en la plaza la potente voz del dominico Savonarola, que avivaba aquella hoguera de las vanidades con furiosas invectivas contra el lucro, la sodomía, el despilfarro y la corrupción de los políticos. No viene al caso que el papa Borgia, años después, prendiera a aquel inquisidor y lo condenara a ser combustible en otra hoguera. También ahora, después del carnaval del cemento, en nuestro país está ardiendo en la plaza pública la hoguera de la pasada fiesta, pero nuestro Savonarola no habla del lucro, de la corrupción y el despilfarro. Mientras parte de la Iglesia, movida por caridad con los pobres, les imparte sopa, la jerarquía, movida por el fanatismo, se dedica a dar estopa.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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