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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Qué referéndum?

Tras las falsas convocatorias del 9-N y el 27-S, de Holanda y del Brexit, hay que optar por otro tipo de consulta: sobre un texto pactado

Xavier Vidal-Folch

Vuelve el secesionismo al punto de partida: EL referéndum. Y no se detiene en explicar por qué deshace la pantalla. Vuelve, en la cautelosa formulación del presidente Carles Puigdemont, al formato “factible”, “seguro” y “con todas las garantías”. O sea, traducido para el común de los mortales: nada de desobediencias ni de ilegalidades.

Así que los fans de pasar las pantallas de tres en tres, esta mañana la DUI; el RUI a la hora de la merienda; y la secesión exprés que debía celebrarse hace dos años largos, en el desayuno de Sant Jordi —según perjuraba Carme Forcadell—, vuelven a sentirse en orsay. Lo están.

Que los catalanes votarán un día sobre su futuro en referéndum, se admiten apuestas diez contra uno. Cuál sea ese tipo de consulta, eso es más complejo.

Hace años, al desencadenarse todo, un nutrido sector de la ciudadanía acariciábamos la idea de un referéndum “legal”, según el artículo 92 de la Constitución (consultivo y convocado por el Gobierno); y “pactado” (entre los Ejecutivos central y de la Generalitat). El perfume de las consultas quebequesa y escocesa parecía recogerse en aquella formulación.

El primer gran desacierto —aunque aún no trágico— fue convertir el desiderátum de ese referéndum pactado en un intento de obtener la delegación competencial del Ejecutivo central (al que le corresponde esa función) para que fuese la Generalitat quien lo moldease: se difuminaba la percepción de la convocatoria en sintonía y complicidad. Acabó como el rosario de la aurora en el Pleno del Congreso de los Diputados del 8/4/2014.

Después ha llovido mucho, reblandeciendo hasta el límite la fe referendaria de bastantes, para nada inmune a la influencia de hechos e intenciones.

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El 9-N de 2014 se celebró un simulacro de referéndum, una consulta participativa: su celebración debería haber cerrado heroicamente la cuestión, al menos según la tesis de los convocantes, como de hecho ha sostenido el principal de ellos, Artur Mas. Pero se ve que no, que hay que repetir el intento, señal de que no era tan perfecto como se dijo, ni tan dirimente como se pretendió. De hecho no valió para nada más que como excelente acto propagandístico.

Y para indicar que el camino del desacato a la ley, la desobediencia a las instituciones democráticas —aunque disguste su sesgo coyuntural— y la deslaltad al conjunto de los catalanes tiene poco recorrido. Incluso para quienes consideramos que Mas y Quico Homs desobedecieron, sí, pero no incurrieron en delito de desobediencia según los parámetros muy garantistas (¡bravo!) de la jurisprudencia criminal española. Ambos son desleales, pero no delincuentes.

Luego, el 27-S de 2015 celebraron otra farsa de referéndum, las “elecciones plebiscitarias” que dieron en la derrota del plebiscito (con la victoria pírrica de las elecciones). Y en un Gobierno inactivo —tributario del secuestro (democrático) de la antisistema CUP— cuya única virtud es la agilidad de su presidente y su lenguaje normal, de persona normal, nada enfática.

Tras dos referendos falsos ¿conviene perseverar en un tercero de parecida planta? Parece desaconsejable, pues además, entre tanto se han celebrado en Europa otros que han contribuido también a evidenciar el carácter no siempre democrático de tales convocatorias binarias, sometidas a cualquier asedio demagógico, en el que se responde a todo lo que no se pregunta.

Son las de los Países Bajos, en que se solicitaba el parecer sobre un Tratado comercial Unión Europea-Ukrania (6/4/2016). Y el del Reino Unido sobre el Brexit o autoexclusión de la UE (23/6/2016). En ambos casos se contestó otra cosa peregrina a la pregunta: se respondió con xenofobia parafascista. En ambos se exaltó la demagogia y se manipularon los datos de los problemas planteados. En ambos los resultados alcanzaron quórums inferiores a los requeridos en la votación sobre la independencia de Montetegro (55% de votos positivos). De haberse aplicado, ni se hablaría del Brexit.

Podemos ignorar la realidad. Pero la realidad es la que es: este tipo de referendos ha sido desacreditado por los hechos, en Cataluña y en toda Europa. Habrá que optar pues por otro tipo de consultas, incluso varias: para ratificar un texto acordado que recupere el autogobierno; para una Constitución federal; para un nuevo Estatuto; para una disposición adicional a la vasca. Esto es posible, y lo deseable. Y si luego no sale, ja en parlarem.

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