_
_
_
_
_

Bejun Mehta triunfa en el Palau

El contratenor regresa a Barcelona después de cinco años

El contratenor Bejun Mehta.
El contratenor Bejun Mehta.

Cinco años después de triunfar en el Liceu, en un concierto con la Orquesta Barroca de Friburgo consagrado a Georg Friedrich Händel, su compositor fetiche, el contratenor estadounidense Bejun Mehta ha vuelto a saborear las mieles del éxito en su regreso a Barcelona. Su debút en el Palau de la Música ha sido, probablemente, el concierto más gratificante, por calidad, dominio del estilo y factura musical, del ciclo Grans Veus de Palau 100, por el que han desfilado hasta la fecha Philippe Jaroussky, Juan Diego Flórez y Piotr Beczala.

Con sencillez en las formas —sin divismos ni fingidas cercanías— cautivó Mehta por la naturalidad de su arte, con una voz cálida, bella y sin estridencias, una técnica perfecta y un gusto musical que huye de la exhibición en busca de la expresión sincera de emociones. Con estas virtudes, y el impecable acompañamiento de la Akademie für Alte Musik Berlin, con Bernard Forck como concertino-director, bordó un atractivo programa estrenado el año pasado en el Festival de Salzburgo, con el que también triunfó el 23 de abril en el Auditorio Nacional de Madrid.

El Händel más intimista abrió y marcó el tono de la velada con preciosistas interpretaciones del aria de la cantata Siete rose rugiadose, HWV 162 y otra filigrana vocal e instrumental del compositor sajón, la cantata da camera Mi palpita il cor, HWV 132c. Dos horas después, Mehta, que milita en la élite de los contratenores, cerró el programa en un clima de recogimiento y belleza lírica con otra perla handeliana, I will magnify thee, HWV 250b.

Entre esos dos momentos, Mehta recreó la belleza austera del Lamento-Ach, daß ich Wassers g'nug hätte de Johann Christian Bach, y el virtuosismo de la cantata Pianti, sospiri e dimandar mercede, RV 676, de Antonio Vivaldi, y nos llevó al paraíso barroco con una interpretación de la cantata Ich habe genug, BWV 82, de Johann Sebastian Bach, de dulces matices expresivos. La sorpresa de la velada, con campanas celestiales incluidas, fue la cantata del compositor Melchior Hoffmann Schlage doch, gewünschte Stunde BWV 53, atribuida durante mucho tiempo a Bach.

Para proporcionar descanso al solista, los formidables músicos del conjunto berlinés, con destacado protagonismo de la oboista Xenia Löffler, tocaron con finura el Concierto en re menor R129 Madrigalesco, de Antonio Vivaldi, y la preciosa y poco programada Sinfonia núm. 12, “la Passione di Gesú Signor Nostro”, de Antonio Caldara.

 

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_