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El barrendero despedido por combatir su diabetes

El empleado de la contrata municipal lleva diez días ante el Ayuntamiento de Alicante en protesta

El barrendero municipal despedido, Adrián Román, ante el Ayuntamiento en señal de protesta.
El barrendero municipal despedido, Adrián Román, ante el Ayuntamiento en señal de protesta. Pepe Olivares

Adrián Román, empleado de la limpieza desde los 18 años, se ha convertido en un paradigma de los daños que puede generar la última reforma laboral. Barrendero de 31 años, casado y con tres hijos menores de edad; un recién nacido y dos niños de 4 y 11 años, ha sido despedido por la unión de empresas adjudicataria del contrato de recogida de residuos y limpieza de la ciudad, por acumular catorce días de baja en dos meses. Una ausencia necesaria para tratar la diabetes crónica que padece y que amenaza con dejarle ciego. El barrendero lleva diez días -mañana, tarde y noche- al raso, frente a la puerta del Ayuntamiento alicantino, gobernado por Guanyar, Compromís y el PSPV, para denunciar su situación. Y ahí seguirá, ha asegurado a EL PAÍS, "como un espartano" hasta que se le dé "una solución".

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La contrata municipal recibe una lluvia de millones de euros cada año (435 en doce ejercicios) de las arcas municipales por prestar el servicio de limpieza. En esa confluencia de sociedades desempeña un papel protagonista Inusa, propiedad de Enrique Ortiz, procesado por manejar a su antojo, supuestamente, el urbanismo de la ciudad con la ayuda de los exalcaldes del PP, Luis Díaz Alperi y Sonia Castedo. La Fiscalía Anticorrupción ha pedido 17 años de cárcel por amañar el contrato de recogida de basuras de la Vega Baja, todo ello en el marco del caso Brugal.

El historial clínico del barrendero no deja lugar a dudas. Sufre una "retinopatía diabética avanzada" que le obliga a recibir inyecciones intraoculares cada cierto tiempo en ambos ojos para no perder la vista y que han provocado continuas visitas a los médicos. En noviembre se sometió a una cirugía compleja, una vitrectomía. La operación se produjo el 23 de noviembre, apenas cinco días después de que la mercantil finiquitara una relación laboral de 11 años con 14.700 euros de indemnización.

A esas intervenciones quirúrgicas, a ese tratamiento, responden las bajas de seis y ocho días que cogió el barrendero en marzo y abril del pasado año, respectivamente, y que sus jefes han alegado para aplicarle un despido por causas objetivas. Esos catorce días de ausencia fueron consignados como "enfermedad común" por su escasa duración, no como una convalecencia por una enfermedad de larga duración, lo que ha permitido a la UTE adjudicataria del servicio acogerse a un artículo muy discutido de la última reforma laboral.

Román pasó su primera noche al raso frente al edificio consistorial el pasado 3 de enero. Luego montó una tienda de campaña, pero la quitó por miedo a que se la pudieran robar o romper. "La noche de Reyes fue terrible por la gentuza que pasaba por aquí de fiesta", relata. Apenas puede conciliar el sueño. Una silla plegable y una pancarta componen ahora el 'atrezo' de su protesta. "Una noche le robaron hasta la cena", cuenta Manolo Martínez, miembro del comité de empresa de la UTE y portavoz del Sindicato de Empleados Públicos (SEP), al que pertenece el trabajador.

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Román cuenta con el respaldo de muchos compañeros que pasan a diario por la plaza del Consistorio a hacerle una visita. "Si no fuera por su apoyo, yo no estaría aquí", apunta, agradecido. Su panorama familiar es desesperanzador. Su mujer no trabaja porque está dedicada al cuidado de la niña que ambos acaban de tener y de los otros hijos menores de la pareja, pero cada día se pasa a verlo para infundirle ánimos.

El barrendero afronta el próximo 25 de enero un acto de conciliación previo al proceso judicial por la finalización de su contrato. El portavoz del SEP señala que la contrata llegará a un acuerdo con el extrabajador gracias, entre otras cosas, a la intervención del alcalde, el socialista Gabriel Echávarri, a quien abordaron en la plaza del ayuntamiento días atrás para exponerle la situación. "Aquí no va a haber al final ni vencedores ni vencidos. Se llegará a una solución", augura el sindicalista. El afectado, en cambio, no las tiene todas consigo. Se muestra escéptico, pero al mismo tiempo advierte de que no va a moverse de su emplazamiento actual: "Solo quiero que me ayuden. No me voy a rendir. Voy a seguir aquí, como un espartano".

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