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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Derroche temperamental

El barítono siberiano Dmitri Hvorostovsky ofreció un concierto de arias de ópera en el Liceo

El barítono siberiano Dmitri Hvorostovsky (Krasnoyark, 1962) vivió el domingo pasado un emotivo reencuentro con el público del Liceo; veinticinco años después de su debút - en 1991 cantó el Prólogo y dio vida al personaje de Silvio en un montaje de I Pagliacci, de Ruggero Leoncavallo- volvió a pisar el escenario liceista en un concierto de arias de ópera en el que derrochó pasión lírica, bravura y un temperamento volcánico.

El paso del tiempo, y los graves problemas de salud - en junio de 2015 anunció en su página web que se retiraba temporalmente de los escenarios para someterse a tratamiento tras serle diagnosticado un tumor cerebral- han dejado huella en la voz, pero no en su entrega en el escenario. La voz es ahora más oscura y busca acentos más dramáticos, y la emisión no es tan segura como antaño, pero el carisma y el instinto teatral siguen causando impacto.

La ópera rusa, su repertorio natural, reinó en una primera parte en la que cantó cuatro arias de muy variado carácter; desde el vuelo lírico y la opulencia de Na vazdushman akeane, de la ópera de Anton Rubinstein El Demonio, al sentido teatral y la variedad de acentos de la Balada de Tomsky, de La dama de picas, de Piotr Ilich Chaikovski; del voluptuoso lirismo de la cavatina de Aleko, de Sergei Rachmáninov, al majestuoso lirismo de El príncipe Igor, de Alexander Borodin, en la que impresionó su capacidad para mantener la intensidad en frases amplias.

Dmitri Hvorostovsky

Dmitri Hvorostovsky, barítono.

Orquesta Sinfónica del Gran Teatro del Liceo.

Mikhail Tatarnikov, director. Liceo.

Barcelona, 6 de noviembre.

Tras la generosa ración rusa, que incluyó tres piezas orquestales de Mikhail Glinka y Chaikovsky, Hvorostovsky apostó en la segunda parte por la ópera italiana, primero con el sublime Resta immobile, de Guillermo Tell, de Gioachino Rossini, que resolvió con poco cuidado estilístico. De hecho, el desgarro y cierto exceso dramático fueron la nota dominante en las dos grandes páginas de Giuseppe Verdi del programa, la muerte de Rodrigo, de Don Carlo y Cortigiani, vil razza dannata, de Rigoletto: el derroche temperamental ganó la partida a la nobleza y elegancia del fraseo.

Entre aria y aria, la orquesta animó la fiesta con piezas tan conocidas como el Intermezzo de Cavalleria rusticana, de Pietro Mascagni y el Preludio de Carmen, en una incursión en la ópera francesa que cerró el programa con la pasión y el punto de chulería de Escamillo en la celebérrima Canción del Toreador. Varios espectadores le entregaron ramos a pie de escenario y, mientras las palmas echaban humo, Hvorostovsky hizo vibrar al público con una torrencial interpretación de la popular Ojos negros como única propina.

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