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Barcelona y Madrid, con el caleidoscopio de Cela

Una edición conjunta reúne los “viajes urbanos” del Nobel por ambas ciudades

Carles Geli
La Universidad de Barcelona, en una de las acuarelas del libro 'Barcelona-Madrid', de Camilo José Cela..
La Universidad de Barcelona, en una de las acuarelas del libro 'Barcelona-Madrid', de Camilo José Cela..FREDERIC LLOVERAS

“Es rincón joven y menestral, zascandil y marinero, simpático, bullicioso y abierto. En el 1714, cuando Felipe V rindió la ciudad, tuvo la luminosa idea (llamémosla luminosa para no herir la susceptibilidad de los poderes públicos) de fortificar la plaza (…) en el barrio de La Ribera, que mandó tirar al suelo sin mayores miramientos y en aras de su capricho militar. (…) La piqueta derribó más de mil trescientos edificios, entre ellos el convento de San Agustín y Santa Clara, el hospicio de Montserrat y la iglesia de La Piedad, todos ellos con la pátina de la historia brillándoles a flor de la noble piedra medieval. ¡Viva España!”. Con la retranca habitual, y cierta valentía para la época, así es como Camilo José Cela describía en 1970 el barrio de la Barceloneta en su libro Barcelona. Era una de las instantáneas de esa “fotografía al minuto”, “dibujo de retratista de café de una ciudad”. Como ese “caleidoscopio de calle, marítimo y campestre” (subtítulo del libro) hizo uno previo por Madrid en 1966. Hoy ambos “viajes urbanos”, como también los definió, reaparecen conjuntamente en Barcelona-Madrid (Ediciones del Viento) y en sendas ediciones en catalán y castellano, con la ayuda de las fundaciones de La Caixa y la Charo y Camilo José Cela, en el marco del centenario del nacimiento del Nobel (1916-2002).

Si el paseo por Madrid es más vivido, el del hombre que asiste a ciertas tabernas y a librerías y cuyo hijo ha nacido en la calle Alcalá (y a quien le dedicó el libro, ilustrado por Juan Esplandíu), el de Barcelona se apoya más en el dato histórico; quizá es más la mirada de un visitante, pero siempre aventajado: con cinco años, Cela vivió en ella con su familia, aprendió el catalán y, a partir de 1945, conectó con la intelectualidad local a través de la revista Destino y el Ateneu Barcelonès, amén de ser su particular oficina profesional: en la capital catalana estaban sus editores (Zodíaco, Janés, Planeta, Destino y las relaciones con Carlos Barral) y su agente literario, Carmen Balcells.

Al conocimiento de la ciudad no es ajeno su cicerone, Gustavo Camps, coleccionista de arte e impulsor de la tertulia de La Puñalada, que frecuentaba el acuarelista Frederic Lloveras, quien ilustrará la edición.

La plaza de Cataluña, escribe Cela, es “grande, muy grande; confusa, muy confusa, y bancaria, muy bancaria": cuenta en ella hasta nueve sedes financieras a finales de los 60 

Con prosa amena, Cela pasea con calma por la ciudad. “Aquí se detiene, mira y cuenta”, contrapone frente a su Viaje a La Alcarria, el periodista Juan Cruz, uno de los asistentes ayer al acto de presentación de la edición catalana (rica traducción de Ramon Folch i Camarasa; la de Madrid es de Dolors Udina) en Caixaforum. “Barcelona está saboreada”, redondea poéticamente el escritor Valentí Puig. El autor trenza el dato histórico con la mirada, siempre un punto cáustica, resabiada, que aprovecha cualquier resquicio para aflorar. Así, ante la misma Barceloneta lamenta que viniendo al mundo como barrio marinero empezara a “complicar su diáfano carácter y su fisonomía gremial” con la instalación del Gasómetro y de los talleres de la Maquinista Terrestre y Marítima, con el consiguiente “olvido de las normas que regulaban la altura de sus construcciones y con la riada de la inmigración”.

Es solo una de las veladas invectivas que lanza contra la Barcelona de Porcioles y del desarrollismo sin freno que conllevó. Lo recuerda al contar hasta nueve sedes financieras en una plaza de Cataluña “grande, muy grande; confusa, muy confusa, y bancaria, muy bancaria”; y también al referirse a Montjuïc, donde el parque de atracciones “sirvió, cuando menos, para que no pocos desheredados viesen cambiar sus barracas por viviendas de cierta dignidad”. También detecta los primeros colapsos e inevitables tópicos que está comportando un turismo creciente en una ciudad de ferias y congresos. Así, a la plaza Real “le sobran los tanguillos de Huelva y la alegrías de Cádiz y, más aún, los músicos negros, los marineros de la Navy y la estridencia que arropa a sus compañeros de viaje”. “Es una fotografía de los años 60 que coincide en parte con la visión poco embellecedora que dará también no mucho más tarde Alexandre Cirici Pellicer con su Barcelona pam a pam”, apunta el periodista Sergio Vila-Sanjuán.

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Pasea Cela por la Barcelona románica y la medieval y la gótica, postal ésta en la que señala la falsa fachada de la catedral, pagada por las familias Girona y Sanllehy, “enterrados en ella; la sepultura les salió por un ojo de la cara, pero, en todo caso, bien ganado se lo tienen”. No es el único toque que reciben los prohombres ni la burguesía de la ciudad. Al hablar del Palau de la Generalitat (donde se está venciendo la “batalla de la mediocridad” que significó ocultar los cuadros de Torres García bajo plafones de tela) y de la festividad de Sant Jordi, recuerda que “nadie olvida llevar una rosa roja a una dama: la novia, la amante --los catalanes son muy tradicionales--”… Cierta doble lectura permite asimismo su descripción de la calle Petritxol, “el alcaloide de la Barcelona más catalana, más íntima y civil (…) como la salita de un hogar de buen cuido, en la que todo está bien y oportunamente colocado y en la que cada objeto tiene su función y su razón de ser”.

El Paral·lel es “la arteria del cachondeo barcelonés”, mientras que “las hembras a las que les gusta el tomate pululan por los alrededores del Gran Price con la mente poblada de violentísimos sueños”.

Hechizado por el Gaudí de La Pedrera (“fundió el arte con la naturaleza e hizo naturaleza del arte”), "el amanuense”, como se autodefine, se detiene a su vez en lo costumbrista, ya sea recordando que la Fira de Sant Ponç se celebra el día de su aniversario o que en el zoco libresco del mercado de Sant Antoni puede hallarse desde El abuelo de Galdós en edición de 1897 o “tres números de Dau al set que hace las delicias del bibliófilo”. Cómo no, también hay un acercamiento al lado oscuro, vía libidinosa o por el boxeo; así, El Paral·lel es “la arteria del cachondeo barcelonés”, mientras que “las hembras a las que les gusta el tomate pululan por los alrededores del Gran Price con la mente poblada de violentísimos sueños”.

La aparición de un libro que reúne las ediciones de Madrid y Barcelona es llamativa en tiempos de debate secesionista. “Hay que ver cómo está el mundo que, siendo literatura, hablamos de otra cosa; aquí se busca la unión de lectores”, asegura Camilo José Cela Conde, hijo del escritor. “Ya a finales de los 60 el acercamiento no estaba bien visto”, recuerda Jorge Cela Trulock, hermano del autor de La colmena. “Unir esos dos libros es reforzar un puente que algunos ya vislumbran roto”, apunta Cruz. “A pesar de las apariencias, vacíos e intermitencias, por debajo los flujos de conexión entre ambas culturas siguen; además quizá el hecho de que Cela fuera gallego hizo que tuviera menos reparos en entender cualquier rincón de España”, sostiene Puig. “Hay ejes culturales reales por encima de lo político y este libro reconoce ese contínuum entre Madrid y Barcelona", resume Félix Riera, exdirector de Catalunya Ràdio y editor. “El cor no parla, però endevina –suele decirse. Lo que el amanuense le acontece es que no sabe hablar todo lo mucho que en Barcelona adivinó; su único consuelo es la certeza de que donde hubo fuego, según quiso Virgilio, queda rescoldo”, cerró Cela su libro barcelonés, una ciudad “en la que el amanuense”, escribió en el colofón, “nunca se sintió ni extraño ni transeúnte”. También así podría zanjarse hoy el tema.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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