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Fallece Guillem Cifré, maestro de la historieta surrealista

Trasladó la herencia de su padre, creador del reportero Tribulete, a un terreno de extrema experimentación gráfica

'Barcelona embotellada', de 1982, ilustración de Cifré.
'Barcelona embotellada', de 1982, ilustración de Cifré.

Si ha habido un autor en nuestra historieta capaz de encarnar la continuidad entre los códigos del tebeo de humor español de posguerra y los atrevimientos y la iconoclastia del underground ese ha sido el barcelonés Guillem Cifre (1952-2014). En cierto sentido, autores como Gallardo y Mediavilla, Montesol, Pàmies y el primer Mariscal eran hijos espirituales (si bien díscolos) de la generación de dibujantes que, en el seno de Bruguera y, más tarde, a través de la malograda aventura independiente de la revista Tío Vivo, renovaron el lenguaje de las viñetas a mediados de los 50, con un sentido de la comedia capaz de extraer oro de una cotidianeidad precaria y claustrofóbica. A Guillem Cifré, fallecido en Barcelona el pasado viernes 16 de mayo, víctima de una grave enfermedad diagnosticada meses antes, esta afinidad le venía, directamente, por línea dinástica, pues era hijo de uno de los puntales de ese capítulo de oro en la historia del tebeo español: el Cifré (padre) que creó personajes tan perdurables como el reporter Tribulete, Don Furcio Buscabollos, Amapolo Nevera, Golondrino Pérez y Cucufato Pí.

De línea angulosa y trazo sintético y radical, Guillem Cifré trasladó la herencia de su padre a un terreno de extrema experimentación gráfica, aunque, en su particular poética, donde lo onírico se imponía sobre lo cotidiano, seguían perviviendo las mecánicas tradicionales del gag. Su obra encarna hasta tal punto la especificidad del medio en que se creó que resulta inconcebible adaptarla a otro lenguaje: sus tiras de prensa y páginas de historieta son tebeo puro, frágil e incontestable a un tiempo, en el mismo sentido en que lo eran los trabajos de pioneros como Georges Herriman o Cliff Sterrett, y del mismo modo en que los cortos silentes de Buster Keaton y Chaplin encarnan una idea del cine puro y los dibujos animados de Bob Clampett y la obra de los maestros checos del estudio Bratři v triku (Jirí Trnka, Jiří Brdečka, Eduard Hofman, Břetislav Pojar) fueron animación pura. Todos ellos, en suma, códigos intraducibles, la esencia misma del idioma expresivo que forjaron e inmortalizaron en un mismo impulso. Los referentes no son arbitrarios, porque el particular arte de Cifré era vanguardia aviñetada, slapstick lunar, poesía gráfica, movimiento y ruido en potencia ocupando un territorio insular que mantenía tantas distancias con las claves costumbristas de la generación de su padre como con ese gusto más o menos coyuntural por la estética del sexo, las drogas y el rock’n’roll de su propia generación. Por el esquematismo de su trazo, Guillem Cifré podría estar más cerca de Conti, el creador de El loco Carioco, que de su progenitor, mientras que el interés por lo fantástico podría emparentarle con otro descendiente confeso de Herriman, el gran Alfonso Figueras. En las filas de la historieta contracultural, Cifré tendría a su compañero de viaje en la distancia en la figura de Micharmut, el más excéntrico y enigmático miembro de la Escuela Valenciana, orfebre de tebeos que son pura abstracción hipnótica.

El ilustrador Guillem Cifré.
El ilustrador Guillem Cifré.

Los primeros pasos profesionales de Cifré se desarrollaron en la revista de humor Mata Ratos, una auténtica zona de tránsito donde recalaron históricos de Bruguera, futuros motores de la contracultura y los miembros de ese revelo generacional en la especialidad de la historieta cómica que años más tarde fundarían El Jueves. Tras su paso por otras publicaciones de ese género como la histórica El Papus o la futbolística El Hincha Enmascarado, Cifré encontró su mayor arsenal de complicidades entre los creadores reunidos en las propuestas underground de Los Tebeos del Rrollo, A la Calle y Propaganda Moderna, así como en las sucesivas cabeceras –Star, El Víbora- que irían definiendo y consolidando el camino hacia la profesionalización de todo ese relevo formado en el ámbito alternativo. La propuesta estética de la posterior revista Cairo –donde se intentaba articular un territorio común entre la memoria de la gran historieta europea y las direcciones más experimentales de la contemporaneidad- proporcionó un hogar a medida para la poética visual de Cifré y otros creadores de formas radicales y, por tanto, algo problemáticas para el público mayoritario.

Ganador del Premio Nacional de Cómic concedido por la Generalitat de Cataluña en 2009 y merecedor en dos ocasiones del premio Junceda de humor gráfico –en 2004 y 2006-, maestro de la ilustración a color y cartelista de gusto exquisito, Cifré, cuyo trazo pasó por un gran número de publicaciones –entre ellas, este mismo diario-, participó en la identidad gráfica de programas televisivos como Planeta imaginarioEl bigote de Babel, dialogó con la obra en prosa del poeta J. V. Foix en el libro Pels carrers assolellats i altres proses y aportó un aire surrealista al oficio de la tira de prensa a lo largo de su prolongada colaboración con el diario El Punt/Avui. Sus álbumes Modernas y profundas, Artfòbia, Artfòbia IIHistorias del Tío del Final dan fe de la condición irrepetible de su arte, aunque buena parte de su obra historietística a color sigue pendiente de recopilación. La enfermedad le pilló trabajando en la preparación de una serie de cabeceras animadas con su personaje El Tío del Final para TV3, -icónica figura que también iba a protagonizar un segundo álbum, con abundantes colaboraciones de artistas afines, preparado por Editores de Tebeos-, la recopilación para la editorial Ponent de los trabajos protagonizados por otra de sus creaciones –el Senyor Ruc- y la producción de series limitadas de trabajos artísticos –Les Manufactures del Sotan- para amigos e incondicionales. Un ambicioso proyecto de novela gráfica basada en hechos reales, que el autor empezaba a planificar, deja un doloroso interrogante sobre su manejo de un nuevo potencial expresivo.

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