_
_
_
_
_

El sonido de la era posChávez

Retrato de la escena musical independiente venezolana, en la que destacan bandas como La Vida Bohéme, Los colores y Okills

Los cinco de Okills.
Los cinco de Okills.

Apenas le fue colocada la banda presidencial la semana pasada, comenzó a circular rápidamente en las redes sociales la captura de la imagen de un vídeo en la que se puede apreciar a un entonces lozano Nicolás Maduro actuando en un programa de televisión, en el alba de los ochenta, junto al grupo de hard rock Enigma. Más allá de la anécdota, revelada por Félix Allueva, mandamás de la Fundación Nuevas Bandas y principal versado sobre la historia de la música popular contemporánea de la nación caribeña, acerca del antecedente revolucionario del sucesor de Hugo Chávez en el poder, la agrupación que integró el político caraqueño de 40 años formó parte del movimiento Rock Nacional, uno de los tantos intentos organizados de la escena de ese país por posicionar la cultura del género en el imaginario popular. Pese a que esta asonada, encabezada por el conjunto de heavy metal Arkángel, alcanzó relativa notoriedad, no logró, al igual que otros emprendimientos previos, sostenerse en el tiempo ni mucho menos ganarle la pulseada a los sones tropicales.

Si bien la eterna lucha del rock venezolano ha sido su propia subsistencia como escena, en el último lustro, después de que el post punk en la segunda mitad de los ochenta propusiera adaptar la contracultura inglesa a la imagen y semejanza de la idiosincrasia caraqueña -lo que permitió la construcción sostenida de unas bases que posibilitaron que hoy muchas bandas pudieran ingresar al mainstream nacional-, el indie criollo se tornó no solo en la revelación de la música local, sino en la promesa del pop independiente latinoamericano en 2013, al punto de que varios de sus exponentes, los conjuntos caraqueños Viniloversus y Los Mesoneros, al igual que el cantautor marabino Ulises Hadjis, estuvieron entre los nominados del Grammy Latino del año pasado, secundando a los capitalinos La Vida Bohème, que también recibieron postulaciones para la gala de la estatuilla con forma de gramófono de 2011. No obstante, su aparición en el mapa sonoro regional y la adquisición de su identidad no fueron circunstancias fortuitas.

“Soy una persona orientada sobre las formas, pero comprobé que la música es un arte de espacio y no de tiempo”, asegura Henry D’Arthenay, vocalista y guitarrista de La Vida Bohème, la banda insignia del indie venezolano, que pondrá a la venta este mes su segundo disco, Será. “A la vez que disfrutaba de The Rapture, sentía que seguía siendo una reinterpretación latinoamericana de algo que era occidental. Así que tomamos conciencia acerca de lo que estábamos haciendo, y trazamos una línea en ese sentido. Con Será quería saber qué pasaba si yo adaptaba las formas idiosincráticas de acá, e intentaba hacerlas entendibles para personas de fuera. Más que nada porque veía que muchos músicos estaban empezando a explorar el afropop, aunque no lo comprendían del todo. Nosotros venimos escuchando a Juan Luis Guerra desde que nacimos, ese rollo lo llevamos en la sangre. Por eso intentamos reconquistar concienzudamente nuestro acervo debido a que no entendía por qué un estadounidense nos tenía que enseñar lo que son las métricas caribeñas”.

La banda Los colores.
La banda Los colores.

Si la influencia del inminente trabajo de La Vida Bohème parte de la compleja dialéctica entre la cadencia del folclore venezolano y el sentido de pertenencia cultural -orientado por el instinto de modernidad- que desarrolló Karftwerk en Trans Europe Express, la musa de Los Colores es el bolero. “Es lo que escuché a lo largo de mi vida”, justifica Alejandro Sojo, vocalista y guitarrista del trío, que en enero pasado, poco antes de lanzar su primer disco, Clásico, fue elegido por la revista Billboard como uno de los 10 artistas latinos para ser tomados en cuenta en 2013. “Cuando buscamos un rasgo propio para nuestro sonido, tomamos el bolero a manera de línea melódica”. Aunque el indie bolivariano ostenta una impronta celebrativa, sus temáticas son consecuentes con la actual situación política y social del país. “Por eso no cantamos en inglés”, expele Álvaro Casas, baterista de Americania. “MientrasFamasloop o La Vida Bohème abordan una postura social, nosotros le cantamos al amor, lo que también es político, sobre todo en esta época”.

A diferencia de Europa o Estados Unidos, donde el indie surgió como una alternativa al establishment para defender una decisión estética, en Venezuela se transformó, especialmente en los noventa, en una necesidad ante el desinterés de la industria local por el riesgo artístico que adoptaron muchos exponentes. Por eso, si hubiera que fechar el nacimiento del pop independiente de ese paraíso tropical, sería en 1992, con la fundación de Dermis Tatú, power trío que apeló a la autogestión para desenvolver una trayectoria que legó un único álbum, La mató, la violó, la picó (1995), el sello Tas Sonao y la primera leyenda del rock venezolano, Cayayo Troconis. Sin embargo, la naturaleza de la actual avanzada de bandas nacionales asociadas a esta escena asoma paralelismos con la del post punk patrio de la segunda mitad de los ochenta y primer trienio de los noventa, comandada por Sentimiento Muerto, grupo en el que también militó el vocalista y guitarrista fallecido en 1999, a partir de su conexión generacional, y de su frescura musical y desparpajo organizativo.

“Es raro, pero la mayoría de los músicos de la escena somos contemporáneos”, explica Leonardo Jaramillo, conocido por su álter ego, “El Kamarón, guitarrista del conjunto Okills, de 24 años, el promedio de edad de artífices y público en el indie nacional. “El movimiento tendrá cinco o seis años, pues antes no vi nada parecido. Muy pocos de nosotros tenemos un disco en la tienda, aunque todos nos conocen. Incluso, los más chamos versionan nuestras canciones”. Al mismo tiempo que la cultura hipster, que abrazó al pop independiente como banda de sonido, penetraba en la NBA, algo similar sucedía en Venezuela con el fútbol. “Si hay un factor que aúna a ambos es la lucha por superarse y abrir caminos”, asevera Álvaro Casas de Americania. “Tenemos un gran ímpetu debido a que contamos con poco apoyo para exponernos, y supongo que pasa lo mismo con los jugadores. Por eso no me parece extraño que el auge de la Vinotinto y de esta movida del rock venezolano se haya producido simultáneamente, en esta última década. No tenemos nada que envidiarle a nadie”.

Las bandas que componen el pop independiente venezolano actual se han valido de las redes sociales no solo para promocionar sus actividades, sino para colgar sus discos. “Antes la venta del álbum era un negocio”, alega el guitarrista de Okills. “Ahora aprovechamos que Venezuela es uno de los países más conectados a la tecnología, en proporción a sus habitantes, para fomentar la interacción”. Sin embargo, a pesar del buen momento que atraviesa el indie del terruño caribeño, las agrupaciones aún padecen la escueta infraestructura oficial y privada para actuar. “Es muy raro lo que pasó con mi grupo porque comencé tocando en un local, y de repente pasé a las plazas y todo este rollo”, describe Henry D’Arthenay de La Vida Bohème. “Todo lo que hicimos fue en pro de que otras bandas se animaran también a intentarlo. Pero para que haya una escena de verdad, hace falta algo clave: y es que no sea solo un fenómeno del Este de la ciudad. No siento que eso pueda suceder hasta que la música que estás haciendo suba al barrio. Yo quiero saber lo que está pasando en el cerro”.

La vida de Bohème.
La vida de Bohème.

Aparte de ser el más influyente de los combinados nacionales, La Vida Bohème es el artista más internacional que tiene el indie bolivariano en este momento, a tal instancia que recibió recientemente una invitación del show televisivo del músico inglés Jools Holland para participar este año en alguna de sus ediciones, lo que lo transformaría en el primer grupo del pop independiente de habla hispana en consumarlo. Pero las oportunidades para su proyección foránea son tan escasas desde su país que han manejado la posibilidad de establecerse en otro terruño. “Es una situación jodida, por lo de la conciencia de que nuestro discurso está atado a ideales de aquí”, apunta D’Arthenay. “Abrimos todos los conciertos de nuestra gira por México y Estados Unidos con el himno nacional. Si nos vamos, lo haríamos por una sencilla razón: el venezolano está ausente del debate internacional. Somos un pueblo muy complejo, cultural e intelectualmente, como para que sigan creyendo que Venezuela solo es sinónimo de Chávez o Carlos Baute, o que somos una sociedad superficial”.

Tras el fallecimiento de Hugo Chávez, el pasado 5 de marzo, los venezolanos experimentan la incertidumbre sobre su futuro sin el líder revolucionario. Y el indie nativo ha comenzado a tomar conciencia de ello. “Me siento a la deriva”, confiesa El Kamarón, de Okills, quinteto caraqueño cuyo EP Iniciando transmisión (2011) se puede descargar gratuitamente en su página web. “Es una sensación aleatoria de que me puede pasar algo como que no. No sé. Si bien no tengo en este momento una visión política fuerte, me preocupa lo que le suceda a mi país. Hay cosas que uno no debe ignorar como artista, de eso se trata el compromiso. A pesar de que a veces el sentimiento es de angustia y hasta de represión, estoy en la obligación de seguir adelante. Ésta es una que en 10 años tendrá otro significado. Es como cuando lees un libro de historia, que se trata sobre el pasado para comprender el presente. Aunque nunca me imaginé que iba a vivirla en carne propia. Uno necesita del conflicto en la vida para resolverlo”.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_