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Crónica
Texto informativo con interpretación

Oficios de tineblas

Siempre he pensado que mi madre, traumatizada por el miedo que pasó durante la guerra y la dictadura, seguía unos preceptos que no entendía, puramente por necesidad de no destacars

Azulejos del Vía Crucis en el número 5 deL Caller Major de L'Hospitalet de Llobregat.
Azulejos del Vía Crucis en el número 5 deL Caller Major de L'Hospitalet de Llobregat. ALBERT GARCIA

Recuerdo la Semana Santa en casa como una sucesión de normas que mi madre, una creyente escéptica, se empeñaba en cumplir a rajatabla. La prohibición de comer carne o embutido, el bacalao con garbanzos y espinacas, la radio floja o apagada, el recogimiento, la ropa negra y el Tenorio en la tele. Siempre he pensado que ella, traumatizada por el miedo que pasó durante la guerra y la dictadura, seguía unos preceptos que no entendía, puramente por necesidad de no destacarse. Recuerdo mi calle por estas fechas, sin coches, sin peatones, nadie en los balcones.

Estos días eran un período de morboso dramatismo y procesiones en los noticiarios. Aunque no la viví, aquellas semanas santas me transmitieron la densa atmósfera de los años de culto obligatorio, que caracterizaron la posguerra. Buscando aquel recuerdo, he venido a pasear al Carrer Major de Hospitalet de Llobregat. Una vía que sigue el mismo itinerario del antiguo Camí Ral, que iba desde el portal de Sant Antoni, hasta Vilafranca del Penedés. En este punto surgió el primitivo emplazamiento de lo que después sería Hospitalet. Y a pocos pasos de aquí se levantó el hospital de Provençana, que daría nombre a la población.

Inicio mi recorrido en la Rambla de la Marina, donde se encuentran la calle de Prat de la Riba con el Carrer Major. Esta calle comienza con una casa más avanzada y un poco torcida con respecto a la alineación de las demás. En la acera de enfrente, en la fachada de una finca decimonónica hay una imagen de azulejos. Se trata de una escena de la pasión de Cristo, una estación de un vía crucis de Semana Santa, que fue colocado en fecha indeterminada, poco tiempo después de terminada la guerra civil. Una colección de estampas, formadas por doce azulejos cada una, que fueron colocadas en las fachadas de algunas casas para indicar dónde debía detenerse la procesión de Viernes Santo. Concretamente, ésta es la séptima estación, conocida como “La segunda caída”, en la que se ve a Jesús caído en el suelo, con la cruz sobre la espalda, mientras unos soldados romanos le azotan y le conminan a levantarse.

Sigo caminando y doy con la restaurada Casa Joaquim Piera, que conserva su fachada original. Y con la finca modernista de la Botiga Nova, de 1912, obra del arquitecto Ramon Puig Gairalt. Llego a la plaza del Ayuntamiento, que acoge la Casa de la Vila de Francesc Mariné, de finales del siglo XIX. Más el edificio de La Caixa y la iglesia de Santa Eulalia de Mérida, ambas construidas en 1947 por Manuel Puig Janer. La parroquia, reedificada tras la destrucción de la antigua, en 1936, guarda el Cristo que sigue el vía crucis en Semana Santa. Delante del templo, en una casa nueva, hay otro azulejo, la sexta estación, “El encuentro con la Verónica”, todavía con la cruz a cuestas, encuentra a una mujer que le seca el sudor en una sábana.

Pasada la plaza, cruzo un tramo de casas antiguas, en una de las cuales se encuentra otro azulejo, el de la primera estación, conocida como “Jesús sentenciado a muerte”, en la que se ve a Cristo conducido al calvario por dos soldados romanos, mientras Poncio Pilatos se lava las manos. A Barcelona, la Semana Santa volvió con la victoria franquista. El sábado 1 de abril, Franco emitió su famoso último parte de guerra. El día siguiente era Domingo de Ramos y la bendición de las palmas tuvo un significado especial. La prensa de la época comunicó que no habría espectáculos públicos, tiendas y panaderías permanecerían cerradas hasta el sábado siguiente. Al caer la tarde, comenzó el oficio de tinieblas, durante el cual las iglesias permanecieron medio a oscuras. El Jueves Santo se celebró la misa en unos templos devastados por la contienda y sin sus ornamentos, destruidos o incendiados.

Paso por delante de una pequeña casa medieval y de otra modernista, la Casa Macari Golferichs, obra de 1904, con un azulejo en la fachada de la Virgen de Montserrat. Justo después está la placita de la Constitución, con un par de bancos y una fuente metálica. En la esquina de una casa de apartamentos de 1915, de estilo noucentista, hay otra pieza del vía crucis. Corresponde a la cuarta estación, “Jesús encuentra a su madre”, en la que el condenado, con la cruz a cuestas, es golpeado por uno de sus verdugos, al tiempo que éste encuentra a su madre, la Virgen María. En aquella primera Semana Santa tras la guerra, la máxima devoción la despertó el Cristo de Lepanto de la catedral, visitado día y noche por largas colas de fieles. Todas las parroquias barcelonesas salieron a la calle para su vía crucis, también la de Santa Eulalia de Mérida. Los diarios destacaron que, hasta los heridos del Hospital Militar, formaron en aquellas exaltadas procesiones post bélicas. El Sábado de Gloria, se bendijeron las fuentes bautismales y los cirios pascuales, con los que volvieron a iluminarse las iglesias. Y el Domingo de Resurrección se celebró el oficio más corto del año, el obispo Díaz Gomara presidió el multitudinario Te Deum de la Victoria en la catedral, que bendijo al general Franco. Con esta ceremonia daban comienzo casi cuarenta años de tiranía.

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Como tantas otras cosas, de aquellos tiempos tenebrosos queda poca memoria en Hospitalet, apenas estos cuatro azulejos, cuatro de los catorce que adornaban el Carrer Major y alguna que otra calle adyacente, y que una vez al año despertaban la devoción popular. El tiempo y la presión inmobiliaria no perdonan.

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