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La belleza de la quietud

El grupo Lambchop abrió el festival de Guitarra con el concierto propio de un orfebre

Kurt Wagner de Lambchop, durante la actuación en la Sala Barts.
Kurt Wagner de Lambchop, durante la actuación en la Sala Barts. Xavi Torrent (WireImage)

El sonido más bello después del silencio, podríamos decir parafraseando el concepto que definió las grabaciones del sello ECM. Esta vez sería útil para ser aplicado a la música de Lambchop, el grupo que abrió con su brillantísimo concierto el Festival de Guitarra en la sala Barts. Kurt Wagner, líder del grupo, su voz, alma y compositor, ese hombre con aspecto de granjero del medio oeste que esconde tras una camisa de cuadros y una gorra calada hasta las gafas una sensibilidad oceánica, encabezó una delicadísima actuación frente a su trío de acompañamiento, una sucinta banda que situó la música en un terreno donde la pausa y el matiz reinan ajenos al trajín del segundero. Es antigua en este sentido la música de Lambchop, pues crece al margen del reloj, transmitiendo una quietud y sosiego balsámicos. Dos horas de tiempo suspendido.

En su último y precioso trabajo, Flotus, Wagner ha arropado su voz con el juguete de moda de la música actual, los sintetizadores de voz, y su concierto estuvo pautado por esas mutaciones. Pero aún con todo, nada cambia en Lambchop, un grupo con un vocalista que más que cantar parece decir, y que otorga a sus piezas generosas duraciones que amplían el tiempo para que la historia fluya lenta, sin ajetreo, ajena al tiempo. El césped crece bajo nuestra mirada. Ese cantar propio de un cuentacuentos, o de un abuelo que conoce el peso de cada palabra, de cada gesto, del tono en el que musita, se mantiene en un disco en el que la electrónica humaniza de manera insospechadamente convencional a la música –la electrónica siempre es humana, tanto como la propia alma- aportando calor y sosiego. Y sobre el escenario no fue distinto, fue, si cabe, aún más hermoso.

Y sólo hicieron falta un bajista delicadísimo, la música de Lambchop es una música de bajo melódico, sostén de las palabras, un batería que matizaba el ritmo como si de un susurro se tratase y de un teclista que ponía el gancho minimalista de un acorde inspirado, en muchas ocasiones detalle que hace brillar la letanía que Wagner explica en forma de canción. Nada más, nada menos, para desplegar una instrumentación encajada como piezas de marquetería o delicadas filigranas de orfebre perfiladas con programaciones que eran como el aderezo decorativo que corona una receta. Con Flotus y sus hallazgos enseñoreándose del repertorio, el concierto permitió olvidar por dos horas que la vida se ha convertido en una carrera donde no parece importar llegar, sino seguir corriendo bajo la angustia. La música de Lambchop es justo lo contrario, descubrir lo bello que hay en cada paso.

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