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TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un estudio entomológico del desgarro humano

Magda Puyo pone en escena la obra del sueco Lars Norén

El teatro del sueco Lars Norén se suele comparar con el de sus antecesores Strindberg y Bergman. Ellos también centraban su obra en los densos conflictos personales cultivados como el moho entre cuatro paredes. El matiz que aporta Norén es la pasión del investigador, la perspectiva del entomólogo que se sumerge a fondo en el estudio de sus bichos. Sus ejemplares preferidos son personajes perdedores, indigentes emocionales, disfuncionales y con tendencias autodestructivas. Sus textos dramáticos son exhaustivos estudios del desgarro, reflexiones sin jerarquías morales –como su monumental autobiografía– que se ofrece a los directores de escena con desabrida libertad, sin censura ante lo ingrato del ser humano.

El coratge de matar


De Lars Norén. Dirección: Magda Puyo. Intérpretes: Nao Albet, Manel Barceló y Maria Rodríguez. TNC, 23 de octubre.

Magda Puyo se protege de esta generosa invitación al abismo incorporando a su puesta en escena el retrato completo del autor: un toque de lírica anti-realista de sus primeros poemas. Excursiones gestuales, acciones extemporáneas que buscan expresar aquello que es silencio. Quizá hubiera sido más efectivo incorporar ese subtexto de lo callado en el propio tiempo de los personajes. Un poco de Pinter –Norén permite y facilita ese espacio sin palabras– para dibujar mejor la tensión que vibra bajo unos diálogos que parecen un ritual circular de dos animales heridos dispuestos a luchar hasta la muerte por dominar y vencer en una relación de amor-odio. El fondo sonoro de Nao Albet y la iluminación de Maria Doménech expresan con más eficacia la afixia de la relación paterno-filial que la propia interacción entre los dos actores.

Manel Barceló (el padre) se sumerge de pleno en el carácter chantajista de un viejo que fuerza la dependencia de un hijo de psique maltrecha e incapaz de responder al papel de vástago protector ante un cuerpo viejo que se muestra taimadamente desvalido. Una combinación extrema de fragilidad y descarado afán de mantener la supremacía. Nao Albet (el hijo) exhibe una extraña divergencia entre la intensidad de las emociones caóticas que afloran centradas en el rostro –como si tuviera actuando para un primerísimo primer plano– al mismo tiempo que descuida el lenguaje del cuerpo, mucho más destensado, como si éste estuviera fuera de plano. El trabajo de Maria Rodríguez (Radka, el elemento femenino externo) cumple con la funcionalidad erótica que le ofrece el autor.

Entre los tres se produce un movimiento de plea- y bajamar en su conexión con el público. Interesa el conflicto y su ponzoñosa espiral trágica, genera curiosidad descubrir los secretos psicóticos de los personajes, deducir como crecen sus respectivas sombras, pero cuando se llega al desenlace que glosa el título de la obra el interés conquistado equivale a la admiración que produce contemplar una rara colección de insectos ensartados por una experta aguja.

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