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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Monjas, misas y catedrales

De la 'madre superiora' del clan Pujol a la condena por agitación política en una misa, pasando por los retiros espirituales de Macron y Le Pen

Mercè Ibarz
Marta Ferrusola en la comisión parlamentaria sobre su marido, Jordi Pujol, en 2015.
Marta Ferrusola en la comisión parlamentaria sobre su marido, Jordi Pujol, en 2015.Getty

La simbología católica se renueva estos días como en una película de Berlanga o en una versión esperpéntica de la tercera parte de El padrino y su recreación de los lazos entre mafia, religión y poder. Parece broma pero no lo es: la jefa del clan Pujol, Marta Ferrusola, firmaba como "la madre superiora de la Congregación" las comunicaciones internas con su banco andorrano para transferir "misales", palabrita que usaba para referirse a millón de pesetas, y se dirigía a su gestor bancario como "reverendo padre". Lo hemos sabido prácticamente al tiempo que en Francia los dos candidatos a las presidenciales terminaban sus campañas en dos grandes catedrales galas, un gesto poco frecuente en la laica república francesa. Y a la vez que la audiencia de Girona condenaba a seis meses al activista que lanzó durante una misa consignas y panfletos contra la ley del PP que quería reducir las condiciones para el aborto.

No son situaciones semejantes, pero es sólo cuestión de perspectiva. La Ferrusola se daba un nombre religioso que, más allá de las chanzas que está provocando, le debía de parecer la perfecta tapadora para sus fraudulentos negocios a finales del siglo XX. No dejaba de ser, desde luego, una continuación del nacionalcatolicismo: patria-religión-dinero. Por lo sabido esta semana, el día de la declaración de Forcadell, el matrimonio Pujol y sus siete hijos se han beneficiado de unos 70 millones de euros. ¿Qué más sabremos en las próximas semanas, al ritmo del desafío independentista que tan bien calibra la UDEF con sus revelaciones?

Pasemos ahora a Francia y su nuevo presidente, el joven Macron, de treinta y nueve años, que ha llegado aquí sin siquiera un partido político detrás. Un periodista francés corresponsal en Barcelona decía el domingo por la noche en la televisión que bien puede decirse que hace tres años Macron entró de "becario" (asesor económico) en el Elíseo y ahora lo preside. Su muy medida campaña terminó en la catedral de Rodez. Un lugar perdido en el mapa, donde pasó sus últimos años el poeta Artaud en un manicomio tan tremendo que lleva años destruido, pero Macron no fue allí por el poeta. Consciente de su condición de banquero apátrida y mundializador, con imagen de sólo saber contar en euros o las monedas que se tercien, el hoy presidente dio así su nota espiritual: se encerró en la muy severa y austera catedral, uno de los símbolos del patriotismo francés, para dar así un mensaje a los desvalidos trabajadores franceses desde un lugar tan olvidado de la mano de Dios como de la de Alá.

Por su parte, Marine Le Pen se encerró ese mismo día de vísperas de la jornada de reflexión (aunque en Francia no la llaman así) en la catedral de Reims, capital de la Champagne, donde está enterrada la crema de la realeza de Francia. Donde fue recibida a tomatazos por un buen grupo de gentes a las que su gesto no solo no les pareció bien sino tampoco ella misma y ese Frente Nacional que ha terminado por sacar casi once millones de votos, que son tantísimos. Marine no calculó los tomates, pero sí la gloria "patriótica" de Reims. Para seguir disputando a Macron lo patriótico en las elecciones de junio, a través de una catedral para empezar la tercera vuelta electoral.

Eso sucede en Francia, un estado que hace gala de laicismo, aunque bien parece que Macron y Le Pen lo hagan de catolicismo, sin importarles sus muchos conciudadanos musulmanes. ¿Se imaginan que los jefes de los principales partidos en liza electoral aquí se recogieran en catedrales? No parece de momento posible. Aunque puede que no tardemos en verlo. Signos, los hay: los signos que nos llevan al tercer asunto de este artículo, la condena de seis meses a un hombre de 40 años por haber entrado en una iglesia a perorar contra el proyecto antiabortista del PP y lanzar octavillas al respecto. Sucedió durante la misa del domingo 9 de febrero de 2014 en Sant Pere de Banyoles (Pla de l’Estany). El proyecto de ley no prosperó, es de los pocos tumbados al PP. Pero la justicia cree que estamos ante un delito contra la libertad religiosa que prevale en este caso sobre la libertad de expresión, eso dice. Puede, pero ¿seis meses de cárcel?

El rearme católico no lleva trazas ecuménicas ni contemporiza, en suma. No está para gaitas. Protege a la congregación y sus madres y padres superiores. ¿Quién dijo laicismo? ¿Qué es eso? Desde luego, Marta Ferrusola no lo practica. Por cierto, ¿la veremos en la cárcel?

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Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF

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