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Jaume Cabré, el hombre del saco de los cuentos

El autor de ‘Jo confesso’ publica ‘Quan arriba la penombra’, 13 relatos con protagonistas obsesionados por el mal

Carles Geli
Jaume Cabré, junto a una portada gigante de su último libro de relatos, 'Quan arriba la penombra'.
Jaume Cabré, junto a una portada gigante de su último libro de relatos, 'Quan arriba la penombra'.EFE

Como descanso, “atracando en una isla desconocida”, mientras Jaume Cabré está inmerso en el proceso creativo de una de sus novelas (Senyoria, Les veus del Pamano, Jo confesso…) de largo aliento, en las que invierte fácilmente seis u ocho años, escribe un cuento. Y lo deja en su particular saco. Un tiempo después, bastante, lo vuelca y lo vacía y, siguiendo el consejo que cuando empezó como escritor le dio Vicenç Riera Llorca, intenta ver si hay “alguna atmósfera común en algunos de los cuentos, una razón de ser, una colocación determinada de los ojos” que justifique un volumen. Si es así, retoca (“como un luthier restaura un instrumento antiguo”), descarta y los “supervivientes” pasarán a libro quizá junto a otros relatos que han surgido tras la relectura de los antiguos. A los seis años del multipremiado Jo confesso, traducida su obra a 30 idiomas, del saco ha emergido ahora, con el hilo invisible de “ver y remover el lado oscuro de la vida”, Quan arriba la penombra, que hoy lanza al mercado Proa, su editorial desde hace 33 años (Destino, en castellano).

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“No sé aún muchas cosas de este libro”, admite Cabré (Barcelona, 1947) sobre los 13 relatos que conforman su sexto título de narrativa breve (frente a sus 12 novelas), si bien su editor, Josep Lluch, cree entrever “pasadizos que llevan a Jo confesso y ese intento de comprender el mal, la muerte entrevista y el azar macabro”. Zonas de penumbra del ser humano. “Los relatos tienen un trasunto gris o negro, ilustrando las actitudes humanas más crueles, más violentas, más inhumanas… Es posible que aún haya ecos de Jo confesso, fueron ocho años y a la hora de escribir siguen en la atmósfera”, apunta el autor.

Y bajo aquel cielo tormentoso hay asesinos a sueldo, niños abandonados en los que crece la semilla de la violencia, escritores que amenazan a su editor con suicidarse, ladrones de cuadros abducidos por el lienzo… No hay, en el libro, ni una sola muerte que sea natural. Y ante ellas y la violencia, tres actitudes, resume Cabré: “La afirmación cínica, el sentido de culpa o la exclusión total de ella”. ¿Alguna moraleja sobre la condición humana? “Viendo las noticias, esto tiene poco remedio: de vez en cuando aparece alguna persona buena o alguna que no perjudica, que ya es mucho; pero poco más…”, dice escéptico y algo cansado, aquejado de algunas dolencias físicas. Que no haya ninguna mujer protagonista de esa violencia en sus relatos es fruto de que “la maldad es pura testosterona; o así lo veo yo”. ¿Es hoy Cabré un hombre más pesimista ante la vida, como puede desprenderse de sus relatos? “No suelo mezclar la vida de escritor con la privada”, desvía y zanja.

Detallista al máximo, si bien no ha dado demasiada importancia a que un relato tenga casi 50 páginas o solo cuatro, sí que ha prestado atención a su ubicación en el libro: “Me interesa más el rastro, la atmósfera que van generando, qué le dirán o no al lector y eso lo da el orden y no la extensión”. Quizá por ello no es casual la estructura circular del volumen, que empieza con la historia de un padre que abandona a su hijo en un orfanato y se cierra con la de un hijo que deja a su padre en una residencia, ambos con una letanía en común: “Los hombres no lloran”. “No sé, no me había fijado en esa simetría”, admite. De lo que sí ha sido muy consciente es en dejar en el volumen “los que estaban en mejores condiciones para jugar, he hecho de entrenador”, y ha descartado “todos aquellos que, tras leerlos, me daba cuenta de que los finales no estaban bien resueltos”, dice, porque el género ha de ser “como un puñetazo en la nariz, ha de saber correr los 100 metros libres frente a la maratón que es una novela, algo con un ritmo y una agilidad que la novela no pide”. Las ausencias, contrariamente, “elevan el conjunto, lo hacen crecer y le dan coherencia”, sostiene Cabré.

Tras más de una veintena de pruebas de cubierta, es un detalle del rostro y la mirada del Retrato de un hombre, de Antonello da Messina, la opción gráfica para Quan arriba la penombra. “Un cuento es una mirada, según cómo miras, explicas”, dice Cabré, que no debe parar de mirar porque “siempre estoy escribiendo, ahora lo estoy haciendo, aunque no sé si será relato o novela: a veces, un personaje lleva su historia en el bolsillo o te lleva a otra historia y crece… o uno que crees que será una larga y fructífera historia al final se apaga y entonces, reescrito, gira hacia el cuento…”. Y, sobre todo, dice, lee, aún con la angustia de no dar abasto de todo lo que debería, “como el nadador, que ve allí el horizonte, y va nadando y nadando, y al horizonte no se llega, siempre está ahí”. Igual de esa imagen Cabré saca un cuento y lo mete en su saco.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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