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Crónica
Texto informativo con interpretación

La fiesta de la periferia

Los sonidos africanos y árabes marcaron la noche una vez olvidada la lluvia que envió la santa triste

Un momento del concierto de MHD.
Un momento del concierto de MHD.

Llovía como si el mar no estuviese abajo, sino sobre las cabezas de la cincuentena de chavales que esperaban el concierto de la “trapera” Bad Gyal, la chavala que ha decidido decirles a los chicos que ella también quiere poder y mandato. Sobre toda la ciudad santa Eulàlia lloraba un año más de dolor, triste por perder su trono en favor de la Mercè, y los músicos pagaron los platos rotos. En la playa del Bogatell la arena estaba impracticable, y se hubo de suspender todo el cartel, que tenía previsto recuperarse la noche del sábado sustituyendo a Love Of Lesbian por Sidonie. Pero a eso de las 22:00h la lluvia remitió y habiéndose llevado por delante otros conciertos –Nakayi Kanté, Inxa Impro Quartet, Jordi Molina- la santa dio el plácet para que los barceloneses no sufrieran más su dolor. Y la fiesta siguió. Primero, bajo un tenue lagrimeo, con Jeanne Added y su pop rítmico, eléctrico y oscuro comandado por su poderosa voz. Pero la celebración viró luego a popular, moruna y suburbial, una suerte de canto y reflejo de los mil mundos que ya podemos tocar con la mano y que nos hablan de una sociedad mestiza.

Pasó en la plaza dels Ángels. Un chaval local hablaba por el móvil con un amigo y le decía que allí no había casi negros. Y eso que sonaban rimas. Estaba atónito. Bien que se trataba más bien de trap (subgénero del hip-hop) africano, pero era verdad, allí la chavalería era magrebí, hijos de la inmigración, pieles oscuras pero más claras de nuevos chavales y chavalas de barrio, que se volvían locas, cada vez que MHD gritaban “Champions league”, “Molo molo”, “La Moula” o “Ngatie Abedi”. Bailaban música con raíz en Senegal, una de las cunas culturales, con Francia y Guinea, de Mohamed Sylla, el líder del cuarteto y lo hacían ante un público al que no se ve en los demás circuitos musicales de la ciudad. Los invisibles. Más tarde, en el Moll de la Fusta, más suburbio festivo. Esta vez con toque árabe, egipcio. Dos baterías y un teclado del que salían sonidos ácidos y morunos, música chaabi, también festiva y popular, salpimentada con un refrito agudo y digital. Allí el público ya era menos sorprendente, blanco y local, pero el sonido, impuro y enervante, no resultaba nada consabido y evocaba a las celebraciones de las Primaveras Árabes a las que, en el caso egipcio, puso música como si se tratase de un himno de los nuevos tiempos. Dos extremos de la periferia en el centro de la ciudad.

Mientras tanto, la plaza de la Catedral también había propuesto mezcla. La de María Arnal y Marcel Bagés rehaciendo la tradición popular y cantando en una jota “Y el cielo se encuentra nublado/no se ve relucir ni una estrella/los sonidos del trueno y del rayo/vaticinan segura tormenta” mientras los espectadores, en pie pues la lluvia había desaconsejado las sillas inicialmente previstas, escuchaban como canciones como estas son fruto textos y melodías llegados de aquí y de allá y resituados en una nueva tradición, la de los dos jóvenes que ahora la exponían frente a ellos. Con solo voz y una guitarra. Menos afortunado en su mezcla estuvo Bachar Mar Khalifé, hasta el punto de no saberse a qué carta jugaba, si a la de la estilización lírica a piano en clave occidental, al misticismo árabe o a un improbable nuevo folclore. La cuestión es que el público no recogió su guante y fue menguando a medida que pasaba el tiempo. En una noche de fiesta no todo el mundo se lo pasa bien.

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