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Viaje a las tripas de Cristóbal Colón

El mirador del monumento es un lugar estrecho y desconocido por la mayoría de barceloneses

Alfonso L. Congostrina
Mirador del monumento a Cristóbal Colón
Mirador del monumento a Cristóbal ColónCarles Ribas

El monumento de Colón siempre ha estado ahí, al final de la Rambla de Barcelona. Al menos desde su inauguración el 1 de junio de 1888. Es parte de la marca de la ciudad, los barceloneses -y del resto de catalanes también- lo han utilizado, entre otras funciones, como marco para hacerse fotografías en tintes sepias a lomos de uno de los ocho leones que protegen el conjunto escultórico. El arte de la montura de leones parece haberse internacionalizado y lo han adoptado los turistas. Estos últimos, se dejan llevar y han accedido a un lugar donde muy pocos catalanes admiten haber estado: El mirador del Colón, las tripas del monumento.

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La entrada principal a los sótanos del monumento es una escalera empinada situada justo enfrente del puerto. El golpe de humedad y ambiente cerrado da la bienvenida a una especie de pasillo de ladrillo visto un tanto claustrofóbico. Allí se encuentra una oficina de turismo. “Somos una oficina muy peculiar donde a parte del turista general somos la primera referencia de los cruceristas”, señala Noelia, responsable de la oficina de turismo. “Aquí, aparte de Colón les informamos como pueden ir a la Sagrada Familia o…. al Camp Nou”, sonríe.

A la izquierda de la entrada, en el pasillo circular, se encuentra la oficina. Un poco más allá, una tienda de souvenirs quizás única en cuanto a que el diseño es estrechísimo largo y a la vez siguiendo la curva de la peana exterior sobre la que se sujeta la monumental columna. “La pretensión es vender souvenirs con un valor añadido, que no sean del chino”, comenta uno de los trabajadores. La pretensión parece correcta pero los turistas que ayer paseaban por las tripas del monumento optaron por hacerse fotografías junto a unas reproducciones de los jugadores del FC Barcelona, Leo Messi y Neymar. Es como si dando un paseo por los túneles interiores de Colón hubieran topado con dos jugadores del Barça vestidos, a punto de saltar al terreno de juego, mostrando la mejor de sus sonrisas.

El pasillo circular sigue y los más instruidos pueden recrearse en unos pósters donde se explica algo de la historia del monumento y mil y una curiosidades. Para acabar, un tramo del pasillo se ha convertido en un espacio de enoturismo. Botellas de vino, sobre todo, catalán. Un lugar donde adquirir o degustar algún caldo antes, o después, de subir al mirador que a nadie deja indiferente.

Llegó la hora. “No hay escaleras”, asegura la guía turística. En la inauguración del monumento de 1888 “este era el primer ascensor de Barcelona y se quedaron colgados”.

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Ayer un grupo de ancianos de Vilafranca del Penedès visitaba por primera vez el mirador. “Hay que entrar de tres en tres al ascensor”, informaba en ascensorista. El elevador es redondo se entra por una puerta y se sale por otra que está a 180 grados de la primera. El trabajador con chaleco que hace de ascensorista es simpático y responde las preguntas, no son muy novedosas, de la pareja de ancianos que le acompaña en este viaje. “Son más de 50 metros y sí se para el ascensor, la empresa viene y reinicia el elevador. Si no, está esta trampilla del suelo por si nos tienen que rescatar los Bomberos”, informa. Una anciana suspira presa de algún grado de angustia y la visita solo ha hecho que empezar. El mirador proporciona vistas sobre la ciudad. Los ancianos van destacando mira: “Montjuïc, la Rambla, la Sagrada Familia…”. El espacio es estrechísimo y bastante claustrofóbico. Los cristales hacen efecto invernadero y un calor húmedo se adueña del ambiente. Dar la vuelta al mirador es tarea complicada, solo se puede ir en un sentido ya que dos personas juntas no caben. Más de ocho personas no caben a los pies de Colón disfrutando de las vistas. Hay que moverse casi como si las personas fueran un tetris humano. Regresar al sótano es rápido. La puerta del ascensor es manual y hay que hacer movimientos claves para sortearla y volver a la cabina. “Aquí en verano se pasa mal hace mucho calor”, admite el ascensorista.

La salida de las tripas del monumento se hace mirando al mar. Allí siguen los montadores de leones y las estatuas de indios arrodillados en la base de la peana del descubridor de América. Un poco más allá, al final de la Rambla, una estatua humana se gana la vida imitando al descubridor. "Si quitan la estatua seguro que después me jubilarán a mí", sonríe. 

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