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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Salvar al PSOE

Cuando estalló la crisis y se miró a la izquierda, resultó que la socialdemocracia ni estaba ni se la esperaba. Y sigue sin nada que decir. Mientras los socialistas afronten su crisis en clave de pasado, su futuro solo puede ser negativo

Josep Ramoneda

Mientras el PSOE siga afrontando su crisis desde su propio pasado el diagnóstico sobre su futuro será inevitablemente negativo. El PSOE lleva demasiado tiempo sin escoger su sitio, colocándose dónde le llevan. Es una estructura vieja que llegó a acumular muchísimo poder, y que subsiste a través de cacicazgos territoriales muy enquistados que, a menudo, confunden el interés personal con el interés del partido. Y que, en su inseguridad, actúan reactivamente cuando colectivos ajenos al aparato o al partido adquieren voz y reconocimiento. Sin embargo, los últimos buenos momentos del PSOE fueron aquellos en que fue realmente capaz de conectar y movilizar más allá de sus aposentos orgánicos y de los territorios del poder establecido.

Fue con Zapatero. Su firme compromiso contra la guerra de Irak y su apuesta en materia de libertades y costumbres, que colocó al país en la vanguardia de los derechos personales, marcaron los últimos momentos en los que el PSOE llegó más allá de su espacio convencional. Eran propuestas que inquietaban a la gente de orden. Y el propio Zapatero lo vivió con apuros. El golpe de coraje de retirar las tropas de Irak produjo sobre él un efecto de parálisis que se tradujo en una larga ausencia de la escena internacional. Zapatero acabó mal, que parece ser el destino de los presidentes. Mayo de 2010 marca el inicio del declive del PSOE: desde entonces, todo ha sido cuesta abajo. Era la metástasis de una enfermedad largo tiempo incubada, que nadie supo detectar.

El modo en que el PSOE está afrontando su crisis no invita al optimismo. Viejo y torpe ha sido el procedimiento: una rebelión de parte del poder territorial contra el poder central, para acabar con las veleidades de quien apelaba a la militancia como fuente de legitimidad. Pésima es la lectura de lo que está ocurriendo, cuando Javier Fernández dice que el problema del PSOE es que se estaba podemizando, parece ignorar que si su nicho electoral se confunde con el de la derecha siempre ganará el PP. Y carentes de perspectiva de futuro son los apaños que se están tramando.

Una abstención técnica (absurdo eufemismo porque una decisión de este tipo sólo puede ser política) de los once diputados serían necesarios para que a Rajoy le cuadren los números, evitando que se evidencie la fractura interna con varios diputados rompiendo la disciplina. Y, Javier Fernández, en esta senda de camuflaje, dice que “el PSOE puede consentir la investidura, pero la estabilidad se la tendrá que ganar el PP”, lo cual no quita que los socialistas habrán hecho presidente a Rajoy y tendrán que apechugar con las consecuencias internes y externas de la decisión. Rajoy incluso se permite perdonarles la vida: “No pondré condiciones, que me dejen gobernar”. No asustan.

El PSOE se siente atrapado porque lleva años reduciendo sus opciones. Y un proyecto que realmente la catapulte al futuro parece imposible con las actuales relaciones de fuerzas. Si se tiene que imponer la ley de los que a trancas y barrancas conservan los escasos feudos que le quedan al partido, la suerte está echada. Y el mapa territorial del PSOE se seguirá empequeñeciendo. Trabajar para ser alternativa quiere decir dotar de contenido político a su proyecto, es decir, desmarcarse sin complejos del PP y tratar de imponer un nuevo lenguaje. Porque la confianza la transmite el que marca el sentido de las palabras no el que va a remolque, intentando simplemente corregir algún error de ortografía.

Cuando estalló la crisis y se miró a la izquierda, resultó que la socialdemocracia ni estaba ni se la esperaba. Y ahora que los excesos neoliberales han sembrado el desasosiego y los electores emiten señales de desconcierto en todas direcciones, la socialdemocracia sigue sin tener nada que decir. O es capaz, “de decidirse a combatir la austeridad aunque sólo sea por supervivencia”, como dice Paul Mason, y, en el caso español, de romper tabús territoriales y sociales, o Podemos, si no pierde el equilibrio montado sobre mil patas, puede acabar robándole el espacio, como ocurrió en Grecia.

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El futuro de la izquierda lo ganará quien conecte con aquellos que buscan pero no encuentran, por mucho que algunos lo anatemicen como podemización. La alternativa, de corto recorrido, es optar por ser la Convergència del Sur. Salvar al PSOE no es salvar a Susana Díaz.

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