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Tamariz, la magia del patriarca

El ilusionista presenta en el Tívoli su espectáculo ‘Magia potagia... y más!’

Tomàs Delclós
El mago Juan Tamariz, el pasado mes de febrero.
El mago Juan Tamariz, el pasado mes de febrero.Santi Burgos

Juan Tamariz es el actual patriarca de la magia en España. Y uno de los responsables de su renacimiento desde que en 1971, ante el panorama de una magia marchita, firmara, junto con Ascanio, Puchol y otros, el manifiesto de la Escuela Mágica de Madrid que proponía una magia más adulta, que supiera encontrar un público que le diera importancia como arte, como espectáculo, como producto de la inteligencia. Y ahí está, casi medio siglo después llenando el Tívoli con su espectáculo Magia potagia... y más! en una Barcelona donde coinciden dos espectáculos de ilusionismo en buenos teatros. Aunque Tamariz ha hecho magia en lugares más inhóspitos teóricamente para ella, como la radio, con su verbimagia.

Este texto más que una crítica es la crónica de un pasmo, el de los espectadores ante las ilusiones que les va proponiendo Tamariz. Una de ellas consiste en pedir a una persona del público que telefonee a un conocido y le proponga que piense una carta. El familiar únicamente la dice a su pariente casi al final del efecto. Y la carta pensada está arriba de la baraja. En el descanso, los vecinos de platea del voluntario y coprotagonista del juego podían escucharlo manifestando su perplejidad, la misma que la de ellos. Sabían que la hay, pero no encontraba ninguna explicación sensata. Y no estaba, iba repitiendo el espectador, compinchado con el mago, quien también advirtió desde el escenario que él no utiliza el truco del cómplice, algo que desprestigia la magia.

La sesión termina con magia de cerca, cartomagia, que recoge una cámara para que pueda ser visto en su más mínimo detalle por el público en una pantalla, redonda que, he leído, es un homenaje, difícil de apreciar, a la luna tuerta de Meliés, el gran ilusionista y cineasta. Quizás sea este Tamariz, minimalista, el más apreciado.

Tamariz sostiene gran parte del espectáculo solo y cuando necesita testigos o auxiliares pide la colaboración de los espectadores. De hecho es un espectáculo familiar, porque las dos únicas personas que salen al escenario sin ser del público son familia. Su esposa, la maga Consuelo Lorgia, que empequeñece una baraja u organiza una cuadrícula de números que sumados en cualquier dirección siempre dan la cifra que ha propuesto un espectador. Y el mago Alan, su yerno, que colabora en un número de, digamos, espiritismo aunque el humor, al que Tamariz recurre incansablemente, aleja toda creencia en lo sobrenatural. Más que chistes, Tamariz hace bromas, algunas muy de catálogo, en una fiesta donde impera la alegría y el asombro. En fin, el gran maestro ha vuelto nuevamente a Barcelona.

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