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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Demolición de la ‘casa nostra’

El secesionismo ha dividido la sociedad catalana, generando factores de colisión interna y exclusivismo que hasta antes de la crisis de 2008 quedaban arrinconados

Agentes de la Guardia Civil, durante uno de los registros de la antigua sede de CDC.
Agentes de la Guardia Civil, durante uno de los registros de la antigua sede de CDC.MASSIMILIANO MINOCRI

En el pasado existía alguna posibilidad de que al hablar de Cataluña como casa nostra pudiera darse alguna aproximación semántica común, desde luego cada vez más vaga. Hoy, dado el impacto distorsionante del procesisme, cuando alguien hace referencia a casa nostra, se impone la pregunta: casa nostra, ¿de cuántos y de quiénes? En realidad, casa nostra acabó delimitando un nosotros y un ellos. El panorama de descomposición política en Cataluña algo tiene que ver con eso desde el momento en que, para ser de casa nostra”, para que pertenecer arrope y legitime, se daba por sentado que la ropa sucia hay que lavarla en casa, en casa nostra. ¿Cómo lavar en casa la ropa sucia del Palau de la Música, de las tramas convergentes o de la familia Pujol? En paralelo con la idea tan arcaica y pairalista de lavar la ropa sucia en casa, se da la tesis de un soberanismo que al saltarse la ley redunda en la entelequia de un excepcionalismo catalán, fácilmente ajeno al orden constitucional. Al mismo tiempo, como oficina de empleo, el nacionalismo radical ha engendrado un lumpen mediático y pseudo intelectual de una belicosidad que va en aumento a medida que aparecen nuevos indicios del fracaso del proceso de separación de España. En el futuro, recomponer el sentido de casa nostra será impracticable, añadiendo frustración al emocionalismo secesionista. Estamos en una frontera semántica, en la que solo si el lenguaje sirve para convivir será posible verse cara a cara con el futuro.

El secesionismo ha acabado con una cierta significación concertada de casa nostra y ha dividido la sociedad catalana, generando factores de colisión interna y exclusivismo que hasta antes de la crisis de 2008 quedaban arrinconados aunque —como se ha visto después— ya iban erosionando los fundamentos del pluralismo. Como caso flagrante, TV-3 y Catalunya Ràdio están decepcionando a sus audiencias con un sectarismo que a la vez perjudica la autoestima de los buenos profesionales que, mientras pudieron, se esforzaron por la credibilidad de unos medios de comunicación que son parte del bien público, a cargo del contribuyente, sea votante del partido que sea y refiera como refiera libremente su identidad.

En los fastos conmemorativos de 1714 quedó patente, de forma extremada, la concepción excluyente de la casa nostra de otros tiempos. Al pretender convertir una guerra de sucesión en una guerra de secesión, la sociedad catalana quedó lesionada, tanto por la falta de rigor histórico como por la sumisión de los fastos a la dinámica del proceso. Casa nostra quedaba al servicio de la parcialidad y de los errores tácticos de Artur Mas. De todo aquello, en verdad, queda poca cosa, salvo las reflexiones de los pocos historiadores que osaron poner en cuestión los sesgos interpretativos de 1714. El deslizamiento del nacionalismo hacia el proceso secesionista confirmaba sobradamente su ruptura con el catalanismo cultural e histórico. Comenzaba otra cosa, de una parte caos argumental por parte de quienes propugnaban un determinismo de la nación catalana; de otra, la insatisfacción de aquella ciudadanía de Cataluña que se sentía o bien ajena o bien enfrentada a la idea de independizarse de España quedando fuera de la Unión Europea. El sentido último de casa nostra es hoy una antigualla que obstaculiza la reflexión colectiva y el contraste de pareceres, la conversación pública que es la esencia de una sociedad civil.

Ralf Dahrendorf indagó con acierto el concepto de oportunidades vitales, es decir, el conjunto de posibilidades y ocasiones que su sociedad o su posición social específica ofrecen al individuo. La vida misma es una respuesta a esas oportunidades. De ahí se deducían dos elementos: las opciones y los vínculos. Opciones para ejercer el derecho individual a elegir; vínculos como pertenencia, el hogar, la memoria del pasado, la comunidad histórica, la religión. De este modo, las oportunidades dan espacio para la elección personal y los vínculos mantienen arraigos y permanencias. En el equilibrio variable entre opciones y vínculos las sociedades pueden afrontar de una parte el logro de la autonomía individual y de otra el riesgo de atomización. En estos momentos, casa nostra no sería una oportunidad vital para todos porque se predefine en términos de exclusión. Sus casos de corrupción la lastran penosamente y lo que queda del catalanismo parece más empeñado en conservar cuotas de poder que en proyectarse en el siglo XXI. Por el contrario, si equilibra opciones y vínculos, la libertad afirma sus márgenes.

Valentí Puig es escritor.

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