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Un 2016 musical

Recuperar la autoestima

Madrid ha sabido recuperar en 2016 su condición de epicentro para la música en directo

Público en el festival Mad Cool, celebrado en junio en la capital.
Público en el festival Mad Cool, celebrado en junio en la capital.Santi Burgos

Después de algunos años irregulares o más bien anodinos, con el eterno agravio comparativo respecto a Barcelona o incluso Lisboa, Madrid ha sabido recuperar en 2016 su condición de epicentro para la música en directo. Durante algunas semanas mágicas entre primavera y verano, nuestras agendas entraron en ebullición: Springsteen, McCartney, Neil Young, The Who (inéditos por estos lares después de medio siglo de existencia), Robert Plant, Elvis Costello, Graham Nash, Rod Stewart, Patti Smith, Wilco o Rufus Wainwright desfilaron por los escenarios en sucesión inolvidable, un trasiego de altísima cualificación como el que no alcanzaban a recordar ni las más privilegiadas memorias.

El resultado de semejante desfile de estrellas fue desigual: The Boss bordeó el fiasco en un Bernabéu de sonido horroroso, Costello y Nash ofrecieron conciertos demasiado desnudos y el mayúsculo Macca, ¡ay!, nos hizo sufrir con sus limitaciones vocales muy pocos días antes de soplar sus 74 velas. Pero los galones casi nunca llegan por casualidad. Los Who nos hicieron rejuvenecer, tal que si Los chicos están bien acabara de salir del horno. Y lo de Plant (Noches del Botánico, 14 de julio) y Young (MadCool, 18 de junio) fue sencillamente estratosférico. Fascinante. Como para no olvidarlo mientras nos funcionen las entendederas.

Añadamos el tradicional arreón de otoño, con algunas citas maravillosas (Paul Simon, por vez primera en 25 años; el reencuentro con The Cure; los superlativos King Crimson y sus 15 minutos de 21st Century Schizoid Man), y comprenderemos por qué la ciudad ha recuperado su autoestima melómana. La Riviera suena medio bien después de tantos años pesadillescos, Joy Eslava propicia momentos muy dulces (The Jayhawks, Everything Everything), el inmenso Glen Hansard nos canta entre las butacas del Nuevo Apolo y los programadores de las salas decisivas (El Sol, Moby Dick, Galileo, el nuevo Café Berlín, el reinventado Clamores) abonan su carácter infatigable. Solo sobra Vistalegre, una mole de hormigón con acústica atroz. Barcelona sigue por delante, pero las distancias, en este 2016, se recortaron mucho.

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