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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Modelo y el populismo penal

Pensemos en vías más civilizadas de afrontar el delito, pero salvemos el edificio, ejemplo del modelo panóptico: la arquitectura como máquina de poder

Josep Ramoneda
Vista aérea de la Modelo, ejemplo de arquitectura panóptica.
Vista aérea de la Modelo, ejemplo de arquitectura panóptica. Joan Sánchez

La cárcel Modelo de Barcelona cerró 113 años después de su inauguración. La prisión que un día fue presentada como ejemplo del reformismo penitenciario muere obsoleta, con décadas de retraso. El edificio revierte a la ciudad y se abre ahora un importante debate cívico sobre su destino y sobre el impacto en el barrio. De momento, los buitres ya se han lanzado sobre algunos vecinos de la zona, ante la oportunidad de un negocio inmobiliario que puede echar a mucha gente de sus casas. ¿Otro barrio arrasado por la especulación?

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Pero este acontecimiento es también una oportunidad para reflexionar sobre la cultura del castigo en nuestras sociedades. Y sobre la significación de las cárceles. La Modelo ha sido testigo de tragedias personales, familias destrozadas, víctimas y verdugos, vidas frustradas, vidas desmesuradas, vidas marcadas, vidas perdidas, figuras icónicas de la historia de un país, riada de sentimientos y de resentimientos, señales de sangre y de sordidez y mucha letra pequeña de la vida, todo ello vivido en un espacio cerrado a cal y canto. El barrio pierde densidad emocional, aunque lo que ocurriera allí dentro solo transpirara hacia el exterior de vez en cuando: ejecuciones, fugas, motines, furgones policiales que van y vienen, presos que entran, presos que salen, familiares, amigos y abogados que transitan por el barrio. Los medios han glosado estos días la represión política, que marca la historia de la Modelo. Salvador Puig Antich siempre será un icono de la barbarie del tardofranquismo. Pero una cárcel la configuran sobre todo los presos comunes, la sombra de la vida cotidiana, la realidad de las fronteras nada épicas de la convivencia, y los cambios en los hábitos y en los modos de vida de una sociedad. Y a esta población, marcada por el estigma del delito, se le niega reconocimiento y memoria.

A pesar de que en la vida cotidiana vivimos tiempos menos violentos que nunca, en los últimos cuarenta años, la población penal ha crecido enormemente, en todas partes. El caso más espectacular es Estados Unidos dónde en 1970 había 200.000 reclusos y ahora hay 2,3 millones. El investigador Didier Fassin lo atribuye a la combinación de dos fenómenos: la intolerancia selectiva de la sociedad frente al delito y el populismo penal. Lo que se traduce en “una extensión del dominio de la represión y en una ampliación del régimen de sanción”. La reforma del Código Penal y la ley mordaza lo atestiguan en España. Los Gobiernos cultivan el miedo y los ciudadanos piden castigo. Se dicta una sentencia de 15 años de cárcel y se oyen voces que dicen: ¿sólo?

Escribía Claude Lévi-Strauss en Tristes trópicos: “A la mayor parte de las sociedades que llamamos primitivas” la forma como expulsamos a los individuos considerados peligrosos “fuera del campo social, aislándolos temporalmente o definitivamente, sin contacto con la sociedad, en establecimientos destinados a este uso” les inspiraría “un horror profundo”. “Revelaría a sus ojos la misma barbarie que nosotros tenemos la tentación de imputarles”. En pleno siglo XXI, encarcelar a las personas, sacarlas de la circulación por un tiempo, es el más usual de los castigos. La ciudadanía no sólo no lo cuestiona sino que lo aplaude. Nos parece lo más natural del mundo. ¿No sería el momento de abrir un debate sobre el populismo securitario y pensar en un nuevo reformismo para encontrar vías más civilizadas de afrontar el delito?

Termino con un ruego. Hay que salvar el edificio, hay que conservar este ejemplo canónico del modelo panóptico: la arquitectura como máquina de poder, que habilita la torre central para que un ojo invisible pueda contemplar lo que ocurre en cada una de las galerías. Una forma arquitectónica clave en el diseño de la modernidad. Nació para mejorar la condición de los presos condenados a morir en las viejas mazmorras, en tiempo de reforma humanista, pero fue la construcción que guiaría a todos aquellos edificios que debían poner a cada cual en su sitio en búsqueda de la eficiencia de la nueva sociedad: es el modelo de la prisión pero también de la fábrica, de la escuela, del hospital, del cuartel, del manicomio. El nuevo orden disciplinario. La Modelo cae cuando el ojo invisible se ha convertido en algoritmo en el universo digital.

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