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Transacciones nocturnas

Joan Ollé dirige en el TNC ‘En la solitud dels camps de cotó’, una parábola de Bernard-Marie Koltès sobre el deseo

Los actores Ivan Benet, en primer término, y Andreu Benito, en el TNC.
Los actores Ivan Benet, en primer término, y Andreu Benito, en el TNC. David Ruano

Un deal, según el dramaturgo Bernard-Marie Koltès (Metz, 1948 — París, 1989), es una transacción comercial de “valores prohibidos” fraguada en espacios neutrales y apartados por medio de “conversaciones con doble sentido” para evitar traiciones o estafas. Por lo general se realiza tras el cierre de los comercios oficiales, es decir, a buen resguardo de miradas ajenas, entre las sombras de la noche. En este contexto se encuentran un vendedor y un cliente en un montaje de Koltès clave dentro del teatro contemporáneo, En la solitud dels camps de cotó.

La obra se representa desde hoy en la Sala Petita del Teatre Nacional de Catalunya (TNC). Dirigida por Joan Ollé, cuenta con la traducción de Sergi Belbel y está protagonizada por Andreu Benito, en el papel del vendedor, e Ivan Benet, que encarna al cliente. Ambos se topan de manera clandestina en un lugar decadente y alejado del centro de una ciudad una vez que los comercios han echado el cierre y los vecinos están cenando tranquilamente en sus casas.

Es la “hora de las relaciones salvajes entre los hombres y los animales” y no queda claro qué busca uno ni qué ofrece el otro. Podría ser droga, sexo…Ninguno de los dos quiere destapar sus cartas. El caso es que, palabra a palabra, se desata un auténtico duelo entre ellos en el que ninguno de los dos quiere ceder para no verse expuesto.

“Son lugares a los que solo se va a practicar la violencia o el amor. Se mezclan el deseo y el peligro, el comercio ilegal, la prostitución, las drogas...Koltès construyó la obra a partir de una anécdota. Él paseaba por los tinglados de los muelles de Nueva York y se le apareció un hombre. Le dijo que tenía de todo, que le pidiese qué quería”, explica Ollé.

En la ficción, la acción transcurre en un escenario “desnudo”, añade Ollé, en el que se ha instalado una tarima un tanto desequilibrada. La escenografía, a cargo de Sebastià Brosa, podría remitir a un paraje portuario en estado de semi abandono, con hierros oxidados, en uno de los lugares fronterizos de la sociedad que habitualmente retrataba Koltès.

En esta especie de batalla dialéctica la conversación fluye como un imán entre los dos protagonistas, a los que Ollé ha pedido “intensidad”. Las palabras ayudan a tejer toda una parábola sobre el deseo, y todo lo que conlleva para quienes mercadean con él.

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“Hay intereses, una transacción económica, un regateo de egos. El cliente no quiere decirle al vendedor lo que busca porque cree que le está vendiendo motos. De hecho, Koltès era mucho más fan de las películas de Bruce Lee que no de las típicas historias americanas. Y este texto tiene algo relacionado con ello en cuanto al lenguaje. Los dos personajes van disparándose dardos y esquivándolos”, reflexiona Benet.

Tanto para Ollé como para Benet llevar a escena En la solitud dels camps de cotó es un logro especial. El director del montaje quedó cegado por el texto en la década de 1980 tras ver en Aviñón la obra de Koltès levantada por el director Patrice Chéreau. Benet, por su parte, escogió En la solitud dels camps de cotó para su trabajo de final de carrera en el Institut del Teatre hace 18 años. Había descubierto el texto durante un taller realizado por Ollé y lo estuvo ensayando durante meses con un compañero.

Esta base le ha servido para apuntalar su papel de cliente. El personaje “es un regalo muy complicado”, dice Benet sobre un hombre “venido de la luz, de un sitio donde hay normas y leyes” alejado de los bajos fondos, aunque a la vez desciende a ellos en busca de peligro y de riesgo, sin saber por qué. “Es alguien ambiguo con una herida interna que yo vinculo a la muerte. Koltès falleció de sida a los 41 años y creo que la muerte y la enfermedad envuelven la obra. He trabajado profundamente el texto y hemos logrado un gran magnetismo con Benito”, sostiene Benet sobre la obra, que se presenta hasta el 19 de febrero.

La herida del personaje tiene paralelismos con el resto de la obra de Koltès, en la que hay una voluntad de abordar estos universos paralelos oscuros, que no pueden mostrarse a luz del día y que podrían remitir al sexo concebido como “prohibido” entre homosexuales, detalla el director del montaje, en la línea de poetas de generaciones similares como Federico García Lorca, Jean Genet o Pier Paolo Pasolini. “El amor, en esos tiempos, llevaba a la muerte”, remacha Ollé.

Los diálogos, casi monólogos al modo de Racine (hay 36 intervenciones en la obra), son una “lucha de palabras poética”, afirma el director. Precisamente la magia del texto, opina Benet, reside en que Koltès tiñe con poesía una situación contemporánea. Vendedor y cliente se resisten a descubrir sus intenciones, y el espectador puede reconocerse en ellos: “A todos nos ha pasado, caminas de noche y de repente te adentras en una calle y piensas que no sabes qué haces pasando por allí. O vas a una fiesta con gente rara. La situación es como el niño que desmonta un juguete; un murciélago acercándose a la luz; alguien puro que se ensucia”, conluye Benet.

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