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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un real progreso

Los rumores sobre la vida privada de los reyes estaba severamente castigada. Ahora se publican sin problema noticias sobre las relaciones del rey emérito

José María Mena

A lo largo de la historia y hasta en los siglos XIX y XX, los palacios reales fueron siempre unos espacios casi sagrados, herméticos y opacos para los simples súbditos. En su interior transcurrían las vidas de personas y familias de sangre real, pero de carne y hueso, con sus virtudes y méritos, con sus defectos y pasiones. Naturalmente, también con su vida pública y política, su vida privada oficial, y su vida íntima no siempre confesable. Esta no era objeto de información pública, carecía de lo que ahora se llama transparencia, pero acababa llegando a los súbditos en forma de rumores o murmuraciones más o menos veraces, más o menos creíbles, publicados solamente en pasquines y libelos clandestinos.

Estas revelaciones nunca podían ser explícitas en la prensa ordinaria porque el Código Penal de 1850 y luego el de 1870, vigente hasta bien entrado el siglo XX, castigaban las injurias contra el rey, o sea, las expresiones proferidas en su deshonra, descrédito o menosprecio, con pena de seis a doce años de prisión, que entonces se cumplían rigurosamente sin descuentos y en penales muy distintos a los de hoy. Cualquier crítica que ofendiera al rey podía considerarse injuriosa.

En su tiempo era un rumor clamoroso que Isabel II había heredado de su abuela y de su madre la afición desmedida por los apuestos militares de su entorno, y había aprendido de ellas la indiferencia ante las murmuraciones y los escándalos. La casaron sin su voluntad con Francisco de Asís de Borbón, al que ella llamaba “Paquita”, por las puntillas de su camisón y su desinterés por las relaciones conyugales. Isabel alojó en su alcoba a innumerables amantes. El capitán de Ingenieros Enrique Puigmoltó fue, según habladurías generalizadas, el padre de Alfonso XII. Con la influencia del piadoso padre Claret y de la farsante milagrera sor Patrocinio, Isabel, promiscua y supersticiosa, era calificada por el Papa Pío IX como “puttana, ma pía”.

Alfonso XII tampoco reparaba en murmuraciones. Tuvo dos hijos con Elena Sanz, famosísima contralto de prestigio mundial, cuyos amores compatibilizaba desahogadamente con su segundo matrimonio con Cristina de Habsburgo, del que nació Alfonso XIII. Este parece que heredó de su padre una infidelidad conyugal incontinente. Casado con Victoria Eugenia de Battenberg, era un secreto a voces su predilección por la vida nocturna y el incipiente cine porno del barrio chino barcelonés. Su descendencia extraconyugal dio lugar a conflictos y murmuraciones. También heredó su afición por las artistas. Tuvo dos hijos con Carmen Ruiz Moragas, actriz teatral culta, pero las presiones de la reina acabaron alejándola del rey.

Esta corte corrompida, hipócrita, hierática y castiza perduró impasible a las desgracias del pueblo español hasta el 14 de Abril de 1931. Carmen Ruiz se hizo feminista y republicana. El matrimonio real se fue al exilio y Victoria Eugenia, harta de las infidelidades, se fue a Londres.

Las durísimas penas con que se reprimía cualquier crítica a la vida privada del rey se mantuvieron en el Código Penal franquista para las críticas al jefe del Estado, y así siguió hasta el Código Penal de la democracia, de 1995, de modo que durante 17 años de legalidad democrática las críticas al rey que se consideraran injuriosas estaban tan severísimamente penadas como en el siglo XIX. Esta es la razón por la que hasta hace poco permanecía en la cultura mediática una tradición de silencio, de aparente respeto reverencial en cuanto se refiriera a la vida del monarca, su patrimonio o sus relaciones extraconyugales.

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El Código de 1995 cambió radicalmente el panorama. Aquellas durísimas penas quedaron reducidas a una simple pena de multa, irrelevante para un negocio mediático. Y, poco a poco, se fue levantando el velo de un silencio atávico. Al penúltimo Borbón le empiezan a brotar críticas irreverentes y noticias preocupantes, desenterradas por oscuros personajes chantajistas o recuperadas por hábiles investigadores de historias o noticias. Y finalmente, como a su abuelo y su bisabuelo, también le reaparece una artista de trasnochada belleza y desenfadada desenvoltura pero sin la grandeza de una diva del bel canto, ni calidad humana para llegar a ser culta, feminista y republicana. Eso sí, como las leyes de hoy, a diferencia de las que había en tiempos de sus abuelos, equiparan en derechos a los hijos nacidos del matrimonio o fuera de él, esta vez el monarca, al parecer, supo evitar los problemas de una descendencia extraconyugal. Un real progreso.

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