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Futuros profesores se forman para luchar contra el acoso escolar

Estudiantes de Magisterio de Castellón aprenden a detectar casos de 'bullying'

Un agente de la policía en un colegio de Palma.
Un agente de la policía en un colegio de Palma. CATI CLADERA (EFE)

La intencionalidad y la repetición de la conducta violenta -física o psicológica-, dirigida siempre contra la misma persona. Son parámetros que ayudan a definir una situación de acoso escolar o bullying y el punto de partida para detectarlo en las aulas, dar la voz de alarma y empezar a actuar contra una realidad compleja, con múltiples aristas y cada vez más visible que afecta al 4% del alumnado en España, según datos del Ministerio de Educación.

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Un estudio reciente del Instituto de Matemática Multidisciplinar de la Universitat Politècnica de València (UPV) proyecta más de 400.000 nuevos casos para 2020. Alrededor de 50.000 por semestre. En la Comunidad Valenciana, y según el Plan de Prevención de la Violencia y Promoción de la Convivencia (Previ), los centros escolares de las tres provincias registraron más de 300 situaciones de acoso el curso pasado.

 La Universitat Jaume I de Castellón (UJI) organiza un curso sobre la intervención educativa en los casos de acoso escolar durante este mes y en el que participan estudiantes de 3 y 4º curso del Grado de Magisterio de Educación Infantil y Primaria. Una herramienta más para combatir esta realidad y que coincide con la reciente puesta en marcha por el Ministerio de Educación del primer teléfono contra el acoso escolar, el 900 018 018. Gratuito, atendido por psicólogos y sin huella en la factura.

“El acoso escolar ha estado siempre ahí, pero se daban situaciones que lo hacían menos evidente. Formar e informar a los docentes es clave, porque son los que pasan más tiempo en las aulas. Aunque es cierto que el grueso de casos de bullying se da en espacios menos formales del centro educativo, como el patio, el comedor, los baños, en los cambios de clase o durante asignaturas como educación física, en espacios abiertos. Ahí es donde los docentes han de tener vista”, sostiene una de las responsables del curso, Inmaculada Usó.

Doctora en Psicología, Usó advierte también de las dificultades de detectar los casos de ciberacoso, el que utiliza las nuevas tecnologías para intimidar, vejar y atacar, “y que resulta mucho más sutil e invasivo, porque aquí el acoso sale del centro y se mete en tu casa”.

El curso que Inmaculada Usó imparte junto a Ana Belén Górriz, profesora y doctora en Psicología tiene como punto de partida ayudar a los futuros profesores a definir qué es el bullying. “Acoso es aquella conducta violenta, física o psicológica, que realiza un alumno contra otro; puede ser un acto pequeño y  cotidiano que a veces llega a confundirse como normal, pero que se hace de manera repetida e intencionada, deja a la víctima en una situación de indefensión y le afecta negativamente a todos los niveles, del personal al académico”, señalan Usó y Górriz. “No es acoso esconderle el estuche o el bocadillo a alguien si esto ocurre de manera puntual y no siempre contra la misma persona. La intención, la repetición y el hecho de que esta conducta tenga siempre el mismo foco marcan la diferencia”, explican.

Usó insiste en que el acoso escolar es un fenómeno multidisciplinar que engloba a varios actores, más allá del agresor y la víctima, y que a su juicio ha de abordarse de una manera transversal. Definir los roles en un caso de bullying, y planificar acciones para cada uno, es otro de los puntos a tener en cuenta a la hora de afrontarlo.

Agresor y seguidores. Víctima y defensores. Espectadores

El agresor es el que dirige la acción de intimidar, pero no siempre de forma directa. “A veces presenta rasgos de maquiavelismo, se queda en la sombra y se apoya en sus seguidores, que atacan o incitan al agresor a seguir atacando. Siempre se rodea de personas que en un momento dado le puedan ayudar, y que lo hacen por amistad o simplemente por miedo a ser los siguientes”, explica Inmaculada Usó. Su perfil varía. “Desde el ‘gamberro’ o problemático que no atiende en clase al más estudioso que camufla su autoría y deja que el resto dé la cara”. Aunque esta investigadora señala que no hay perfil en cuanto al género, recuerda que varios estudios coinciden en señalar que las agresiones físicas parten más de los chicos, mientras que los ataques de tipo psicológico tienen detrás a más alumnas que alumnos.

La víctima es el foco de las agresiones, “y un indicador de víctima en la muestra de miedo que presenta, el hecho de que invente excusas para no ir a clase, la soledad en el patio o que se rodee de alumnos más pequeños. Lo cierto es que no hay rasgos de personalidad específicos y hay tantos hombres como mujeres. En la mayoría de casos sí suelen presentar alguna diferencia física: llevar gafas, el peso, la altura…”, que desencadena, o alienta, el ataque. La víctima sufre el acoso en silencio, “de ahí la importancia de trabajar con los otros dos roles que intervienen en esta situación, con los defensores de la víctima, que empatizan con ella y tratan de defenderla, y con los espectadores pasivos, que callan aunque muchas veces tienen la convicción de que esa conducta no está bien”. “Ellos, los espectadores, deben romper la ley del silencio y comunicar lo que pasa”, explican ambas profesoras de la Jaume I.

Esta diversidad de actores dificulta el abordaje del acoso escolar, pero hay otros factores que lo convierten en un fenómeno complejo, “como el hecho de que la mayoría de chavales no sean conscientes de que tanto el acoso como el ciberacoso son delitos”. Y a ello se suma la falta de empatía y habilidades sociales que presentan muchos de los acosadores, lo que hace que no lleguen a ser conscientes del daño que provocan. “Si no soy capaz de ponerme en la piel del otro difícilmente podré imaginar que le estoy haciendo pasar una etapa horrorosa”, apunta Usó.

A partir de aquí, ¿qué maquinaria activar? ¿Se puede erradicar el acoso? La prevención es clave, reconoce Usó, pero guarda silencio antes de contestar a esta última pregunta. “No hay una fórmula, si la hubiera ya la habríamos aplicado. Es la suma de muchas cosas. Concienciando a los menores, trabajando con los docentes y las familias, y creando un clima positivo de enseñanza, de educación en valores y aprendizaje de lo diferente, de mediación y ayuda entre iguales y de gestión de los conflictos, se podría lograr bajar el índice de acoso. Lo importante es ir todos en sintonía, no trabajar sólo de forma unilateral en el aula sino a nivel de centro. Si se trabaja para mejorar la convivencia en el colegio, eso llega al aula”. A todo lo anterior añade: “Y estar atentos a cualquier señal, y para ello, la base es la formación y la información”.

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