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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ilusión como valor político

Parece que aquellos militantes que desean un PSOE fuerte, capaz de alcanzar la presidencia del Gobierno, escogen precisamente al líder que en seis meses ha perdido dos elecciones

Francesc de Carreras

Hasta ahora, para analizar la política, había que utilizar la economía, la historia, la sociología, el derecho, la geografía, la filosofía política, la tecnología, la psicología, la demografía… entre otras ciencias conexas o derivadas de éstas. Todas ellas, en grados distintos, contribuían a que los problemas políticos se aclarasen, pudieran comprenderse y, en lo posible, solucionarse.

En los últimos tiempos, de todas las ciencias enumeradas, una de ellas, hasta hace poco de importancia menor en el análisis político, es preponderante: la psicología. Cada vez más, el mundo político tiende a ser explicado desde esta ciencia que se aplica tanto a los gobernantes como a los gobernados, tanto a la psicología individual como a la psicología de masas.

La revolución tecnológica de los medios de comunicación ha contribuido poderosamente a este fenómeno. Del periodismo que buscaba afanosamente la verdad estamos pasando al que se dedica a fabricar la posverdad, una forma nueva y sofisticada de denominar a lo que antes llamábamos, pura y simplemente, mentira. La vieja censura, que creíamos desaparecida, ha reverdecido con la poscensura, el chaparrón de insultos que vomitan las redes para infundir miedo a quienes se atreven — con más o menos acierto, eso no es relevante— a poner en cuestión ciertos dogmas que se consideran intocables. Se quiere estar en la certeza, en la certeza absoluta e indiscutible, no en la duda, precisamente el fundamento de todo el mundo moderno.

¿Cogito ergo sum? Ni hablar. Recibir consignas para no pensar, o pensar con el corazón y no con el cerebro. La fe: ella nos conduce a la verdad, Hitler dixit. Malos tiempos para el conocimiento y la razón, buenos para la incultura y la pasión, las emociones y sentimientos desaforados. De la modernidad hemos pasado, por lo visto, a la posmodernidad. El peligro se veía venir desde que en la estela de Nietzche, Heidegger o Wittgenstein, pensadores, para decirlo de alguna manera, como Foucault, Lacan, Lyotard, Baudrillard, Deleuze, Barthes, Derrida o Vattimo, entre otros, irrumpieron con más éxito del previsto en el panorama filosófico contemporáneo.

Que Pedro Sánchez arrase en las primarias del PSOE tiene pocas explicaciones fríamente razonables. Parece que aquellos militantes que desean un PSOE fuerte, capaz de alcanzar la presidencia del Gobierno, escogen precisamente al líder que en seis meses ha perdido dos elecciones, cada vez por mayor margen de diferencia con el PP y que con los peores resultados obtenidos por su partido desde los inicios de la transición democrática. No digo que la culpa de estas derrotas fuera de Sánchez, pero alguna parte en ella tendría y, en todo caso, en el partido socialista hay una dignísima tradición de asumir la responsabilidad de las derrotas, con culpa o sin ella: Felipe González primero y, sobre todo, Joaquín Almunia y Alfredo Pérez Rubalcaba, dimitieron por fracasos electorales de mucha menos entidad.

Además, las dos grandes consignas del vencedor de las primarias han sido de una profundidad perfectamente descriptible: primero fue el “no es no”, ahora el “sí es sí”. Y los argumentos se han basado sobre una posverdad: que a Sánchez lo echó de malas maneras la vieja élite del PSOE en el Comité Federal del pasado 1 de octubre, cuando lo cierto es que él puso de antemano su cargo a disposición de dicho Comité si no le aceptaba convocar un Congreso extraordinario en el plazo de un mes, algo insólito en la historia del partido socialista. Al perder la votación, dimitió de su cargo. Voluntariamente. Decisión comprensible por falta de apoyo pero, al fin y al cabo, voluntaria. En todo caso, nadie le echó, aunque muchos le tenían ganas por fundadas razones.

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Consignas de publicidad comercial, argumentos falaces pero, y ahí está el factor psicológico, a Sánchez los militantes le han votado con ilusión. Decía lo que ellos querían, ganar y echar al PP del Gobierno. Pero la razón indica que ello requiere ganar las elecciones o encabezar una coalición viable y coherente para gobernar. Ni se ganaban las elecciones, al contrario, se perdían estrepitosamente, ni se logró en nueve meses una coalición viable. Pero Pedro Sánchez, por lo que sea, suscita ilusión, a la manera del tul de los vestidos de novia, y eso es hoy, por lo visto, lo que venden los consultores de comunicación política. Los ilusos ganan, mal vamos.

Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.

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