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Con el caballero andante

La versión que romana de 'Don Quijote' ha sido encomendada a Mijail Messerer, maestro procedente de la tradición moscovita

En estas mismas fechas, también se puede ver otro Don Quijote en la Ópera de París. El título no baja nunca de la cartelera internacional del ballet, y en la mayoría de los casos, el referente coreográfico es la misma línea que va del estreno moscovita de Marius Petipa en 1868, a la versión de Alexander Gorski de 1900, ahora por fin reconocido por la historiografía como el primer renovador de la escena del ballet y verdadero padre de la modernidad que cuaja con su seguidor virtual Mijail Fokin.

La versión que se está poniendo en Roma ha sido encomendada a Mijail Messerer, que procede esa ilustre familia de maestros, bailarines y coreógrafos que están en el árbol principal de la tradición moscovita. Ahora Messerer es coreógrafo titular en el Teatro Mijailovski de San Petersburgo, que dirige Nacho Duato. Su Don Quijote respeta la tradición y a la vez enfila el estilo hacia una recuperación paulatina de las danzas de carácter local, en la medida que la preparación de la plantilla romana lo permite. Su respeto por Gorski incluye no tocar las partes que éste agregó con música españolizante de otros compositores tardíos.

Se puede resumir que Messerer se adaptó también con eficacia a unos decorados y vestuarios precedentes, de una producción anterior de la casa romana, que cumplen con detalles también poco vistos, desde los jardines andaluces a una plaza de Barcelona del primer acto muy gótica; esos aciertos se sostienen en el colorista vestuario, pues ese eclecticismo que permite el ballet ha hecho que los pintores se despachen a gusto, entonándolo todo en esa tradición, la España rusa, que no deja de ser una visión romántica. Messerer retoma la estructura de los cinco cuadros en tres actos, dando peso tanto al baile de los gitanos como a las escenas de taberna.

La pareja protagonista, Quiteria y el barbero Basilio del pasaje cervantino de Las bodas de Camacho estaba encomendada el día del estreno, entre otros invitados, a los cubanos Venus Villa (actualmente en la plantilla del English National Ballet) y a la estrella internacional Rolando Sarabia, que ha vuelto a las tablas con redoblada energía y su inveterado sentido de elegante virtuosismo. Y él se robó la función merecidamente. Su porte, sus giros equilibrados y la manera ciertamente latina de dar vigor al personaje, encandilaron al público. Venus Villa no tanto, su fraseo fue escaso, se merendó trozos enteros de música, sus correspondientes pasajes de dificultad y hasta sustituyó los inveterados y esperados 32 fouettés del tercer acto por otro recurso de bravura que no es ni por asomo lo que pide la obra. Su obsesión circense con el dichoso abanico pervierte cualquier pantomima y vulgariza el resultado.

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