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FOLK / Davide Salvado
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La transgresión rural

El cantante mezcla tradición, jazz y desparpajo arcoíris en una de las propuestas más seductoras para la aletargada música de raíz

Davide Salvado y sus músicos, el acordeonista Santi Cribeiro y el saxofonista Pedro Dalama.
Davide Salvado y sus músicos, el acordeonista Santi Cribeiro y el saxofonista Pedro Dalama. FERNANDO NEIRA
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El auge del folclor peninsular queda lo bastante lejos como para incurrir en la tentación de la nostalgia, pero que nadie acepte como inevitable el repliegue a los cuarteles de invierno. Le escucharán miles o cientos; la primera opción sería la ideal, pero artistas como Davide Salvado bien merecen que elevemos nuestras expectativas y nos contagiemos de una revitalizadora esperanza. Salvado ha tardado un año largo para el estreno matritense de sus Lobos y la Galileo Galilei apenas acreditó media entrada. No importa: algunos episodios trascienden su dimensión numérica y lo que vivimos el lunes fue un pequeño gran acontecimiento para las músicas de raíz en este bendito curruncho peninsular de la Europa sureña.

En Helsinki, que pilla lejos, es distinto. Hace apenas una semana, este mismo cuarteto entusiasmó allí a un millar largo de asistentes. Salvado es rural y tradicional, pero también amigo de la provocación y el desconcierto. Un transgresor de libro. Folclorista amante del jazz, agrogay de verbo desbocado, un hombre sentado en el taburete hasta que le prende en las articulaciones el arrebato bailongo. “Soy frívolo y místico”, acertó a resumir él mismo en un momento dado, y puede que esa dualidad le defina hasta las últimas consecuencias.

Incluso esa estampa característica de sus pies descalzos reivindica la conexión con los ancestros, la toma de tierra, pero puede que también una cierta forma de sensualidad. La de quien responde a los gritos de “¡guapo!” con orgullo seductor y es capaz de dinamitar las convenciones con un relato forestal “entre hombres que se aman”. Una oda al cruising, esa modalidad de ligoteo al aire libre, y con seguridad la primera muiñeira arcoíris de la historia. La transgresión, decíamos. Y el desparpajo. Una maravilla.

Apuesta Davide por esa economía de recursos que proviene no tanto de una decisión artística como del necesario color verde de la viabilidad en la hoja de Excel. Podemos pasar de puntillas por el detalle, aprovechando la desnudez podal. A fin de cuentas, el ubicuo acordeón de Santi Cribeiro (ex de Berrogüetto) aporta un notable sustento armónico. Y entre los dibujos maravillosamente jazzísticos del saxofonista Pablo Dalama y los acentos a contratiempo del percusionista Carlos Freire se las ingenian para arropar al singularísimo cantante de Marín.

Davide dio algún palo de ciego en sus años junto al gaitero Budiño, pero Lobos es ahora la consolidación de ese discurso propio y enderezado que emprendió cuatro años atrás junto al maestro Eliseo Parra. Desde Xabier Díaz, ningún varón en Galicia había cantado tan bonito. La culminación de este camino la encontramos en O manso, un alalá dedicado al bisabuelo aquel que acabó con sus huesos en la cárcel “por bailar y cantar”. En materia de transgresiones, a lo que se ve, lo de la casta y el galgo goza de plena vigencia. Salvado reside hoy en una diminuta aldea lucense, cuidando del ganado y haciendo con su vida y arte su santísima voluntad. Ojalá cundiera el ejemplo.

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