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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ellas salen de la crisis peor

Ahora, los jóvenes de ambos sexos comparten la precariedad en el trabajo y los agobios del hogar, pero las mujeres siguen llevándose la peor parte

Milagros Pérez Oliva

El machismo de toda la vida vuelve al discurso público y lo hace unas veces con disimulo, otras con el más osado descaro: sacando pecho y henchido de testosterona. El último ejemplo lo hemos tenido en el hemiciclo del Parlamento europeo, donde un rancio eurodiputado de pulcra pajarita ha sostenido sin pudor: “Por supuesto que las mujeres deben ganar menos que los hombres porque son más débiles, más pequeñas y menos inteligentes”. Después de haberle oído lo que le hemos oído a Donald Trump, eso ya no parece tan extemporáneo. Más bien parece un signo de los tiempos inquietantes que nos acechan.

La realidad es que, más allá de los exabruptos, la brecha de género no disminuye. Al contrario. Las mujeres salen de la crisis peor de lo que entraron. Por decirlo en palabras del último informe presentado por Mireia Mata, directora general de Igualdad de la Generalitat: a pesar de que el colectivo femenino presenta en Cataluña un nivel de educación superior al de los hombres, su participación en el mercado de trabajo es menor, la tasa de paro es más alta, la jornada laboral más corta y sufre mayor nivel de precariedad.

No quiero abrumarles con cifras, pero entre las mujeres ocupadas el porcentaje de las que tienen estudios superiores alcanza el 50,3%, frente al 39,8% de los hombres. ¿Se traduce eso en una mejor posición laboral? En absoluto. El salario anual de las mujeres es un 26% inferior por el mismo trabajo. Esa brecha se reduce hasta el 15,9% si se toma como unidad la hora trabajada, lo que indica la importancia de los complementos, mucho más arbitrarios, en la remuneración masculina.

Tampoco les sirve para tener ventaja a la hora de acceder al mercado laboral. Según la Encuesta de Población Activa, el año 2016 se cerró en España con una tasa de paro entre las mujeres del 20,7%, frente al 18,8% entre los hombres. En Cataluña, el paro femenino es del 15,9% y el masculino, del 13,9%. Pero donde se observa una mayor brecha es en la calidad del trabajo. El porcentaje de mujeres que trabajan a tiempo parcial en Cataluña triplica el de los hombres: 21,6% frente al 8,6%. Y no hay que olvidar que el 56% de quienes trabajan a tiempo parcial lo hacen porque no encuentran empleo a tiempo completo, casi el doble que la media europea, que es hoy del 30%.

En el libro Reacción: la guerra no declarada contra las mujeres americanas, publicado en 1991, Susan Faludi alertaba sobre un tipo de discurso machista camuflado que pretendía hacer ver a las mujeres lo equivocado que estaba el movimiento feminista y lo mucho que les había perjudicado la revolución de los setenta. Al tener que ejercer como superwomen, con la doble jornada y la doble responsabilidad, se habían convertido en esclavas de su propia liberación. Volver al hogar era una opción más inteligente. Ese discurso fue barrido por la lucha de las mujeres, pero también porque el modelo económico occidental evolucionó de tal manera que ya no era posible sostener la economía familiar con un solo salario.

Ahora, los jóvenes de ambos sexos comparten la precariedad en el trabajo y los agobios del hogar, pero ellas siguen llevando la peor parte en los dos ámbitos. Se ha dicho muchas veces que la igualdad no será posible hasta que no se equilibren las responsabilidades en ambas esferas, la pública y la privada. Es cierto que las parejas jóvenes comparten ahora mucho más las tareas domésticas, pero en conjunto las mujeres siguen dedicándoles un 30% más de tiempo que los hombres.

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Estudios cualitativos realizados por Beatriz San Roman, investigadora de la Universidad Rovira i Virgili, sobre lo que ocurre en el interior de los hogares muestran cambios, pero no tan profundos como cabía esperar. Es cierto que ellos se responsabilizan ahora más de los hijos, pero el cuidado de los mayores sigue siendo exclusivo de las mujeres. Ellos se ocupan más de las tareas gratificantes —llevar al niño al parque— y ellas de las ingratas —poner la lavadora, pasar la mopa—. Ellos ayudan en la cocina y van a comprar, pero son ellas las que gestionan el puzle, es decir, el organigrama de la vida.

La evolución de la economía no augura nada bueno para las mujeres. Si el modelo que se impone tras la crisis es el de la precariedad, la temporalidad y el empleo a tiempo parcial, ya sabemos quién se llevará la peor parte. Y pronto veremos asomar un nuevo backlash, la reacción intentando convencernos de que en realidad el modelo no es tan malo pues nos da libertad y permite conciliar.

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