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Cuando los madrileños cazaban elefantes

El Museo de San Isidro reabre sus puertas, tras siete años de cierre, con nuevas salas que abarcan desde el Neolítico hasta que la ciudad se convirtió en Corte

Sergio C. Fanjul
Huesos de un elefante de Orcasitas.
Huesos de un elefante de Orcasitas.Carlos Rosillo

En Madrid ahora hay albañiles, profesionales liberales, políticos y cada vez más turistas. No siempre fue así: hubo otra época en la que aquí, en vez de haber una jungla de asfalto, había mastodontes, elefantes o rinocerontes que campaban a sus anchas. Eran otro tipo de madrileños, probablemente más asilvestrados.

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A contar qué había antes de la ciudad y cómo se creó la urbe se dedica el Museo de San Isidro, o de los Orígenes de Madrid. Desde el año 2000 es la institución encargada de velar por el patrimonio arqueológico y paleontológico del Ayuntamiento de la capital. Su contenido se remonta 500.000 años atrás (ocupa más de 600 metros cuadrados) y relata lo que pasó en estas tierras hasta que, en tiempos de Felipe II, la capital se convirtió en Corte. A partir de ahí, el relato salta a otro lugar, al museo de Historia de Madrid (Fuencarral, 78). Visitando ambos, uno puede completar la travesía que la capital ha realizado a través del tiempo. El museo de San Isidro —la tradición dice que aquí vivió el santo, al servicio de la familia Vargas—, en la plaza de San Andrés número 2, completó esta semana su proceso de remodelación, que ha durado siete años. Se abren seis nuevas salas que abarcan desde el Neolítico hasta 1561, año de llegada de la Corte.

La visita transcurre en una agradable penumbra con una cuidada iluminación que resalta lo importante, y se acompaña de diferentes paneles y aplicaciones tecnológicas que explican las piezas. “Los museos están tirando de las nuevas tecnologías, que ofrecen grandes posibilidades”, dice Eduardo Salas, el director. “Mientras que en los museos de arte las piezas hablan por sí mismas, en los de arqueología eso es más difícil. Aunque haya piezas preciosas y valiosísimas, la exposición puede resultar árida y necesitar explicación”.

Almacén visitable

Entre las otras atracciones del centro, además de la visita principal, están el almacén visitable, para los que se queden con ganas de más, el patio renacentista y el jardín arqueobotánico, ideales para relajarse tomando el fresco, o las salas dedicadas a la figura de san Isidro y sus milagros. Aquí se encuentra el pozo en el que, dice la leyenda, el santo obró uno de sus prodigios: salvar a su hijo de morir ahogado al hacer subir las aguas hasta la altura del brocal.

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El enorme cráneo de paquidermo que se ve en una de las primeras salas, desde luego, no resulta árido. Por aquí le llaman el Elefante de Orcasitas, muy castizo, porque fue hallado en 1959, durante la construcción de ese barrio, y su hallazgo está prolijamente documentado mediante fotos. El bicho (se conservan sus impactantes colmillos) llevaba ahí desde el Pleistoceno Medio (unos 200.000 años).

Elefantes aparte, los humanos llegaron a la zona, desde África, hace unos 400.000 años, miembros de la especie homo heidelbergensis. Y se distribuyeron por todo el territorio. “Madrid está lleno de yacimientos arqueológicos de todas las épocas”, dice Salas, “aunque se concentran sobre todo cerca de ríos y arroyos”. Algunas de las zonas más fecundas son los márgenes del Manzanares o del Jarama, Barajas, Getafe o Leganés. Además, desde 1985 es obligatorio por ley intervenir allí donde se piensa que hay yacimientos, y buscar restos en cualquier obra que se haga en el subsuelo de la ciudad. En su día fue competencia del Ayuntamiento, hoy lo es de la Comunidad de Madrid.

Los carpetanos

La primera cultura propiamente dicha fue la de los carpetanos, de raigambre celtíbera, que dejaron para este museo hermosos vasos campaniformes ornamentados o brazaletes de oro (como el hallado en La Torrecilla, Getafe, del 1200-800 antes de Cristo). Cuando llegaron los romanos tuvieron que guerrear con los carpetanos y testimonio de su asentamiento son los trabajados mosaicos como el que se encontró en la finca carabanchelera de Eugenia de Montijo, en el siglo XIX (entonces Carabanchel era un lugar de recreo para los adinerados, no un barrio obrero). “Con los romanos estas tierras se convirtieron en cruce de vías y se formó la primera ciudad, Alcalá de Henares, entonces Complutum”, dice Salas. Madrid formó parte de la Hispania Citerior y luego de la Tarraconense. Con la caída del imperio, llegaron los visigodos, cuyas espadas y lanzas (del siglo VI) —halladas en Daganzo y nada comunes— se pueden ver en el museo. La población vivía dispersa en pequeñas aldeas por todo el territorio; tras Roma se volvió al mundo rural.

Así que Madrid como ciudad no existió hasta la llegada de los árabes que, donde ahora está la catedral de La Almudena, fundaron una ciudad fronteriza y fortificada llamada Mayrit, nombre precursor del actual. “Esta era una zona importante en la llamada Marca Media, en la frontera con los reinos cristianos”, explica el director. “Mayrit nació como una ciudad fortaleza para defender Toledo, ciudad con la que siempre tuvo fuerte vinculación”. En 1085, Alfonso VI y el rey de Toledo, Yahia Al-Qadir, firman un pacto en virtud del cual la ciudad pasa al reino de Castilla.

A partir de ahí la ciudad fue creciendo, tuvo privilegios reales, fuero propio y llegó a ser una de las siete ciudades con voz y voto en las Cortes de Castilla. Ya por el siglo XIV había una incipiente trama de linajes poderosos que recibían privilegios del rey a cambio de comandar la milicia: los Vargas, Arias, Zapata, Lujanes, Mendoza o Vozmediano. En una detallada maqueta se aprecia el crecimiento de la muralla árabe, la muralla cristiana y las diferentes cercas que tuvo la urbe hasta el reinado de Felipe IV. Parte de estas construcciones fueron la Puerta de Toledo, la Puerta de Alcalá o la Puerta del Sol. En esta parte del recorrido, un videomapping recrea el claustro medieval de los Jerónimos, fundado en 1461.

Luego, con Felipe II llegó la Corte. Lo curioso es que, si Madrid nació al servicio de Toledo, siglos después se llevará el gato al agua de la capitalidad de España. “Felipe II puso la Corte en Madrid por muchos motivos”, dice Salas, “pero uno fue evitar Toledo, donde estaba el centro de poder religioso y aristocrático. En Madrid, una ciudad más discreta y mediana, tendría menos interferencias”.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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