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David Bowie, el mito que también supo morir

El tributo al cantante se hermanó en Razzmatazz con la ayuda a los niños enfermos de cáncer

Actuación de Seward en el homenaje a David Bowie en el Razzmatazz.
Actuación de Seward en el homenaje a David Bowie en el Razzmatazz.Massimiliano Minocri

Con los años que hubiese cumplido el pasado domingo, sesenta y nueve, no había nadie en la sala. Con diez menos tampoco, solo algún héroe sale en nuestro país a un concierto de pop-rock con casi seis décadas en las articulaciones. De cincuenta pasados sí se veía personal, que bien lucía expresión de turista fuera de temporada o de ex militante de la noche que deseaba restablecer puentes con un pasado más o menos lejano. Los demás, inmensa mayoría, estaban entre los treinta y largos y los cuarenta y no muchos, niños o bebés cuando Bowie ya era una estrella. Los menores de treinta eran una anécdota y los menores de veinte una irrealidad. Sí, hace un año que David Bowie ha muerto, pero en realidad sólo ha fallecido para aquellos que ya sienten la punción, leve o aguda, de hacerse mayores. Los demás, los jóvenes, están en otra cosa. Como corresponde.

Martes. Sólo tienen de bueno que el lunes ya ha muerto. El año pasado el concierto de tributo a Bowie cayó en sábado y la respuesta emocional fruto de la consternación por un fallecimiento insospechado y reciente llenó Razzmatazz. Esta vez no se logró, aunque para ser martes la entrada fue de lo más meritoria. Tanto o más que la capacidad de movilización de los músicos, dispuestos a ilusionarse siempre que haya alguien delante para escucharlos. Y si encima hay una causa benéfica que no es el capricho que desgrava de algún pijo, en este caso el apoyo a las familias con niños enfermos de cáncer, aún mejor. Problema, que hay tanta buena voluntad que la lista de artistas fue más larga que un año sin Bowie, más de veintitrés grupos y/o solistas que pusieron a prueba la eficacia del equipo de escenario de Razzmatazz, que tuvo que hacer cambios de backline a la velocidad del Major Tom. Eso durante más de cuatro horas.

Y en una noche desangelada de martes, varias generaciones volvieron a manifestar que se están quedando huérfanas. Y como los mismos años, la cosa sólo puede ir a peor porque el rock ya es un abuelo y sus estrellas se tiñen el pelo hace lustros. Y es abuelo pese a descargas furibundas como la de Seward, casi el único grupo participante en la velada que escogió un tema reciente, Sue del último disco del Duque, al que además aplicó un categórico tratamiento de choque free muy propio del pulso sismográfico de la banda. Ellos, Seward, y la meticulosidad con la que Minova rehicieron el Let’s dance, otra pieza que escapó del cancionero de los años setenta, mayoritario en el repertorio, fueron dos de los momentos destacables de una noche en sí misma destacable.

Pero si se ha de hablar de instantes impactantes, hay que evocar la exposición de la portavoz de AFANOC, la asociación de apoyo a familias de niños enfermos de cáncer destinataria de la recaudación. En cualquier concierto benéfico se sabe que los parlamentos solidarios suponen un abrupto cambio de registro que desconecta a la audiencia, que responde con una sonrisa rutinaria y la mirada en Cuenca. Esta vez, sea por el miedo que transmite la enfermedad en sí misma, sea porque no se conjetura nada más injusto que criaturas con cáncer o porque el cáncer fue quien se llevó a un Bowie que demostró la posibilidad de perder con dignidad ante la enfermedad, el público escuchó el parlamento casi contrito, como si sólo su silencio pudiese sanar. A Bowie le hubiese gustado.

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