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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nubes negras sobre el PSC

Dada la correlación de fuerzas y los intereses de quienes han derribado a Sánchez, el PSOE va a acentuar su rumbo unitarista, meridionalista y españolista

Pedro Sánchez, en un acte a Santa Coloma de Gramenet el 2015.
Pedro Sánchez, en un acte a Santa Coloma de Gramenet el 2015.EFE

Comencemos por subrayar lo obvio, porque a veces lo obvio se desdibuja en el fragor de la batalla: Pedro Sánchez no pasará a la historia como Pedro I el Confederalista ni el Autodeterminista, ni siquiera como el líder que dio a la estructura del PSOE un funcionamiento más verosímilmente federal, flexible y dúctil. De hecho, el bienio del madrileño en la secretaría general del partido se ha caracterizado más bien por lo contrario. Si nos fijamos en los símbolos, nunca antes grandes banderas rojigualdas habían arropado con tanta rotundidad actos socialistas importantes (desde, en junio de 2015, su proclamación como candidato a la presidencia del Gobierno hasta, en septiembre del mismo año, el mítin del PSC en Santa Coloma...). Si atendemos al discurso, a lo largo de su mandato no se había escuchado a Sánchez nada que se apartase de la más estricta ortodoxia en materia territorial: la declaración de Granada y los tópicos de costumbre sobre “la diversidad de España”, “la solidaridad entre los distintos territorios” o “las identidades múltiples”.

Es cierto, no obstante, que ya en sus últimos meses de liderazgo, acosado por los malos resultados y por la amenaza de Podemos, Sánchez se ha permitido alguna pequeña transgresión. Durante la campaña previa al 26-J, y pensando seguramente en un PSC al que En Comú Podem comía el terreno, sugirió un pacto político bilateral entre Cataluña y el Estado, idea —la de la bilateralidad— que los barones socialistas rechazaron de manera fulminante. A mediados de julio, ante el persistente bloqueo político, apuntó la necesidad de “sacar del limbo a los 17 diputados de Esquerra y de Convergència”, y algunos adversarios interpretaron que quería pactar con los separatistas.

Desconozco en qué medida —seguramente escasa— tales posicionamientos han contribuido a su caída. Pero, aun cuando Pedro Sánchez no pueda pasar por mártir de unas convicciones girondinas que no tuvo, a la vista de la correlación de fuerzas, discursos e intereses entre quienes lo han derribado mucho me temo que el PSOE va a acentuar todavía más su rumbo unitarista, meridionalista y españolista, lo cual pondrá al PSC en una posición casi imposible.

Los primeros indicios están a la vista. Entre los diez miembros de la comisión gestora constituída el pasado fin de semana, las organizaciones socialistas andaluza y extremeña tienen cuatro representantes; el PSC —que fue, durante décadas, tan vital como el que más en el acopio de diputados para que Felipe o Zapatero pudiesen gobernar— no tiene ninguno. Con la peregrina excusa de que se halla en proceso congresual; y con la secreta esperanza de que, para cuando en noviembre salga de él, en Ferraz y en la carrera de San Jerónimo ya esté todo el pescado vendido.

¿Represalia por el apoyo hasta el último minuto de los socialistas catalanes a Sánchez y a su “No es no”? Probablemente también. Pero hay más. El presidente y artífice de la gestora, el guerrista asturiano Javier Fernández, pasa por ser un “referente moral” del partido. ¿Tiene esa condición algo que ver con sus palabras en el comité federal del 9 de julio, cuando ante las veleidades de Iceta con la vía canadiense, Fernández amenazó: “si el congreso del PSC aprueba la celebración de aquel referéndum, el PSOE tendría que replantearse la relación [con el partido catalán], porque el proyecto ya no sería el mismo”?

Y luego está la probable futura lideresa del socialismo español, la máxima responsable de la defenestración de Sánchez, Susana Díaz. No, no es que la presidenta de la Junta sea anticatalana; son sólo negocios: ella sabe que, sin el déficit fiscal catalán, el régimen andaluz sería insostenible y que paradójicamente —o quizá no— acusar a los catalanes de ser insolidarios, de querer privilegios, etcétera, es un filón electoral riquísimo en la España meridional. Durante la campaña de junio lo explotó tan a fondo, que no quedó a salvo ni La Caixa.

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Semanas después, tal vez para compensar y en aras a sus ambiciones de ámbito español (buscando complicidades contra Sánchez), Díaz vino a La Farga de l'Hospitalet, a un peculiar acto político compartido con las alcaldesas Núria Marín y Núria Parlon. Pues bien, según fuentes dignas de crédito, la mandataria andaluza salió del recinto ferial horrorizada. Horrorizada de comprobar cómo de extendido está el contagio soberanista en sus propias filas. Es de temer que quiera fumigarlas.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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