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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Artur Mas, caudillo populista

Cataluña siempre está en vanguardia. El reino de la post verdad funciona con el Proceso soberanista al menos desde 2012

Lluís Bassets

Artur Mas no quiere que se confunda al soberanismo con el populismo. Eso de momento solo sucede en España, porque en el ámbito internacional nadie incluye al independentismo catalán en la lista de los populismos que proliferan y crecen en toda Europa. Esto es así, probablemente, por una cuestión de visibilidad. A pesar de los cuatro años de Proceso, la internacionalización sigue siendo un auténtico problema. La atención europea es escasa e intermitente y se entiende perfectamente por qué. La idea de la secesión catalana tiene escasa entidad para una Unión Europea acuciada por el Brexit, el terrorismo, la gestión de los refugiados, la polarización con Rusia o ahora la presidencia de Trump; y, a la vista está, tras la investidura de Rajoy y la buena senda de la economía española, que no entra en el catálogo de los peligros para la estabilidad y la gobernanza, como Cinque Stelle en Italia, Marine le Pen en Francia, Gert Wilders en los Países Bajos o Alternative für Deustchland en Alemania.

A pesar de su escasa visibilidad internacional, es cada vez más evidente que se nutre en muchos aspectos de un malestar social y político análogo y que utiliza métodos similares a los de los populistas. La alianza con una fuerza tan colorista y expresiva como la CUP y la persistente utilización de la calle y de la pancarta por parte del gobierno y de las instituciones controladas por el independentismo, así como la apelación a un momento de ruptura son la guinda del pastel. Es difícil que no le llamemos pato a un animal que grazna como un pato, anda como un pato y tiene un pico como un pato.

El presidente catalán, Carles Puigdemont, en un rasgo de humor argumental, ha invertido los términos con un oxímoron tan intenso como el de la tópica negra claridad: la acción del gobierno de Rajoy corresponde a un “populismo constitucionalista”. Según Puigdemont, esa entidad externa y enemiga que es “el Estado” pretende coartar las libertades del “pueblo catalán” e impedir que se reúna, se exprese libremente y vote. Es decir, la democracia está en peligro. De lo que se infiere que quienes no presten su apoyo a la convocatoria unilateral de su referéndum no son demócratas. Estamos de lleno en el reino de la post-verdad, de gran efecto local y de nula credibilidad internacional.

Sin tanto humor ni pericia, el ex presidente catalán y responsable inicial del Procés, Artur Mas, al menos en su arranque y en su primer naufragio, ha querido defenderse directamente de las acusaciones de populismo en un artículo publicado en La Vanguardia el pasado 4 de diciembre titulado “Nuestro soberanismo no es populista”, del que pueden deducirse dos argumentos ya conocidos. El primero, que los populistas siempre son los otros. El segundo, que en un grado menor o mayor todos somos populistas. Reconocido así, Artur Mas señala que el populismo en todo caso no forma parte de su “cuerpo central”, como se supone que les sucede a otros. Notemos, de paso, que la CUP no aparece ni de pasada en la enumeración.

Lo curioso del caso es que se hace difícil descartar al soberanismo contemporáneo catalán de esta corriente si atendemos a los criterios que utiliza el propio ex presidente de la Generalitat para caracterizar a los populistas. Hay un pueblo, entidad mitificada que se opone a un enemigo, normalmente una élite al servicio de intereses exteriores o directamente exterior. Hay que polarizar el combate político, de forma que no quede nada entre el pueblo y sus enemigos: la construcción de la oposición entre independentismo y unionismo es ejemplar en cuanto a conceptualización populista. Hay que ofrecer ideas sencillas a problemas complejos: el derecho a decidir es la mejor de todas y la más imbatible. Con una salvedad: el populismo de Artur Mas tiene muchas cosas en común con el de Iglesias, pero se diferencia en algo tan notable como que los soberanistas, a diferencia de los podemitas, no quieren reconocerse como tales.

Que Cataluña está viviendo un momento populista es algo que nadie sensato puede poner en duda. El reino de la post verdad se ha instalado entre nosotros desde 2012, mucho antes de que el Diccionario de Oxford acogiera el término y de que Podemos asomara la cabeza. Una vez más, Cataluña está en vanguardia. Y Artur Mas tiene el mérito de ser un pionero o precursor del populismo ahora rampante, como demostró con su cartel electoral de 2012, en el que aparecía con los brazos en alto como Moisés-Charlton Heston en el Sinaí y acompañado de un eslogan inconfundible: la voluntat d'un poble.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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