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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las paradojas de Obama

Trump no es un antisistema. Ha jugado a antisistema para atraer a todos los que se sentían desamparados y ponerlos en vereda

Josep Ramoneda

Ocho años de mandato del primer presidente negro de Estados Unidos no han servido para mitigar el racismo ancestralmente instalado en la sociedad americana. La fractura se ha hecho más explícita si cabe. Es la paradoja de Obama. La América construida sobre la guerra civil que acabó con derrota del Sur esclavista y racista nunca ha conseguido liberarse de esta destructiva carga. La elección de un presidente negro formado en Harvard parecía una oportunidad. De hecho, Obama ya advirtió que no podía ser tarea de un mandato sino de una generación.

Obama ganó en 2008, justo cuando las clases medias sufrieron la gran sacudida de la crisis surgida de los años en que el capitalismo abandonó definitivamente cualquier idea de límites y se entregó al nihilismo. La nueva fractura social se sobreponía a la racial, crecía la irritación y el resentimiento de unos ciudadanos que se sentían arrollados por las élites. En un primer momento, la irrupción de Obama dio reconocimiento a la población afroamericana y pareció un paso irreversible en la construcción de una sociedad decente. Pero no olvidemos que, como dice Avishai Margalit, es decente aquella sociedad en la que las instituciones no humillan a los ciudadanos. Y los policías, los jueces, y algunos ideólogos y políticos han seguido humillando a los negros.

Al mismo tiempo otros muchos sectores ciudadanos se sentían también humillados por las instituciones en la debacle de la crisis. Obama respondió con más buenas palabras que avances concretos, entre otras cosas porque los republicanos utilizaron desde el primer momento su poder legislativo para bloquear sus proyectos. La radicalización neoconservadora del viejo partido republicano alcanzó momentos delirantes cuando el Tea Party se convirtió en referente ideológico del partido, ahora superado por Trump que con su cínico discurso antiélites le ha borrado del mapa.

No es negativo el balance de Obama y los ciudadanos lo reconocen en las encuestas: crecimiento superior al de Europa, tasa de paro en el 5%, consolidación de la potencia innovadora y tecnológica americana, ampliación de la asistencia sanitaria, recuperación de sectores industriales clave. Era aparentemente un buen capital de partida para Clinton. No ha bastado. Clinton, genuina representante de los denostados poderes de Washington, no supo reconocer la realidad. Clinton creyó que denunciando los disparates y las mentiras de Trump, la reacción de los moderados le daría la victoria. Pero estos moderados ya no existen. Y Obama habrá podido constatar que una gestión bien valorada en los sondeos no forzosamente llega al corazón de los ciudadanos que se sienten ninguneados.

Esta segunda paradoja de Obama tiene efecto explosivo cuando conecta con la primera: el racismo y el machismo han sido determinantes en esta campaña. Una mujer presidenta después de la presidencia de un negro era demasiado para la América profunda.

Trump no es un antisistema. Trump ha jugado a antisistema para atraer a todos los que se sentían desamparados. Y ponerlos en vereda. Suena a lágrimas de cocodrilo la consternación de los que mandan. Trump abre la vía autoritaria como respuesta a las fracturas abiertas por un capitalismo en fase depredadora. Es el plan b de ciertas élites, por si la gente sigue quejándose. Los que hoy se rasgan las vestiduras, no tardarán en aplaudirle. Por eso, los que quieran defender una sociedad abierta y democrática tienen que asumir que estamos en un cambio de tiempo en que cosas que parecían imposibles son posibles. Y obrar en consecuencia.

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En este punto, la interpelación va dirigida a quienes tienen poder económico y político y no ven o no quieren ver la envergadura de los destrozos que están provocando las desigualdades exponenciales y las fracturas que las acompañan. Cuando el trabajo deja de ser una garantía de realización personal y de vida digna porque es escaso y con salarios insuficientes, cuando la demografía provoca fracturas generacionales tremendas, cuando las nuevas tecnologías abren incertidumbres en las que es difícil manejarse y cuando la idea de límites desaparece en las clases altas, no se puede seguir operando con recetas del pasado. Y aquí la responsabilidad de los medios de comunicación no puede soslayarse: algo falla cuando los instrumentos que se utilizan —desde los sondeos de opinión hasta los géneros periodísticos— no son capaces de detectar los cambios y las inquietudes de la sociedad.

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