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Todo es posible en Villamanuela

Este fin de semana se celebra en el centro de Madrid la quinta edición de un festival distinto, que combina una cuidada selección musical con arte, comercio y gastronomía

El artista de rock and roll King Khan, que actúa en Villamanuela.
El artista de rock and roll King Khan, que actúa en Villamanuela.michael hudler

Villamanuela es un certamen que ha encontrado su hueco en la diferencia. Si la crítica habitual a los festivales españoles es que tiran siempre del mismo puñado de artistas, este se mueve por debajo del radar de lo habitual. Es un festival sin relleno que convoca a mitos del Kraut rock, como Faust; investigadores del techno como Andy Stott o el rock’n’roll enloquecido de King Khan & The Shrines. “Es un festival nicho. No es para todos los gustos y lo sabemos. Es su esencia”, explica Pedro Martínez, uno de los codirectores.

Si inicialmente se presentó como un festival centrado en Malasaña (de ahí su nombre) en esta quinta edición, que se celebra desde el pasado miércoles y dura hasta domingo, la parte musical se mueve a los márgenes del cada vez más gentrificado y atestado barrio. Siroco y Café La Palma están en Conde Duque; Joy Eslava, en Ópera; Clamores, en Chamberí; Sala 0, en Callao. Solo el teatro Barceló podría considerarse Malasaña.

“Crecemos de una forma orgánica”, señala Martínez. En la alrededor de cincuentena de conciertos y sesiones de DJ, la organización espera congregar a unas 4.000 personas, el doble que el año pasado. “Me refiero a público de pago. Los que participan en las actividades gratuitas, exposiciones y rutas gastronómicas son más difíciles de cuantificar”, precisa Martínez, que asegura que el prestigio del festival empieza a traspasar las fronteras de la ciudad. “Aunque la mayoría de los asistentes son locales, este año hemos notado un aumento de la demanda externa. Alrededor de un 10% de los abonos se han vendido en Barcelona y hay un puñado de asistentes que vienen del extranjero; de Inglaterra, principalmente”.

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El abono da acceso a todos los conciertos de la programación oficial de Villamanuela Festival. El de dos días tiene un precio de 50 euros (en la web; en taquilla, 75), ya que la oferta de lanzamiento que dejaba a la mitad el coste de los abonos se agotó con los 100 primeros. Para los que no elijan esta opción, el precio de los conciertos oscila entre los 10 y los 30 euros.

Hace cuatro años, cuando nació el festival, sus organizadores buscaban homenajear los barrios de Malasaña y Conde Duque a golpe de música. Después de cuatro ediciones han conseguido que a los conciertos se sumen actividades relacionadas con el arte, la gastronomía y el comercio local.

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“Una de las novedades que destacaría en la programación de este año es que hemos incluido un gran porcentaje de artistas locales”, afirma Pedro Martínez, codirector de Villamanuela. La división del festival en tarde y noche ha hecho que encuentren su sitio cantantes como John Grvy, bandas como Melange o Las Odio, o productores de electrónica como Damian Schwartz. Este último presentó en abril su nuevo trabajo, The Dancing Behavior, tras ocho años de silencio musical. Un conjunto de melodías abstractas con patrones rítmicos herederos del techno de Detroit que ha grabado en su estudio madrileño.

El certamen ha encontrado su hueco en la diferencia

Schwartz, como el resto del cartel mencionado, tiene su base en la capital; una declaración de intenciones del Villamanuela, que cada edición pretende interactuar más con la ciudad que le cobija. Ese vínculo se percibe en detalles como que la fiesta de clausura (el domingo) salga de Malasaña y se celebre en el barrio de La Latina, en la sede de la Asociación Cultural El Sótano (calle de las Maldonadas, 6), uno de los locales de Madrid que más mima el sonido.

Espera congregar a 4.000 personas, el doble que el año pasado

O que Post Club, uno de los colectivos más particulares y activos del foro, celebre su quinto aniversario programando la noche grande del festival (sábado en la Sala 0 del Palacio de la Prensa; plaza de Callao, 4).

Entre los logros de la presente edición está que haya conseguido convocar a Mar Otra Vez. El grupo de Javier Corcobado, que comenzó su andadura a mediados de los ochenta, tenía una clara vocación post punk y no wave. Sus experimentales trabajos lo convirtieron en un grupo de culto entre la afición y uno de los nombres reseñables de la Movida Madrileña. Resucitó hace un par de años, pero se disolvió de nuevo en lo que parecía su desaparición definitiva.

Nunca se pueden asegurar estas cosas al cien por cien, pero todo apunta a que su concierto de esta noche en Villamanuela será la última oportunidad —o una de las últimas— de verlo en vivo. Aunque la gran resurrección de ese año es la de Mecánica Popular, pionero de la música experimental y revivido ahora para dar su primer directo en tres décadas.

Damian Schwartz, en su estudio madrileño.
Damian Schwartz, en su estudio madrileño.LUIS SEVILLANO

Suculenta legión extranjera

Bo Ningen es un ruidoso combo japonés. Den Sorte Skole hace música con samples y en Escandinavia congrega multitudes, aunque nunca ha pasado por Madrid. El estadounidense Craig Leon tiene 63 años, descubrió a Suicide o The Ramones, y se dedica a la música clásica, pero viene a interpretar Nommos, su disco de 1981 que es un mito del ambient. Después de 30 años de carrera, esta será la primera vez que la griega Lena Platonos —algo así como una Laurie Anderson cretense— actuará en España. Dwarfs of East Agouza es un trío originario de Egipto, concretamente de El Cairo, que combina elementos orientales y occidentales. Los británicos Death In Vegas parecían casi agotados después de 20 años de existencia, pero su nuevo álbum ha demostrado que el dúo liderado por Richard Fearless está en plena forma.

A la mayoría de ustedes, y de la humanidad, la vida y obra de los artistas mencionados les resulta completamente ajena. Y eso es lo interesante de Villamanuela: no se busca el nombre famoso, sino la propuesta musical cargada de peso específico. Contaban los programadores que una parte importante de los abonos se habían vendido antes de que se supiera alguno de los participantes del cartel. Ayuda el precio; en taquilla el abono de dos días cuesta 75 euros, aunque los que compraron con antelación pagaron la mitad por arriesgarse a comprar sin saber quién venía. Ahora no hay rebaja que valga.

Los integrantes del grupo Den Sorte Skole.
Los integrantes del grupo Den Sorte Skole.

Música con forma de escultura

La parte artística de Villamanuela siempre es la más tempranera. Así, el pasado 28 de septiembre arrancó con la inauguración de la muestra La construcción del sonido, en la sala polivalente del Centro Cultural Conde Duque (calle Conde Duque, 9). La exposición colectiva, en la que han participado siete artistas internacionales, busca profundizar en las interconexiones que existen entre la música y el arte.

“Digamos que este año pusimos primero el título —el concepto— y después fuimos buscando las obras que podrían encajar en él”, afirma Luciano Suárez, coordinador de esta parte del festival. Pilar Soler, comisaria de la muestra, ha reunido una veintena de collages, dibujos, esculturas y artefactos, como Ricas Vidas, de Joao Mouro (Faro, 1985). La pieza del portugués es quizás la más llamativa de la exposición: una silla de sonido. Se trata de una mecedora que tiene incorporados todo tipo de instrumentos de percusión, de tal manera que cuando alguien se sienta en ella y la mueve, la mecedora arranca su soniquete. El resto de participantes en la muestra son Sean Mackaoui, César Fernández Arias, Olaf Ladousse, Miguel Sánchez Lindo, Marta Botas y Guillermo Trapiello.

Conde Duque también fue la sede de otra actividad que se adelantó al inicio oficial del festival: los primeros encuentros profesionales de periodistas musicales, organizados por la asociación profesional PAM. El miércoles pasado miembros de este colectivo gremial moderaron tres conferencias sobre la fotografía musical, la posición de la mujer en la industria de la música y el controvertido concepto del buen gusto.

Cabeza, obra de César Fernández Arias en Conde Duque.
Cabeza, obra de César Fernández Arias en Conde Duque.

Paseo gastronómico en Malasaña

A pesar de que los conciertos del Villamanuela han salido de Malasaña, eso no significa que Malasaña haya salido del Villamanuela. La parte diurna del festival sigue teniendo el barrio como epicentro. “Desde el primer momento quisimos vincular a los comerciantes de la zona con nosotros, y para eso creamos La ruta de la tapa: bares y restaurantes que preparan recetas especiales y que ofrecen descuentos a quienes tienen el abono”, explica Pedro Martínez, director del certamen. Son casi 200 los bares y comercios de la zona que están asociados a Villamanuela. Desde tiendas de ropa o de discos hasta librerías o galerías de arte, que componen las actividades complementarias de un certamen que aspira a seguir creciendo “hasta donde sea posible”, según su codirector.

Eso significa que la continuidad parece asegurada, pero también que Villamanuela deberá plantearse si Malasaña, que tanto ha cambiado últimamente, se le queda pequeño. Madrid es una ciudad en la que llegar a la quinta edición de cualquier cosa resulta complicadísimo. Más si, como es el caso, la apuesta artística es tan arriesgada.

Interior del bar Palentino, asociado al festival.
Interior del bar Palentino, asociado al festival.SAMUEL SÁNCHEZ

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