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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Divide y vencerás

Si Zapatero dividió y venció, imagínense las divisiones que pueden producir los organismos que tienen esta tarea encomendada

Jordi Pujol y Pasqual Maragall, en una imagen de archivo.
Jordi Pujol y Pasqual Maragall, en una imagen de archivo.

Este mes de abril se cumplen treinta años de una de las discusiones más interesantes que se han vivido en Cataluña, la supresión de la corporación metropolitana de Barcelona, un conflicto que explica y resume la mayor parte de debates en los que vive sumido el país. La discusión que se produjo define las inseguridades y los vacíos que enfrentaron a Maragall y a Pujol y que llegan hasta aquí.

Reza el dicho que dice Pujol tenía Catalunya en la cabeza de la misma manera Maragall tenía Barcelona dentro de la suya, pero esa confrontación y sus consecuencias históricas puede que indiquen que cada cual tenía la imagen que se había forjado de su espacio, y que ninguno de los dos se atrevió a pensar completa una patria tan pequeña. Estamos en 1987, mayorías absolutas socialistas con un Maragall que no es el que será veinte años después, con LOAPA y unas inercias históricas que, si hoy todavía son vigentes, entonces eran fortísimas. La defensa del feudo, sea el área metropolitana, sea la Cataluña interior, son un síntoma de debilidad ante un poder mucho mayor, el del Estado.

Si alguna división le iba bien a todos y cada uno de los gobiernos estatales era la que describía Barcelona y Cataluña como dos entidades ajenas la una a la otra. Así, ni Barcelona se sentiría capital, ni Cataluña se sentiría país. Los intelectuales de la órbita del PSC, tan acariciados en el lomo desde Madrid, folclorizaban Cataluña hasta ridiculizarla. Dejaban constancia que ellos no hablaban raro y buscaban el reconocimiento a través del cosmopolitismo. Tanto lo buscaron que, poco a poco, se convirtieron en eso, en un gran Fórum de las Culturas. Fue solo un año después de que Maragall fuese presidente y se diese cuenta, al fin, de qué iba el poder de verdad cuando hablamos de las relaciones entre naciones, entre hegemonías. Cuando ya no se trataba solo de empujar el área metropolitana sino el país entero.

Tanto entendió Maragall los errores anteriores y las limitaciones a las que tenía que hacer frente que impulsó la reforma de un Estatut que luego CiU se encargó de recortar. La pequeñez de los pequeños es así. Hasta Zapatero sabía jugar mejor sus cartas que los políticos catalanes. Y si Zapatero, que no era ninguna lumbrera, dividió y venció, imagínense la cantidad de divisiones que pueden producir todos los organismos que, entre otras muchas, tienen esta tarea encomendada.

La pequeñez tiene sus herederos, ¿quién no quiere heredar un poco de miseria? Si los proyectos maragallista y pujolista tuvieron tanto éxito, ¿por qué no repetir la jugada? Si duraron más los partidos que los beneficios que trajeron a los ciudadanos, porque no volver a las andadas y sacar las rentas que sean pertinentes. ¿Por qué no volver a atrincherarse tras el área metropolitana? Ya nos inventaremos un nuevo movimiento con la Iniciativa de siempre y volveremos a levantar las barreras que sean necesarias.

Sucederá también lo de siempre, que el área metropolitana es valiente con los pequeños y cobarde con los poderosos. Pasará que le dirán desde Madrid cómo gestionar el puerto o si tiene avión para Tokio es un apeadero de Barajas. Pasará que la castraran políticamente a cambio de darle el espejo deformado del país a quien debería representar. Barcelona mirará por encima del hombro todo lo que esté a treinta kilómetros, pero como buena sirvienta seguirá pidiendo permiso a Madrid con la pequeñez de los pequeños. Eso sí, lo hará de manera ecológica y con algún festival solidario u otro de por medio. ¿Ciudades invisibles? Hay ciudades con vocación de invisibilidad. Es la nueva política, tan heredera de la vieja, que cree que solo puede sobrevivir si se adapta a la cuadrícula que le trazaron en su día.

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Barreras las hay por doquier. Si el corredor mediterráneo no supusiese también un empujón al corredor cultural y político que une Cataluña con el País Valenciano, haría años que tendríamos Barcelona y Valencia a un par de horas. El muro que han construido para que no se construya el corredor es el mismo que utilizaron para que no se viese TV3, el mismo que define como diferentes las lenguas de Benicarló y Amposta.

Lo que siempre sorprende de hoy es lo atado y bien atado que está todo al antes de ayer. Y lo bien que se han acostumbrado algunos nuevos movimientos políticos a las ataduras y a los treinta años de paz. Sin gloria, eso sí.

Francesc Serés es escritor.

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