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La comedia perfecta

El Liceo presenta, por tercera vez, ‘Le nozze di Figaro’ de Mozart, dirigida por Lluís Pasqual y Josep Pons

Un momento de la representación de la ópera de Mozart en el Liceo de Barcelona.
Un momento de la representación de la ópera de Mozart en el Liceo de Barcelona. ANTONI BOFILL

En las óperas de Wolfgang Amadeus Mozart el teatro está en la música. Y en el caso de Le nozze di Figaro, su primer título con Lorenzo Da Ponte como inspirado libretista, la clave del éxito radica en el equilibrio, la elegancia y el sentido teatral del director de orquesta. Con las ideas bien claras, Josep Pons asegura la fluidez en una ágil lectura que saca buen partido del fino olfato teatral de Lluís Pasqual, director escénico del montaje, coproducido con la Welsh National Opera, que el Liceo presenta por tercera vez desde su estreno en 2008. Las voces rindieron con altibajos, en un buen trabajo de equipo, pero sin interpretaciones memorables.

Mozart, medicina ideal para mejorar la calidad de una orquesta, no engaña, pues deja al descubierto errores y carencias de forma inmisericorde. Y la orquesta del Liceo superó con buena nota el reto; el sonido es más claro, las cuerdas tocan con más agilidad y reflejos, las maderas aprovechan el juego siempre dialogante de Mozart para recrear detalles camerísticos, metales y percusión son más precisos. Los avances son incuestionables, pero aún quedan flecos en una plantilla que se va renovando con cuentagotas.

Acertó Pons en una versión con nervio, claridad en las texturas y un trabajo concienzudo en los recitativos, pero, y eso es un problema endémico en el Liceo, se tiene la sensación de que falta aún un ensayo general más antes del estreno para evitar los descuadres en las entradas de algunos cantantes y del coro.

En su tercera andadura liceista —se programó por segunda vez en 2012— el montaje de Lluís Pasqual ha ganado frescura y respira las esencias mozartianas con más naturalidad gracias a una mejor calibrada dirección de actores que permite disfrutar con sencillez el delicioso juego teatral; priman las emociones y el erotismo de las tramas amorosas, con un cambio de época —traslada la acción a los años treinta del pasado siglo— que aporta un ligero toque de comedia de salón, con la elegante escenografía de Paco Azorín, iluminada con suaves matices por Albert Faura.

Las mujeres llevan la voz cantante en la partitura, y en la función: la soprano Anett Fritsch sustituyó in extremis a Olga Mykytenko en el papel de la Condesa con un canto de gran nobleza. La bonita voz de la soprano Mojca Erdmann, casi inaudible al inicio, fue ganando cuerpo hasta mostrar su encanto lírico, pero estuvo muy envarada como actriz. Y la mezzosoprano Anna Bonitatibus, que empezó muy bien, se complicó la vida en las ornamentaciones de un Voi che sapete que sonó con rigidez. En su salsa la Marcellina de la mezzosoprano Maria Riccarda Wesseling y con encanto la Barbarina de la soprano Rocío Martínez.

Lado masculino

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Por el lado masculino, el barítono Guyla Orendt, debutante en el Liceo, perfiló un Conde cínico, déspota y mujeriego con soltura escénica y buena voz, de limitado volumen. Repitió su eficaz caracterización de Figaro el bajo-baritono Kyle Ketelsen, más convincente como actor que en los ricos matices vocales que pide el personaje.

El rotundo Bartolo del bajo-barítono Valeriano Lanchas y el cómico y muy bien cantado Basilio del tenor José Manuel Zapata, destacan en un reparto completado con solvencia por el tenor Vicenç Esteve Madrid (Don Curzio) y con mucho histrionismo por el barítono Roberto Accurso (Antonio).

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