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Matinales de EL PAIS

Sauna pop

Miss Caffeina llenó ayer la Sala Galileo al mediodía, en una de las jornadas más calurosas de la capital en lo que va de año

Concierto de Miss Cafeína en la sala Galileo Galileo en Los Matinales de EL PAÍS.
Concierto de Miss Cafeína en la sala Galileo Galileo en Los Matinales de EL PAÍS.víctor sainz
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Ante la miríada de bandas pop herederas de eso tan difuso llamado indie, el peligro de caer en la irrelevancia es un hecho. Lo que salva a Miss Caffeina y le permite destacar y vivir de la música (algo reservado a unos pocos en la era Spotify) es algo tan sencillo como la honestidad. El grupo madrileño no va de nada. Ni pretende inventar la rueda. Solo hacer un puñado de canciones que representen un momento musical de nuestro país, como ha dicho en varias entrevistas.

Así fue el concierto de ayer en la Sala Galileo, dentro de Los Matinales organizados por EL PAÍS en colaboración con Planet Events y Les Nits de l’Art: honesto. El cantante, Alberto Jiménez, representaba ese descreimiento cuando, a tres canciones de finalizar, hicieron el teatrillo de marcharse para que el público gritase "¡otra, otra!", y volvían a aparecer sobre el escenario al cabo de algunos minutos. "Ya sé que esto del bis está pasado de moda, pero no hemos podido evitarlo", bromeaba el vocalista. Justo antes de la última canción, Mira cómo vuelo, la más esperaba por todos (mucha gente vestía una camiseta con el título impreso), Jiménez se puso provocador: "¿Os imagináis que ahora nos vamos sin tocar la que todos estáis pensando?".

No pretenden los componentes de Miss Caffeina jugar la baza de grupo atormentado al margen de etiquetas, sino su rol, el de banda exitosa a la que las cosas le van muy bien. "Este es el momento en el que la música alternativa deja de pertenecer a un gueto", dice Jiménez, y añade: "Lo minoritario no tiene por qué ser mejor, todos los grupos queremos llegar al mayor número de gente posible".

Su último disco, Detroit, les ha sacado precisamente de las liguillas para jugar a lo grande. Las entradas para el concierto de ayer hace tiempo que estaban agotadas, y eso es algo que les sucede habitualmente. Hace meses que querían dejar de girar para centrarse en componer, pero les ha sido imposible. "Nos salen bolos todo el rato, y no sabemos decir que no. Al fin y al cabo, estamos aquí para esto", explica el cantante.

Muchas canciones de Detroit son pelotazos a la primera escucha, cuando en álbumes anteriores había que rascar un poco más. Ahora, la banda se torna luminosa y digerible, que no es lo mismo que obvia: se permiten ser menos canónicos, como con Ácido, que suena en directo aún más discotequera que en estudio. Por la pieza (la primera compuesta por el guitarra solista), que sonó aún más discotequera en directo, discurren cierto deje del Hello again de The Cars, algunos arreglos sintéticos deudores de los últimos Daft Punk y el erotismo chocarrero de Scissor Sisters. En Eres agua la guitarra adopta, desacomplejada, el tempo y la brillantez de muchos temas de The XX. También hay espacio para la reivindicación: Oh! Sana critica sin ambages la postura de la Iglesia frente a la homosexualidad.

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Y así transcurrió un concierto que superó la hora y media, generoso por parte de la banda, pero también de su público: fuera el termómetro se acercaba peligrosamente a los 40 grados, y la en la Sala Galileo el aire acondicionado no podía competir con el calor de cientos de cuerpos que bailaban y gritaban desgañitados, sobre todo en el último tramo, el más marchoso. Y es que Miss Caffeina, cuando más brilla, es cuando se aleja de los medios tiempos y sube el ritmo: "Si habéis venido a bailar a estas horas, es porque ayer seguuuuro que no salisteis de marcha, ¿verdad?", culminada Jiménez, en un ambiente de complicidad fiestera.

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