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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Domingo de secesión

Acusar a los populismos de los problemas de Europa es una débil coartada, porque han sido efecto antes que causa

Josep Ramoneda

Los europeos afrontan una cadena de citas electorales, que empezó con el Brexity culminará en Alemania, que pueden decidir el futuro de Europa. La ciudadanía desconfía de las élites y cuando expresa su descontento se la acusa de populismo, una palabra tan ambigua como connotada, que contiene un manifiesto desprecio por la opinión popular. Las élites desconfían de los ciudadanos hasta el punto de que la última moda en la ciencia política es la “doctrina de los expertos” que aconseja que las democracias “refuercen su dimensión aristocrática en detrimento de la popular”.

Acusar a los populismos de los problemas de Europa es una débil coartada, por la sencilla razón de que han sido efecto antes de convertirse en causa. Y si la extrema derecha es hoy un problema es por lo mal que se gestionaron los años nihilistas, la crisis y sus consecuencias. Culpabilizar al populismo de nuestras desgracias es una manera de eludir las responsabilidades de quienes han estado gobernando Europa en los últimos años. Insistir en que no se puede hacer otra política que la que se ha hecho difícilmente conquistará adhesiones. Y responder al malestar ciudadano poniendo en duda su capacidad de palabra no contribuye ni a la salud de la democracia, ni a la contención de los populismos.

Austria e Italia son las dos próximas citas de esta carrera electoral por etapas. Los austríacos volverán a escoger presidente entre el candidato de los verdes Alexander Van der Bellen, elegido en mayo en unas elecciones impugnadas por irregularidades en el voto por correo, y el ultraderechista Norbert Hofer, favorito en las encuestas. La filiación de los dos aspirantes da noticia del fracaso de los partidos tradicionales, estos que piensan que acusando a los populistas blanquean sus errores. De momento, el electorado no les indulta.

Ante estas elecciones, el expresidente socialdemócrata Heinz Fischer ha dicho dos cosas que me parecen obvias pero que es necesario subrayar porque parte de los problemas de Europa vienen de la resistencia a querer ver lo evidente. La primera es que la insatisfacción con las élites no deja de crecer en todo el continente. La segunda, que la democracia no es indestructible. Relacionando estos dos enunciados cabe preguntarse si la manera de defender Europa es con la bunkerización de las élites, es decir, apelando a la dictadura de los expertos y declarando al pueblo ignorante, que es lo que, más o menos subliminalmente, emana todos los días de los discursos de los viejos partidos que viven en la melancolía del corporativismo bipartidista del que tantos ciudadanos se sienten excluidos.

Pero a estas afirmaciones de sentido común de Heinz Fischer, me gustaría añadir otras dos. Primera, todo paso adelante de la extrema derecha es un avance en la destrucción de Europa. Segunda, no debemos olvidar que el matrimonio capitalismo-democracia es ocasional, porque está demostrado que el capitalismo no necesita la democracia para vivir (véase China o Rusia).

Los progresos de la extrema derecha no son atribuibles a ella sola. Cuando los partidos de la derecha tradicional asumen su agenda no hacen más que reforzarla y seguir debilitando la cultura democrática europea. Y la evolución hacia el autoritarismo sea por la vía del comunitarismo conservador, sea por la vía de la aristocracia de los expertos, son las dos opciones alternativas de las que el capitalismo dispone si la democracia liberal zozobra.

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Lo que se juega en Italia puede tener efectos parecidos para la cohesión de Europa, pero el contexto político es completamente distinto del austríaco. Todo arranca de un capricho. Matteo Renzi, demasiado contento de haberse conocido, apelando el eterno argumento de la inestabilidad de la política italiana, diseñó una reforma constitucional a su medida que es un auténtico bodrio: prima al partido que saque más del 40% de votos con el 55% de escaños, es decir, falsea descaradamente la representación democrática para reforzar al poder ejecutivo, recentraliza el Estado y se inventa un extraño senado corporativista. Tanto es así que ante la avalancha de críticas, Renzi ha tenido que convertir el referéndum en un plebiscito. Si lo pierde, el domingo a casa.

Hace mes y medio en Barcelona, Joseph Stiglitz dijo que antes de 2020 dos países más podrían abandonar Europa. El domingo quizás esta hipótesis tenga dos candidatos: Austria e Italia.

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