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Café de Madrid

La nube negra

Al autor Madrid le recuerda a México D.F. en muchos rincones hermosos. Las restricciones de tráfico podrían evitar que también se parezca en lo malo a la antigua Tenochtitlán

Hay momentos en los que no pocos mexicanos confundimos la Plaza Mayor de Madrid con el Zócalo de la Ciudad de México o el Paseo de la Castellana con el de la Reforma. Quizá por el calor de la hospitalidad madrileña llegamos a sentir que el Parque del Retiro es Chapultepec o que la Cibeles en el cruce de Alcalá es una y la misma que sonríe en la Colonia Condesa, tan cerquita del Metro Insurgentes. Un puesto de kebabs parece un expendio de tacos al pastor e incluso consta que hay una novela donde el protagonista despistado llega a confundir la Gran Vía con la otrora imperial calle de San Juan de Letrán, que pasa al lado de la Alameda Central y cuadricula al Palacio de Bellas Artes.

Todo lo anterior sucede en el afán –no sólo etílico—de cumplirle a Madrid aquello de que en México se piensa mucho en ti, pero por estos días de climas enrevesados nos ocupa y preocupa descubrir que la Señá Carmena ha tenido que decretar el Hoy no Circula para las matrículas (que en México llamamos placas) con terminación en par. Contra los engominados que quieren denostar la medida como error ideológico, más de un mexicano alza hoy la voz para celebrarle a la alcadesa una decisión que es para bien de Madrid, para alivio de sus pulmones y en abono de que por lo menos la capital de España siga siendo la región más transparente del aire, ya que la antigua Tenochtitlán ha tiempo que abandonó el título con el horror de sus millones de coches (que sólo han servido para burlar los programas del Hoy no circula), con el espanto de los más de veinte millones de habitantes aglutinados como sardinas en los cientos de kilómetros del Metro anaranjado, en los cientos de hoyos y baches que cacarizan sus calles, en los horrores de las obras y construcciones que en realidad sólo afean a la Antigua Ciudad de los Palacios.

Por experiencia propia en inversiones térmicas, efectos invernaderos y a falta de la sierra donde aún nieva y se respira frescura el antiguo D.F. puede con todo derecho y solidaridad exhortarle a Madrid que bien vale la pena olvidarse del automóvil por unos días, dejar de circular por donde en realidad nadie quiere circular sino andar y detenerse al paso. Bien vale todo el empeño de querer limpiarle los pulmones a Madrid no sólo para siga siendo la hermosísima ciudad que cada madrugada se limpia la cara con agua fresca, sino el espejo de una utopía que se llegó a palpar en medio del corazón de México y que las pasadas décadas de negligencia, desidia y polución se han encargado de enviar a la amnesia.

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