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ROCK / Blackberry Smoke

Melenas arquetípicas

El quinteto yanqui llena La Riviera con su rock sureño y canónico, tan expeditivo como apartado del riesgo

Blackberry Smoke suenan exactamente como podríamos sospechar solo con verlos en una fotografía promocional. Esas tupidas melenas lacias, esos sombreros, las botas vaqueras, las guitarras eléctricas en posición de ataque: desde el primer acorde, resulta evidente que los cinco mocetones de Atlanta podrían recitarnos el repertorio íntegro de Lynyrd Skynyrd. Es la ventaja y el peligro de los arquetipos: garantizan un disfrute sin sobresaltos, aunque postergan las sorpresas para mejor ocasión. Pero el rugido campestre le sienta bien al cuerpo, así que La Riviera celebró este martes otro llenazo. Ayudaría también la bendición de Jools Holland, responsable desde hace décadas en la BBC de ese tipo de programa que aquí nos moriremos sin haber visto.

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La dosis de tralla es expeditiva, incluso aunque el sonido brotara más aturullado y descompensado de la cuenta y con la voz principal saturadísima. Los Smoke operan a degüello, sin descanso entre canciones, sin mucho más discurso que algún escueto “Gracias”. Charlie Starr es un líder resolutivo que encabeza también los riffs y se permite hasta una incursión en el funk para prender la mecha de Believe you me. Es la excepción. La norma pasa por el legado sureño de los hermanos Allman o ZZ Top tamizados vagamente por Black Crowes. Hasta es fácil intuir los títulos, aunque correspondan a piezas que no hayamos visitado con antelación. Y algunos (Waiting for the thunder, Crimson moon, Your time is gonna come) son tópicos en su misma literalidad. Igual que el colofón de pedal wah-wah en el último de ellos.

Quedan, eso sí, los gozosos aullidos de órgano. Y los momentazos. El instantáneo buen rollo de Rock and roll again. Ese Let it burn tan pegadizo que parece una transcripción de Livingston Saturday night, de Jimmy Buffett. Y One horse town, himno excelente que invita a la asociación de ideas con Band of Horses. Argumentos sobrados para que la peña, melenuda o devastada, regresara con la sonrisa puesta.

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