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Había una vez un circo sin animales

Las artes circenses contemporáneas seducen cada vez más al público; además de tener espectáculos de gira, en Madrid el Circo Price programa regularmente

Espectáculo de fuerza y acrobacia durante una representación de 'The Hole Zero'.
Espectáculo de fuerza y acrobacia durante una representación de 'The Hole Zero'.Marta Jara

William y Andrés están locos. Eso debe pensar más de uno sentado en las butacas del Teatro Calderón de Madrid. Su número, dentro del espectáculo The Hole Zero, es uno de los que más ansiedad genera en el público. Cuando llega el momento de la Rueda de la Muerte se escuchan gritos de asombro y miedo. Hay quien no puede soportar la tensión del momento y se tapa los ojos mientras William y Andrés giran a velocidades vertiginosas en un artilugio demencial. “Eso es lo que las artes circenses tienen de especial, la energía que generan y el halo hipnótico de cada número”, asegura Iñaki Fernández, productor de The Hole Zero. La esencia de este tipo de espectáculos está en el directo. “Si no te crujen las cervicales [y se oye] no valoras lo que hace un trapecista”, apunta entre risas Donald Lehn, director de la Escuela de Circo Carampa.

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El reciente anuncio por parte del Ayuntamiento de Madrid de prohibir los circos con animales ha generado polémica. Representantes del mundo del circo han mostrado su disconformidad con esta decisión. Pero la realidad es que 350 ciudades españolas ya cuentan con normativas parecidas. Para Fernández, cuya trayectoria profesional está fuertemente ligada a los espectáculos con números circenses —además del mencionado, es el ideólogo de The Hole, The Hole 2, Storm, Eoloh!—, el circo con animales es un concepto desfasado y algo anacrónico. “El público ya identifica con normalidad el espectáculo del circo sin animales y eso es lo que busca cuando va a ver una función de estas características”, opina.

Desde la Escuela de Circo Carampa (Albergue Juvenil Richard Schirrmann; Casa de campo, s/n) aseguran que las artes circenses están en auge. Las personas que acceden a sus cursos cada vez están más preparadas, física y psicológicamente, para hacer de esta disciplina su carrera profesional. Tanto es así que el circo ha llegado a la universidad: Carampa coordina desde hace tres años el itinerario Artes y Técnicas Circenses dentro del Grado de Artes Audiovisuales y Danza de la Universidad Rey Juan Carlos y aspiran a más. “Nos enorgullece esta mención, pero nuestro objetivo es que las artes circenses tengan su grado propio”, cuenta el director Lehn.

Como profesional del mundo del circo, Lehn cree que la decisión de que los animales abandonen definitivamente la pista puede tener un impacto positivo; la ausencia de números con animales dará paso a otros con malabaristas, equilibristas o trapecistas y eso es bueno para los alumnos de su escuela.

Sin embargo, el director de Carampa también tilda la medida de radical porque no se diferencia entre animales domésticos y salvajes. “Un tigre o un elefante no tienen una relación histórico-habitual con el hombre, pero un caballo o un perro sí”, explica Lehn. “Creo que es hipócrita que se prohíba el uso del caballo o del perro en espectáculos circenses cuando existen otras actividades culturales, y no solo culturales, que utilizan a estos animales para el entretenimiento o el servicio de la gente”, apunta.

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La pista de un circo tiene 13 metros de longitud porque esa es la distancia mínima a la que un caballo puede correr a galope. Y es que el origen del circo moderno se remonta a 1782 cuando el militar Phil Astley creó la primera pista de circo donde el único número que existía era el de los caballos; por aquel entonces el circo todavía se llamaba hipódromo. Con el tiempo se fueron añadiendo otros numeritos porque este no era suficiente. Hace solo unos años, esta disciplina vivía, literalmente, de los animales. El elefante, por ejemplo, aportaba un doble valor al entramado circense: además de la espectacularidad de sus números, el paquidermo servía para montar la carpa. También cumplía una cierta función social al dar a conocer animales exóticos y salvajes. “Pero los tiempos han cambiado”, apunta Fernández, “ya no necesitamos ir al circo para saber cómo es un elefante, un tigre o un león”.

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