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La última marea de coca en Galicia

El narcotransportista Rafael Bugallo, 'Mulo', afronta su primer juicio después de casi tres décadas burlando a la policía hasta que logró implicarle con un alijo de 3.600 kilos

O Mulo, tras su detención en enero de 2015
O Mulo, tras su detención en enero de 2015noé parga (faro de vigo)

Los bañistas que pleno verano abarrotan la playa de A Lanzada, en O Grove, una las más concurridas de las Rías Baixas, se toparon con una escena insólita la mañana del 14 de agosto de 2008: Una enorme lanzadera con cuatro motores ardía en medio del arenal.

A varios kilómetros de allí, la policía pronto despejó la incógnita al localizar 3.628 kilos de cocaína fondeados con balizas a la altura de Cabo Silleiro, en la entrada de la ría de Vigo, un alijo valorado en 120 millones de euros, despejando la incógnita. Los tripulantes de la lanzadera incendiada se habían deshecho del cargamento por problemas de coordinación con los hombres que iban a descargar los fardos en tierra. Tras ser descubiertos por un avión de Aduanas, vararon en la playa la lancha a la que prendieron fuego antes de huir para no dejar huellas.

La operación llevaba el sello de Rafael Bugallo, alias Mulo, avezado piloto de planeadoras y uno de los mayores transportistas de droga, que llevaba casi tres décadas burlando a la policía. Los investigadores aún tardarían unos meses en poder implicarle en esta descarga.

Encarcelado por otra operación de 1.200 kilos apresado en las Navidades de 2015, Rafael Bugallo, de 59 años, afronta ahora su primer juicio por narcotráfico junto a otros 13 acusados, la mayoría lacayos de confianza del narcotransportista dentro de su organización. La vista está prevista para el 22 de mayo en la Sección Segunda de la Audiencia de Pontevedra.

El fiscal antidroga pide para Rafael Bugallo 17 años de prisión y multa de 600 millones de euros. Además, Luis Uriarte solicita que se le prohíba durante quince años cualquier actividad relacionada con la navegación, tanto profesional como lúdica, una vez que se haya extinguido la condena que le imponga el tribunal.

La medida cautelar propuesta por el Ministerio Fiscal también se hace extensiva para el resto de los acusados que se enfrentan a penas de entre 15 a 17 años y multas que suman 7.800 millones de euros. También los procesados tendrán que indemnizar al Estado con 11.5000 euros por los gastos que generó el rescate de la lancha quemada y su traslado a un depósito judicial.

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La operación que destapó a Mulo en uno de los mayores cargamentos apresados en Galicia en la pasada década, nació con mal pie cuando comenzaron a surgir los problemas de logística para la organización. El armador del pesquero que iba a proveer de combustible a la lanzadera en su largo trayecto hasta el barco nodriza para recoger el alijo, plantó a Bugallo a pocas semanas de la descarga.

La noche del nueve de agosto, la lanzadera zarpó para realizar el transporte de cocaína. Para cubrir la salida al mar de la lancha, el procesado Gustavo Adolfo Agudelo Castro, un militar colombiano reclutado por Rafael Bugallo, se coordinaba por radio desde Vigo con los tripulantes de la lancha a los que daba el parte de los movimientos de las embarcaciones del Servicio de Vigilancia Aduanera.

En la preparación de la lanzadera de casi 15 metros de eslora habían hecho jornadas intensivas los gallegos José Antonio Búa Padín y Luis Miguel Fajardo Vázquez, hombres de máxima confianza de Bugallo. Mientras la lancha enfilaba el océano, el pesquero Ratonero, tripulado por José Luis Devesa, salía del puerto de O Grove cargado con más de 2.000 litros de gasolina para abastecerla de combustible.

La organización esperaba la llegada de la embarcación rápida cargada de cocaína el 14 de agosto pero esta tardó un día más en regresar, lo que llevó al traste la operación. Debido a un fallo en las comunicaciones, los que esperaban en tierra para alijar la droga no pudieron enterarse de que la lanzadera llegaría con retraso. Cuando la lancha llegó nadie les estaba esperando y los tripulantes optaron por fondear la cocaína cerca de Cabo Silleiro, vararla luego en la playa de A Lanzada donde la rociaron de gasolina y le prendieron fuego. Detrás de las dunas les esperaba un coche en el que huyeron.

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