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El luto como género literario

La literatura del duelo en 9 pasos

La actriz Jeaninne Mestre, en un ensayo de la obra teatral "El año del pensamiento mágico" , con texto de Joan Didion, en el Teatro Español de Madrid.
La actriz Jeaninne Mestre, en un ensayo de la obra teatral "El año del pensamiento mágico" , con texto de Joan Didion, en el Teatro Español de Madrid. Samuel Sánchez

La muerte también escribe. En febrero pasado, Fernando Savater cerró con estas palabras el prólogo a su último libro, Voltaire contra los fanáticos (Ariel): “El conjunto va dedicado a Sara, mi mujer, de quien soy fanático pero sólo por las vías del amor”. Poco después, el 18 de marzo, tras semanas de enfermedad, la esposa del filósofo moría en San Sebastián y él la despedía con un “¡Buen viaje, capitana!” y las palabras que Fray Luis de León dedicó a la elocuencia de Santa Teresa: “Nadie la conversó que no se perdiera por ella”. Savater hizo imprimir las dos frases en una esquela de periódico en la que retrataba a su mujer como “valiente, sabia, libre, única”. Tristemente, el tiempo ha convertido aquella dedicatoria en un testimonio de duelo anticipado. Ahora el filósofo se afana en terminar un libro sobre los lugares de trabajo de los escritores que él y su mujer llevaban tiempo planeando.

En el célebre poema de Antonio Machado a la muerte de Francisco Giner de los Ríos en febrero de 1915, hace ahora un siglo, el poeta recoge el deseo del fundador de la Institución Libre de Enseñanza de que aquellos que le quisieron le hicieran un duelo no de lágrimas sino de “labores y esperanzas”. Es lo que hace Savater y lo que hizo Rafael Sánchez Ferlosio, que alguna vez ha contado cómo la muerte de su hija Marta en 1985 pudo ser el motivo que le llevó a sumergirse en la escritura. De aquella inmersión saldrían al año siguiente dos ensayos, una novela y una recopilación de artículos. Esta última, La homilía del ratón, lleva una dedicatoria antológica:

A la memoria

de quien más he querido en este mundo,

Marta Sánchez Martín,

que tantas veces metió baza en estas páginas,

con su palabra aguda y redicha

como una campanita de convento,

que, a despecho del mundo,

todavía me sonaba a amanecer.

Aunque la literatura ha distraído el dolor de algunos escritores, muchos otros han hecho del duelo el objeto mismo de su literatura. El resultado constituye todo un subgénero que recientemente ha dado obras de altura para completar un sudoku emocional hecho de ausencias, cuentas pendientes y combates desiguales entre el dolor y la rutina. Ante el asombro de los supervivientes, es un clásico, la vida cotidiana no se detiene nunca.

1 Hija de su madre. En la gran sensación del año, También esto pasará (Anagrama), Milena Busquets llora la muerte de su madre, la escritora y editora Esther Tusquets, al tiempo que hace un elogio a la ligereza que arranca al filo de la frivolidad para terminar desembocando en gran literatura. También lo es, gran poesía en este caso, lo que llena Las veces (Pre-Textos), el libro que Esperanza López Parada ha dedicado a su progenitora, la pintora Esperanza Parada, esposa del escultor Julio López Hernández. López Parada sale airosa de un reto que es doblemente arriesgado si se piensa que uno de los textos fundacionales de la lírica castellana es una elegía filial: las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre.

2 Nombrar el suicidio. Lo que no tiene nombre (Alfaguara) es el título que la colombiana Piedad Bonnett puso a su intento de entender los motivos que llevaron a su hijo, pintor veinteañero, a tirarse por la ventana de su apartamento en Nueva York. A veces la literatura busca palabras donde ya no quedan.

3 Nombrar la eutanasia. Otro colombiano, Tomás González, puso voz en La luz difícil (Alfaguara) a los pensamientos de un padre cuyo hijo, enfermo, viaja a Portland en el que le van a aplicar legalmente la eutanasia. Al muchacho le acompaña su hermano mientras el narrador piensa en cosas como la diferencia horaria: “¿Ya habrá pasado?”

4 Padre e hijo. Sergio del Molino se enfrentó en La hora violeta (Literatura Random House) a la muerte de su hijo de dos años a causa de una leucemia. En un relato crudo pero nada exhibicionista, el propio escritor dedica algunas páginas a su propia lectura de uno de los grandes clásicos de la literatura española del duelo: Mortal y rosa, de Francisco Umbral.

5 Padre e hija. Joana se llamaba una de las hijas del poeta catalán Joan Margarit y Joana (Hiperión) se titula el libro que, de principio a fin, le dedicó a su muerte. La infancia, la enfermedad, el hospital, el final y una casa que se vuelve demasiado grande van dando forma a un poemario que alterna la duda (“nunca sabré qué sabes tú de mí, / ni en qué verdad hemos estado juntos”) y la crudeza (“Con la frente apoyada en el cristal / pido perdón a mis dos hijas muertas / porque ya casi nunca pienso en ellas”).

6 Mujeres y maridos. Cuando Pierre Curie murió atropellado por un coche de caballos su mujer, la científica Marie Curie, escribió un diario para tratar de llenar esa ausencia. A esas páginas recurrió Rosa Montero cuando murió su marido. El resultado del cruce de ambas historias es La ridícula idea de no volver a verte (Seix barral). También a su marido ha dedicado recientemente Lea Vélez El jardín de la memoria (Galaxia Gutenberg), un ejemplo de templanza vital y exigencia literaria.

7 Ajuste de cuentas. En noviembre de 2011 el novelista español Marcos Giralt Torrente ganaba el Premio Nacional de Narrativa por un libro sin ficción, Tiempo de vida (Anagrama). Lo que empieza siendo un duro ajuste de cuentas termina convirtiéndose en un emocionante testimonio del amor de un hijo hacia su padre. Un testimonio que recoge, además, una particular lista de libros escritos para mitigar el dolor: de Héctor Abad Faciolince (El olvido que seremos) a Joan Didion (El año del pensamiento mágico; una versión teatral de esta ya clásica obra de Didion puede verse hasta el 14 de junio en el Teatro Español de Madrid). Entre los publicados este año, Giralt Torrente podría haber añadido el irregular La isla del padre (Seix Barral), con el que Fernando Marías ganó el último premio Biblioteca Breve.

8 Hijo de su madre. “Madre no hay más que una y me tocó a mí”. Esa es la cita que Julián Herbert puso al frente de Canción de tumba (Literatura Random House), un relato escrito sin contemplaciones en el que el escritor mexicano acompaña la muerte de su madre en un hospital mientras recuerda los días en que ambos viajaban de ciudad en ciudad cuando ella era una prostituta y él, el hijo de una prostituta.

9 Palabras de familia. “La muerte no se entiende, eso es cierto, pero tampoco la vida se entiende del todo. Además, no todo lo descubres tú. Las palabras necesarias están esperándote en algún sitio”. Esto dijo el narrador Luis Mateo Díez con motivo de la publicación de Azul serenidad o la muerte de los seres queridos (Alfaguara), dedicado a la desaparición de una sobrina de 38, fotógrafa. Cuando se haga el recuento de la oceánica obra del creador de Celama habrá que contar con este libro, al que solo irreflexivamente podría calificarse de menor.

Y adiós. La literatura del duelo es algo menos que duelo y algo más que literatura. Ante la muerte de un ser querido, Auden pedía en “Funeral Blues” –un poema popularizado por la película Cuatro bodas y un funeral- que se parasen los relojes. Los relojes no paran pero los escritores siguen intentándolo. Es lo que han autores como Philip Roth (Patrimonio), Paul Auster (La invención de la soledad), C. S. Lewis (Una pena en observación), Albert Cohen (El libro de mi madre), Albert Caraco (Post Mortem), Ackerley (Mi padre y yo) o Richard Ford (Mi madre). En el intento nos dieron alguno de sus mejores libros.

 

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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