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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El serial francés: desenlace en junio

Macron debe saber que hay una tercera vuelta, en las legislativas. Entonces no será un voto de excepción pero si un voto excepcional, para sacar a Francia del embrollo

Josep Ramoneda
Marine Le Pen y Emmanuel Macron, ante del debate.
Marine Le Pen y Emmanuel Macron, ante del debate.POOL (REUTERS)

Durante su debate —es un decir— con Marine Le Pen, Emmanuel Macron se acordó de Jacques Chirac que en las presidenciales francesas de 2002 rechazó sentarse ante Le Pen padre para no contribuir a “la banalización del odio y la intolerancia”. Desde la misma noche electoral, el rechazo a Jean Marie Le Pen fue masivo en la calle y en los medios. Desde entonces, el Frente Nacional ha ido adquiriendo carta de normalidad en Francia, gracias a la complicidad por defecto de sus adversarios que no le combatieron en ningún frente: desdeñaron las causas del malestar que propiciaban su crecimiento, insistieron en las políticas que ha servido de caldo de cultivo del odio y del resentimiento, adoptaron parte de la agenda del FN (especialmente en seguridad e inmigración) y desactivaron la confrontación ideológica. Emanuel Macron no ha querido que el rechazo a confrontarse con Marine Le Pen fuera interpretado como un menosprecio a una parte sustancial del electorado francés que puede acercarse a los once millones en la segunda vuelta.

El espectáculo transmitió un profundo malestar. La agresividad de Marine Le Pen, en la explotación de las frustraciones y del miedo, alcanzo el delirio y se hizo contaminante. Una nube tóxica se propagaba por el plató, alcanzaba a su adversario y a los moderadores, y traspasaba la pantalla hasta llegar a los espectadores.

Macron exhibió serenidad y voluntad de hacer un discurso afirmativo, sin despejar las dudas sobre cuál es la causa que representa. Le Pen se puso en evidencia: emergió la extrema derecha sin edulcorantes, como si de pronto Marine se hubiera reconciliado con su padre.

Pero al mismo tiempo el debate ha puesto en evidencia la difícil encrucijada de la política francesa. Quién ha de cortar el paso al Frente Nacional es un representante genuino de “la globalización feliz” con la que se identifica a los triunfadores de la debacle de estos últimos años. Un futuro presidente que, como ha escrito el cineasta François Ruffin, “es ya detestado” antes de empezar, incluso por muchos de los que le votarán. De ahí que tantos electores de la izquierda se resistan a Macron. Temen que con la coartada de frenar a la extrema derecha se esté legitimando el conformismo y creando las condiciones para que la tecnocracia europea pueda cantar victoria. Y que el deterioro continúe.

El debate del odio y del resentimiento, nos sitúa en el día después. ¿Con Macron en el Elíseo, se proclamara el triunfo de la Francia “optimista y cosmopolita” sobre “la reacción nacionalista”, y seguiremos en la vía de las reformas regresivas que han cargado el volcán, o se asumirá el carácter excepcional de la situación, con un presidente elevado a la peana por muchos electores que no confían en él, y se obrará en consecuencia? Macron debe saber que hay una tercera vuelta, en las legislativas, y que allí ya nadie tendrá que votar contra sus razones, sus deseos y sus convicciones. De aquella cita saldrá la mayoría que tendrá que gobernar. No será un voto de excepción (contra la amenaza de la extrema derecha) pero si un voto excepcional, para sacar a Francia del embrollo.

Frente al “ni de derechas ni de izquierdas” de la tradición fascista, Macron se presenta como de derechas y de izquierdas a la vez. Un brote supremacista de casta fuera de lugar. Si Macron piensa en un movimiento bajo su liderazgo providencial, se equivoca. Ni es posible: su figura provoca más rechazos que adhesiones incondicionales. Ni es deseable: lo peor que podría ocurrir es un gobierno de gran coalición que regalara la oposición a la extrema derecha.

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Es la hora de la Asamblea Nacional: en las legislativas de junio, los franceses decidirán con qué mayoría tendrá que gobernar Macron para afrontar las grandes fracturas que han dado vida al Frente Nacional. Empezando por la generacional. Macron llega en tercer lugar en el voto de los jóvenes a mucha distancia de Mélenchon y Le Pen.

A partir del domingo, Emmanuel Macron presidirá la República, en junio sabremos si además la gobernará. A pesar de la fuerza simbólica de la presidencia de la República no es fácil que en un mes un presidente sin partido y con poco carisma pueda crear un movimiento ganador a su medida. Los franceses decidirán si el eje de la V República se desplaza definitivamente de l’Elysée al Palais Bourbon.

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