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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Sindromón’ del nido vacío

'La Mare' muestra la frontera entre realidad y delirio de una mujer madura atrapada en su depresión

Una escena de al obra de teatro La mare que interpreta Emma Vilarasau en La Villarroel.
Una escena de al obra de teatro La mare que interpreta Emma Vilarasau en La Villarroel. David Ruano

Chéjov, Maeterlinck, Pinter, Stoppard, Fosse. La polifónica de la crítica francesa lanza dardos de gloria sobre Florian Zeller y su obra. Quizá no haya sido tan buena idea buscar en los demás lo que no encuentra uno mismo. La persecución de terceras voces ponderadas para dialogar con la propia desazón no apacigua el conflicto. La mère (La mare) recibe todos los laureles y el vacío no se disipa. Habrá que insistir. Volvamos a los maestros. ¿Qué tienen en común los cuatro tótems teatrales? ¿El silencio? Es posible. Un silencio que construye puentes entre lo visible y lo invisible y que aparentemente se ha desvanecido en la versión que ha dirigido Andrés Lima. También puede ser una cuestión de intensidad. Del arrebato mexicano que parece tener cómo único fin aumentar el brillo de un personaje poliédrico: trágico, sarcástico, perdido, cruel, herido e hiriente. Un papel que adorna como un armiño de aplausos a cualquier gran actriz pletórica de facultades.

LA MARE

De Florian Zeller. Dirección: Andrés Lima. Intérpretes: Emma Vilarasau, Pep Pla, Òscar Castellví y Ester Cort. Traducción: Ernest Riera. La Villarroel, 6 de febrero.

La cámara subjetiva que instaló Zeller en El padre para dejar sin asideros al espectador obligado a acompañar a un viejo por el laberinto de la demencia senil, reaparece aquí para diluir la frontera entre realidad y delirio de una mujer madura atrapada en la niebla de su depresión. Un caso extremo de “síndrome del nido vacío”, exacerbado por las garras enfurecidas de Fedra y Medea. Madre y esposa abandonada con la garganta agarrotada por las defensas freudianas. Una figura en caída libre —entre antidepresivos y alcohol— que recibe a los personajes del marido (Pep Pla), el hijo pródigo (Òscar Castellví) y la hija-nuera (Ester Cort) como apariciones entre sus vapores de dolor. Toda ella un recital clínico de sollozos, gritos, acusaciones, sospechas, súplicas, desplantes, lágrimas de auxilio y risas de desesperación.

Quizá con otro grado de contención —más Huppert y menos Magnani— sería gratificante dejarse arrastrar por esta inmersión en la inconsciencia, pero la actuación sin límites de Emma Vilarasau provoca una inesperada sensación de ahogo y la perentoria necesidad de distanciarse del personaje y mirarse el espectáculo desde una tranquila orilla. Llega un momento —cuando se ha perdido la cuenta de los desenlaces alternativos— que crece incluso la incomodidad física ante la orgía de sufrimiento que el autor vuelca sobre su protagonista, como Lars von Trier en la encerrona emocional de Bailando en la oscuridad. Presenciar sin una mínima empatía una borrachera de talento al servicio del dolor. Seguro que este exhibicionismo de cordura y sentimientos rotos es celebrado por parte del público. Otra facción seguirá pensando que las comparaciones con los maestros tendrían más sentido si se respetara el silencio, asediado en La Villarroel por el fragor tormentoso de un psico-thriller.

 

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