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Y la ballena se quedó en raspa

La sala Moby Dick se reinventa como sala de conciertos para celebrar su primer cuarto de siglo

El líder de Cornershop, Tjinder Singh, durante un concierto en la sala Moby Dick, en 2010.
El líder de Cornershop, Tjinder Singh, durante un concierto en la sala Moby Dick, en 2010.CLAUDIO ÁLVAREZ

La música es un acto de amor. Hay quien se enamora de una canción, sin duda, pero el dulce flechazo puede incluso volar desde el escenario hasta algún corazón diseminado por las primeras filas. Pregúntenle a Tim Rogers, el cantante de You Am I, que conoció a la madre de su hija Ruby mientras oteaba el horizonte desde las tablas de la Moby Dick. Por la sala había acertado a pasar Rocío García, y el persistente cruce de miradas no solo propició una conversación después del concierto. También, una vida compartida en las remotas latitudes de Melbourne.

Rocío y Tim ya no siguen juntos, pero el líder de la venerada banda de indie australiano regresó este domingo al lugar de los hechos. Seguramente se llevaría una sorpresa de consideración. Los rockeros de nuestras antípodas han sido casi los primeros en pisar las remozadas instalaciones de la Moby, que tras mes y medio de obras ha experimentado una mutación impactante. Adiós a aquella fisonomía alargada y angosta, de garito clásico. Olvídense, sobre todo, de las paredes cubiertas de madera, como si nos encontráramos en el interior de un barco invertido. La nueva Moby Dick es más holgada y diáfana, con una vidriera que comunica directamente con la calle. Ha dispuesto una enorme barra en el centro de la pista y trasladado los servicios al sótano, con detalles modernuquis como esos viejos barriles metálicos de cerveza reconvertidos en urinarios. Y hasta ha modificado su logotipo, esa oronda ballena que presidía todas las actuaciones. El cetáceo ahora se ha quedado en una esquemática raspa, una de esas transmutaciones conceptuales y minimalistas que tanto se estilan en los estudios de diseño.

“Hemos celebrado más de 4.000 conciertos y ahora era el momento de reinventarse para aguantar, como mínimo, otros 25 años más”, resume Hugo García, director de Comunicación del grupo Moby Dick. García ya formaba parte de aquella clientela que en marzo de 1992, a las puertas de la Expo y los Juegos Olímpicos, celebró los primeros brindis en el número 5 de la Avenida de Brasil. Desde entonces han acontecido muchas cosas. The Delta 72 llegaron desde Detroit para colgarse del telón y dejarlo hecho añicos. Mike Mills, Scott McCaughey y Ken Stringfellow abandonaron por unas horas la disciplina de REM para improvisar un bolo benéfico en la Nochevieja de 2004. Gigolo Aunts se sacaron de la manga a Adam Duritz, cantante de Counting Crows, como artista invitado. Y el dublinés Jerry Fish puso de cuclillas a toda la sala en junio de 2011, mientras paseaba de un extremo a otro del local regalándonos su vozarrón de bucanero.

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La Moby siempre ha sido así, un referente melómano y -en dura pugna con El Sol- la sala con el sonido más cálido de la ciudad y la más gozosa sensación de cercanía con los artistas. Ahora conserva su aforo para 299 espectadores, pero luce más luminosa, holgada. Preparada, o esa es la idea, para la vida moderna. “La gran obsesión”, reconoce García, “era que la desaparición de la madera no significara una pérdida en la calidad acústica. Teníamos todas las garantías de los peritos y los técnicos de sonido, pero hemos estado nerviosos hasta comprobar que todo sigue yendo bien”.

El gremio de la música en vivo madrileña, desde promotores a programadores e intérpretes, bendijo a la remozada Moby con un picoteo la noche del miércoles. Entre los corrillos, opiniones entusiastas o nostálgicas, como corresponde a este tipo de templos. Alguno recordó que en la Moby tocó por última vez Pepe Risi, de Burning, aquella noche en que pronunció la frase “Nunca habíamos tocado tan al norte”. O que los venerados The National, hoy habituales de los pabellones, vivieron su debut madrileño en la primavera de 2005, ante un grupito de curiosos. O el estreno de unos jovencísimos Lori Meyers como teloneros de The Sunday Drivers.

De cara al último trimestre del año, y a falta de nuevas incorporaciones, se avecinan noches junto a The Ex, The Wild Life, Night Beats, Coeur de Pirate, DMA’s o los grupos del sello El Genio Equivocado, entre otras citas prometedoras. El vientre de la ballena, ahora de ladrillo visto, sigue abierto a las buenas vibraciones.

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